lunes, 27 de junio de 2016

Denuncia, pánico mediático y criminalización de la protesta

Por Ricardo Viscardi


I

Las muertes que sobrevinieron tras la represión en Oaxaca despertaron, junto con una multiplicada condena internacional, la inquietud por la reiteración de una justificación a posteriori de la masacre, que nuevamente rebate la responsabilidad sobre las víctimas.[1] En este caso la imputación era por demás previsible: grupos de infiltrados habrían desencadenado el enfrentamiento con armas de fuego desde las filas de los activistas. La consabida justificación de los asesinatos (tantas veces empleada en el Uruguay para presentar los asesinatos en manifestaciones callejeras como culpabilidad de las víctimas) queda, desde ya,registrada como “criminalización de la protesta” y no meramente como “provocación” o “intentos de amedrentar a las fuerzas populares”.

Un cambio en el registro de la coacción represiva lleva a identificarla con una imputación jurídica (“criminalización”) y por otro lado con una costumbre social genuina (“protesta”). La amplitud del escenario que abarca la dinámica de la dominación se eleva así por encima de la mera acción policial y encara la órbita jurídica, por un lado, mientras por el otro se hace tan cotidiana como un disgusto entre vecinos. ¿No protestamos, incluso, en familia?
Publicando en este blog el texto de una intervención dedicada a la “criminalización de la protesta”,[2] señalaba hacia fines del año pasado que tal transformación de la regulación represiva tiene lugar también en el ámbito jurídico, que supuestamente debiera laudar con ecuanimidad, más allá de apreciables errores de apreciación. Tal puesta en cuestión de la ecuanimidad surgía, atestada por una investigación sobre la “influencia de los medios de comunicación en la justicia”,[3] de la creciente gravitación de los estados por los que transita la opinión pública sobre el conjunto de los procedimientos jurídicos. Influjo que se reflejaba, a su vez, en el propio fallo dictado por un juez.
Aquella actualización de este blog revertía en su propio título (“Medios de dominación”) la óptica de la investigación que tomaba como antecedente, en cuanto hacía pie en un estudio que se refería a la influencia de los medios de comunicación en la justicia. Se sostenía por el contrario en “Medios de dominación”, que desde la progresión propia al proceso letrado en su forma tradicional (el juez estudia las actuaciones, falla y publica el veredicto), hasta el efecto que llega a alcanzar al presente la transmisión previa y mediática en el pronunciamiento del juez (entrevistas periodísticas ante el juzgado, declaraciones de los involucrados y allegados, memoria periodística de los antecedentes), intervenía un cambio de la sensibilidad pública. Pareciera caprichoso sostener, sin admitir esa transformación del registro ético colectivo, que tal transformación del proceso institucional por excelencia (el proceso jurídico) pudiera llegar a incorporarse a la propia perspectiva de los magistrados actuantes.

Asimismo la anterior conclusión cambia el plano de la problemática que inicialmente se puso a consideración, en tanto que “influencia de los medios de comunicación sobre las actuaciones judiciales”. En verdad son las actuaciones judiciales las que progresivamente pasan a incorporarse a los procedimientos públicos a través de los medios de comunicación. Sino vease no sólo la discusión entre el Presidente de la Suprema Corte de Justicia y el Ministro del Interior,[4] o la influencia de reportajes “sobre el terreno” o de videos de aficionados, por no hablar de las cámaras que sostendrá el propio uniforme policial [5] y las que barren las zonas más sensibles de la privacidad propietaria. Ninguna condición del habitus como relación entre principios y costumbres, tal como lo entendía Husserl,[6] puede transitar por una cotidianeidad tan preponderante sin concederle, al paso de los días y las horas, una parte congruente de integridad moral.

II

La misma incidencia que alcanza entre la población la motivación mediática de las costumbres, parece indicar que al día de hoy nada influye tanto, en la condición relativa a otros -es decir pública- de un individuo o de un grupo, como el señalamiento de actuaciones relativas a un patrón de conducta. Incluso porque no reviste una condición acotada institucionalmente, tal alteración puede admitir una acepción que pauta la relatividad propia a las condiciones ciudadanas: “desestabilización”, término que asciende en el uso junto con el influjo tecnológico del poder desde los años 60'. En cuanto la conducción de las instituciones se ve crecientemente instruida por la opinión pública, toda protesta llevada suficientemente lejos en recepción, se puede transformar, mutatis mutandi, en denuncia.

