domingo, 28 de febrero de 2016

La soledad como ausencia del otro


Por Fernando Gutiérrez Almeira




De un  modo u otro son las ausencias las que enmarcan toda nuestra vida, la que la acosan por todas partes mostrándoles sus límites y su precariedad a nuestra conciencia. La oscuridad, el hambre, el frío, la sed, la soledad, y así sucesivamente hasta llegar a la muerte,  a través de la cual se ausentan los seres queridos y finalmente somos nosotros mismos los ausentes. De todas ellas la que debería resultarnos más visible y sin embargo por momentos nos resulta invisible es la ausencia del otro, es decir, la soledad. ¿Por qué es tan difícil dar cuenta de la propia soledad o de la soledad del otro? ¿Por qué no le damos en nuestro criterio el peso trágico que en realidad puede llegar a tener? 

        Escuchaba yo decir en ciertas conferencias que por un lado las adicciones de cualquier tipo, incluyendo las peligrosas adicciones a las drogas, se facilitan cuando el individuo carece de apropiadas conexiones afectivas, emocionales, sociales, es decir, cuando padece de soledad, y por otro lado, que la soledad no es una mera situación sino que implica todo un estado psicosomático en el que el individuo entra en una vigilante autopreservación al percibir de un modo inconciente que la falta de respaldo afectivo, emocional y social lo vuelve vulnerable a las agresiones. Con solo estas dos pautas ya es suficiente para decir que la soledad implica riesgos, peligros auténticos, para la salud mental y física de las personas, conllevando una condición de precariedad psicológica y una tendencia nociva a la obturación de esa precariedad por caminos patológicos.

Sin necesidad de apelar a aquellos hechos ya sería suficiente para que le diéramos importancia a la soledad como una amenazante sombra  la constatación de que todos de un modo u otro consideramos que la soledad no es el simple permanecer apartado de manera física que bien pudiera ser apetecido de algún modo, sino que es la desconexión profunda de la persona en su comunicación con los demás, es la ausencia del otro en el más doloroso sentido, dolor que se siente y sufre y que podemos considerar como una de las causas de muchos suicidios, de la depresión, de una atenazante angustia no muy distinta a la de estar encarcelado, aislado físicamente en lo hondo de un calabozo. La soledad duele y de ese dolor pueden partir señales de impotencia revertida en un ansia de omnipotencia y rechazo, de ruptura social, incluyendo, podemos suponerlo, arrebatos de desesperación violenta.

Tal vez no reconocemos el peso de la soledad en los que la sufren porque socialmente hemos llegado a considerar que la soledad es un estado de fracaso y vivimos en una sociedad en la que el fracaso es una vergüenza y el éxito la meta. Bajo este punto de vista, quien padece de soledad es una persona socialmente fracasada y por lo tanto, alguien que ante nuestros ojos y ante si misma, representa un estado vergonzoso que conciente o inconcientemente tendemos a rechazar. Con ello, para colmo, la tendencia general de los otros frente al individuo espiritualmente aislado, coartado en su afectividad, emotividad y vida social, es la del rechazo, la del oprobio risueño, la de la condena, multiplicando agudamente la sensación de soledad que ese individuo experimenta, empujándolo aún más hacia un rincón oscuro donde debería quedar olvidado. El gesto de llevar al que sufre de soledad a la luz de los afectos, las emociones, la vida social, es un gesto solidario que la sociedad en que vivimos no alienta sino que, por el contrario, desalienta y margina, lo cual explica el hecho de que quienes padecen soledad muchas veces prefieren ocultar o minimizar la importancia vital de su situación.

Se suele decir de muchas maneras que el amor, la amistad, los afectos, las emociones compartidas, la vida en común, etc. con su provisión de abrazos, besos, palabras cálidas, miradas comprensivas, e infinidad de otros gestos que tienden en su conjunto a la conexión de la persona con la presencia del otro, con la disponibilidad del otro como persona, es un elemento esencial de nuestras vidas, pero al mismo tiempo la educación, los ámbitos sociales e institucionales que hemos creado, e incluso la institución familiar misma, giran alrededor de otros goznes que nada tienen que ver con la necesidad de conectarse y comunicarse. Se tiene cierta asunción inconciente de vez en cuando sobre la importancia de crear situaciones o ámbitos que permitan el intercambio sentimental y emocional, pero no se piensa esto con la suficiente claridad ni se desarrolla intencionalmente como objetivo el evitar que las personas padezcan  soledad.

Se ha dicho muchas veces que la ambición de poder es natural y por lo tanto irreprochablemente inherente al individuo humano, pero al decirlo no se ha pensado en el modo en que el fenómeno de la soledad conduce a la postura egocéntrica y abusiva. Lo cierto es que bien podemos esperar de