El paso al estado de denuncia no depende, a partir de la mera protesta, de una inscripción o lectura en términos de código jurídico, propio de la representación institucional, sino de la difusión mediática que alcance en términos masivos o interactivos -eventualmente conjugados, que puedan llegar a incidir en un segmento decisivo de destinatarios. El grado de impacto público alcanzado corresponde, tanto como cierta índole de asuntos interpelada, a una difusión mediática suficiente entre un segmento de opinión relativamente involucrado. Los procedimientos institucionales suelen presentar, bajo la forma de recursos jurídicos, reclamos, o incluso bajo forma de observaciones sobre procedimientos, numerosas protestas que no llegan nunca al grado de denuncia, por más que puedan ser fundadas y de entidad.

Sin embargo una protesta que cuestione los fundamentos de un status quo determinado, como fue el caso de la ocupación estudiantil del Codicen protestando por un presupuesto recortado puede,[7] a condición de revestir la suficiente difusión pública, convertirse en amenaza de denuncia si cunde entre un contexto mayor, con relación al destino inicial de la protesta. En cuanto este gradiente de difusión mediática engrana la contundencia del efecto masivo necesario para activar la criminalización de la protesta, cierta manipulación de la información se distingue de la tradicional escenificación coercitiva de la fuerza pública.

Algunos rasgos permiten identificar esa manipulación de la opinión pública con fines desviantes:
a) La desproporción entre un reclamo y la respuesta punitiva que suscita
b) La judicialización de la conducta impugnadora
c) La reducción de las reivindicaciones a normas de procedimiento
d) La inversión de lugares entre víctima y victimario

III

Incluso un mero artículo de opinión puede convertirse, difusión estratégica mediante, en amenaza de denuncia que se amplifique y vuelva difusos los contornos de una conducción, concitando ecos y resonancias imprevisibles para el horizonte de una hegemonía. Un ejemplo reciente lo ofrece la difusión de la diferencia salarial entre las remuneraciones que perciben los docentes de la educación pública (primaria y secundaria) y las remuneraciones de diputados y senadores del mismo país, mediante la simple puesta en paralelo entre los más diversos estratos de la población.[8] Ciertas reacciones desmedidas obedecen, entre autoridades y responsables, al pánico mediático que suscita la propia virtualidad informativa, concomitante gracias al incremento del potencial tecnológico, a una creciente orientación ética de las actuaciones periodísticas.

Sería tan erróneo suponer que toda protesta, por serlo, cuenta con razones que la autoricen, como olvidar que quienes ejercen potestades pueden, ante el fardo de una imputación incontrolable en sus efectos, ceder a la tentación de transferirla a terceros en carga represiva, bajo forma de criminalización de la protesta. Contrariamente a lo que sucede con una protesta descalificada por la propia inocuidad, la actuación desde potestades atribuidas por otros conlleva una carga de consecuencias inconmensurable, en razón de la desigualdad constitutiva que siempre interviene entre el jerarca y el común.

IV

La justa apreciación de la incidencia de la condición mediática en el desarrollo de los asuntos públicos y la sensibilidad colectiva no avanza sin remociones paradigmáticas. El desarrollo tecnológico que pauta la interacción pública al presente es medular para la propia retroalimentación de la tecnología y no es compatible con el criterio de reciprocidad orgánica que constituye la representatividad institucional. Un mundo instantáneo en la pantalla es al mismo tiempo un mundo sin límites externos.[9] El margen de transformación material que regulaba una secuencia de períodos y etapas, ha dejado lugar a un no-lugar post-industrial, de interfaz y resonancia.[10]

En esa transformación señaladamente imaginaria de la mediación pública, al tiempo que se desarticulan los macro-corporativismos (estados, ideologías, partidos) se concita, ante los desamparos que acarrea la imposibilidad de transferir el destino individual a un horizonte histórico, la agrupación microcósmica de intereses amenazados por el intercambio global, es decir, impredecible en sus límites. Un ejemplo clásico de esa transferencia de resguardo que pasa de derecha a izquierda, o de centro a extremo, sin otro criterio que una salvaguarda particularista de intereses, lo ofrece el tránsito de la base electoral del otrora poderoso partido comunista francés, servida al nacionalismo ultraconservador de un Le Pen.

Entre el facilismo adaptativo de la derecha que celebraba “autorutas de la información” -cuando conducen vertiginosamente al precipicio mercadocrático- y la aprensión que aqueja a una izquierda ante el poder de los medios, que ha tenido históricamente por enemigos, el margen para elaborar un conducción equilibrada de la interacción es escaso. Conviene recordar que la identificación del cuerpo social con un todo articulado y puesto en perspectiva es un efecto utópico de las utopías. Puede llegar, por un defecto tan virtual como inadvertido, el despertar a la derecha de los que se creían avanzada del proceso histórico, de forma tan súbita como un efecto de pánico mediático.



Notas:

[1] “Peor” Montevideo Portal (21/06/16) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?312033
[2] Viscardi, R. “Medios de dominación” http://ricardoviscardi.blogspot.com.uy/2015/11/mediosde-dominacion-1-1a.html
[3] Leblanc, G. “Du modèle judiciaire au procès médiatiaque» (1995) Hermès 17-18, 63-72, Editions du CNRS, Paris.
[4] “Bonomi pide reunión a la Suprema Corte de Justicia tras duro cruce de declaraciones” Subrayado (24/03/16) http://www.subrayado.com.uy/Site/noticia/43230/bonomi-pide-reunion-a-la-suprema-corte-tras-duro-cruce-de-declaraciones
[5] “Ministerio del Interior compró cámaras para filmar procedimientos policiales”, El Observador (06/06/16) http://www.elobservadormas.com.uy/noticia/2016/06/06/41/ministerio-del-interior-compro-camaras-para-filmar-procedimientos-policiales_921345/
[6] Husserl, E. (1947) Méditations cartésiennes, Vrin, Paris, p.65.
[7] Ver en este blog “El Palo Amplio: la Noche de la Nostalgia pachequista” http://ricardoviscardi.blogspot.com.uy/2015/08/elpalo-amplio-la-noche-de-la-nostalgia_24.html
[8] “Políticos eligen la salud privada” El País (20/08/15) http://www.elpais.com.uy/informacion/politicos-eligen-salud-privada.html
[9] Ver respecto al criterio de substitución de la infinitud externa por la infinitud interna del lenguaje, Derrida, J. “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas” en La escritura y la diferencia, p.385 https://filosinsentido.files.wordpress.com/2013/06/derrida-jacques-la-escritura-y-la-diferencia_ocr.pdf (acceso el 26/06/16)
[10] McLuhan, M. Powers, B.R. (1993) La aldea global, Gedisa, Barcelona, pp.153-154.

lunes, 13 de junio de 2016

Ciudadanos

Por Soledad Platero Puig

“No estamos yendo a una regulación de precios ni nada en esa línea; esto es control ciudadano de precios”, dijo el subsecretario de Economía y Finanzas, Pablo Ferreri, durante la presentación de Preciosgub, una aplicación que permite al usuario comparar precios de diversos artículos en los comercios, tomando en cuenta distintas variables (la zona, la marca). Todavía no es claro si la aplicación funciona tan bien como promete, pero la idea es muy buena: los comercios en los que el artículo buscado está más caro aparecen resaltados en rojo, y los que tienen mejores precios son señalados mediante una estrella o un diamante. Si a esa calificación primaria se le suma la ubicación en el mapa, que permite al comprador saber hasta dónde tiene que moverse para conseguir la mejor oferta, y el hecho de que también puede comparar canastas (es decir, varios artículos agrupados), parece claro que el telefonito cargado con la aplicación se transformará en una herramienta casi tan útil como el viejo método de recorrer ferias y supermercados con implacable y certera mirada de ama de casa. El único problema (suponiendo que la aplicación funcione como es debido) es que sólo serán ciudadanos, a efectos de ejercer el control de precios, quienes tengan un celular inteligente y conexión a internet.
La tecnología es la gran fantasía democratizadora de nuestro tiempo. Nos permitirá (algún día, cuando las leyes se hayan modernizado lo suficiente) compartir cultura, imprimir órganos, churrascos y apartamentos, poner y sacar gobiernos sin movernos del sillón del living, comparar precios y, seguramente, conseguir que el pedido del súper, armado sólo con las mejores ofertas, llegue a casa sin que tengamos que ir a buscarlo. De hecho, la tecnología para hacer posible cualquiera de estas cosas ya existe, y sólo detalles más o menos significativos (algunas normas jurídicas, algunos problemas de costos) nos mantienen aún lejos de ese paraíso sin conflicto y sin sufrimiento.

Cuando yo era niña me fascinaban las ventajas con las que contaban Lucero y Cometín Sónico, los más chicos de la familia Sónico. Cualquier cosa que se les antojara comer salía, ya pronta, servida y calentita, de alguno de los relucientes electrodomésticos de su cocina. Y aunque la familia tenía una mucama eficiente e incansable a la que todos parecían querer mucho, no escapaba a la comprensión de nadie que se trataba de un robot. Nadie humano parecía sacrificarse para que los Sónico tuvieran una vida libre de complicaciones fastidiosas (excepto, claro, las complicaciones derivadas de los lugares de género del padre y la madre). Todavía recuerdo el desagrado con que recibí la observación de alguno de mis mayores, que me hizo notar que en algún punto de esa cadena tenía que haber alguien que hiciera el trabajo. En algún lugar alguien había ordeñado la vaca (o limpiado la máquina ordeñadora) que proporcionó la leche para el helado, alguien había hecho el helado, alguien había armado la hamburguesa. Aunque todos los procesos estuvieran automatizados, en algún punto, siempre, estaba, invisible y secreto, el trabajo de alguien. En ese sentido, mucho más brutal (mucho más honesto) era el paraíso de Los Picapiedras: dentro de cualquiera de sus artefactos domésticos había un animal prehistórico que lavaba, trituraba o planchaba para hacer más sencilla la tarea de Vilma.

El problema de pensar que las injusticias o las avivadas pueden corregirse con tecnología y control es que se parte de la base de que la injusticia es un error del sistema, y no una falla inherente a su funcionamiento. En un mundo ideal (en un mundo de historieta, en un mundo que no se cruza en ningún punto con las realidades paralelas de los que están afuera del paraguas civilizatorio) es posible controlar los precios mediante la acción responsable y consciente de ciudadanos munidos de tecnología y vacunados contra la infección de la publicidad. Tan posible como abrigar a los desabrigados mediante percheros solidarios o alimentar a los hambrientos mediante heladeras comunitarias proporcionadas por los dueños de restaurantes. Tan posible como disponer un arsenal de técnicos para contener a un estudiante violento que se muestra incapaz de cursar el sistema educativo sin agredir a los docentes. Lo malo es que ese mundo maravilloso no se parece demasiado al mundo en el que viven unos cuantos, así que, cuando queremos ver, alguien protesta porque la aplicación no carga, otro alguien no sabe lo que quiere decir “aplicación” (y no tiene idea de cuánto cuesta el litro de aceite, porque compra suelto lo que puede, cuando puede), algún desubicado tira y pisotea las bufandas solidarias y algún otro impresentable come lo que no necesita o escupe el plato del que viene detrás. No se puede tener un mundo eficiente y bien aceitado con tanto maleducado, tanto menesteroso y tanto ignorante en la vuelta. Las formas que nos damos para evitar decir que el capitalismo de mercado es injusto y salvaje, que deja a millones en el mundo no sólo fuera de sus beneficios sino fuera de las más básicas condiciones de supervivencia, ya alcanza extremos ridículos. Nos organizamos para combatir el mal con medidas correctivas que, en última instancia, sólo pueden funcionar con la buena voluntad de los beneficiarios, sin considerar si esa buena voluntad es esperable. Nos encanta ser buenos y ser modernos, y estamos dispuestos a todo con tal de no poner en discusión un modelo de crecimiento constante evidentemente insustentable y que nos obliga cada vez a más esfuerzo y más consumo a cambio de más precariedad y más incertidumbre. Pero nos duele la injusticia, así que vemos con optimismo todas las iniciativas buenoides para compartir lo que nos sobra o para vigilar a los que nos quieren estafar. Se hace lo que se puede, aunque se pueda poco.

En estos últimos días he visto crecer expresiones asertivas que señalan (sobre casi cualquier tópico) que “es por ahí” o que, al contrario, “no es por ahí”; maravillas de la lírica militante que apuntan, como es obvio, a celebrar el buen camino y advertir del peligro de tomar el camino errado. Suelen hacer referencia a medidas concretas, porque lo concreto es siempre más fácil de evaluar. Yo confieso no saber muy bien por dónde es la cosa, pero reclamo que en algún momento volvamos a plantearnos no tanto por dónde sino para dónde. Que hagamos el ejercicio de ver si podemos enunciar que es para la justicia y la dignidad de todos, o no es. Que es para terminar con la explotación, con la miseria y con el abuso, o no es. Que es para terminar con los privilegios, o no es. Y punto. Porque ya cansa un poco eso de pedir disculpas antes de haber siquiera empezado a tomar una medida de choque.

Tomado de La Diaria

El discurso sobre el Marconi desde el Marconi

Ricardo Viscardi's photo.
Por Ricardo Viscardi

Quien suscribe titulaba el discurso de la modernización que llevaba adelante Jorge Batlle, en el año 1985 “El discurso sobre el Estado, desde el Estado”.(1) Se trataba por entonces, para tal discurso sobre el Estado, de hacer pasar la incorporación del magro Uruguay que quedaba tras la dictadura, al girón del capital transnacional. Esta obra ha avanzado notablemente, entre el último cuarto del siglo pasado y lo que va del presente, como lo ejemplifica la violencia que genera la exclusión en el barrio Marconi. Si el lector presume que la anterior afirmación forma parte de alguna catexia propagandística, se equivoca, ya que desde ahora, el propio discurso sobre el Estado lo vincula explícitamente al Marconi.

Por haber fracasado, según las declaraciones de Sanguinetti sobre la educación y el Marconi, la reforma de la educación que emprendió el mismo Sanguinetti (la “Reforma Rama”), el Estado no está lo bastante presente donde debiera (esto es en el Marconi).(2) Pero además está excesivamente presente en los períodos de gobierno frenteamplista, siempre según Sanguinetti, donde no debiera (por ejemplo en ANCAP). Tales afirmaciones motivan sin embargo una presunción de supuesto ¿quién decide en qué medida y adónde va el Estado?

Derrida señala respecto a las fundaciones constitucionales (instructoras de Carta Magna), que son esencialmente violentas, ya que suponen que alguien funda una entidad soberana y con ella el depositario de tal soberanía (la monarquía, la nación, el pueblo, etc.).(3) Sanguinetti nos deja en la más completa ignorancia acerca de quién decide adonde y en qué medida va el Estado, ya que si quien decide es la ciudadadanía, como tal, es el Estado como cuerpo electoral quien decide, ante sí mismo, adonde va el Estado. Pero si el Estado debiera estar en un lugar y no en otro, la entidad que decide donde y en qué medida coexiste con el Estado, no puede pertenecer al propio Estado, ya que de ser así, no gozaría de perspectiva sobre sí mismo.

El título “El discurso sobre el Estado, desde el Estado” señalaba la ironía que suponía perorar desde un partido político -de sí propio parte del sistema político que comprende el Estado como tal, sobre una modernización que disminuía el Estado, esto es, que lo convertía en un Estado “minimo” neoliberal. Al pretender vincular su Estado ubicuo con el del batllismo histórico Sanguinetti pretende avalar una falacia: que el proyecto batllista suponía una sinergia social que guiaba la del Estado, cuando ni las condiciones contextuales de aquel batllismo ni la propia ortodoxia batllista permiten sostener tal punto de vista.

Sanguinetti intenta disimular, bajo excusa de “liberalismo contra igualitarismo”, el oportunismo político con fines electorales (por cierto severamente malogrados en su caso) que toma por válidas las “pruebas Pisa”, pero desacredita los “indicadores de probreza”, pese a que esas dos referencias integran el mismo criterio de “medición por indicadores”. Desde esa óptica tecno-mundialista no debiera sorprender que respecto a la gestión frenteamplista Sanguinetti se desmarque tan sólo por una gradiente de “más o menos Estado” en uno o en otro lugar (más en el Marconi, menos en ANCAP). Tanto la “expertecnia”(4) frenteamplista como la “economía social de mercado” de Sanguinetti pertecen a un orden mundial que está por encima de los estados, pero no de Standard&Poors. 

Ajeno al Estado que en verdad corresponde a la globalización, el discurso del Marconi sobre el Marconi queda por cierto fuera del Estado, que sin embargo algunos pretenden que se ocupe de lo que pasa más allá de las instituciones. Empezar por admitir que en este estado de cosas, como lo afirma Vattimo, al presente “se han terminado los soberanos”,(5) quizás sea una buena vía para empezar a tener menos Estado por todos los lados y ante todo, por el Marconi.



1 Viscardi, R."El Discurso sobre el Estado desde el Estado" en ¿Hacia dónde va el Estado uruguayo? (1987) CIEDUR- Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, pp.207-250.

2Sanguinetti: “Falta Estado en el Marconi” (entrevista de G. Pereyra), El Observador, (30/05/16) http://www.elobservador.com.uy/sanguinetti-falta-estado-el-marconi-n917843

3Derrida, J. (2005) Force de loi, Galilée, Paris, p.109.

4 Viscardi, R. (2005) Guerra, en su nombre. Los medios de la guerra en la guerra de los medios, Editorial ArCiBel, Sevilla, p.69.

5Vattimo, G. “El final de la filosofía en la edad de la democracia” en Ontología del declinar (2009), Biblos, Buenos Aires, p.259.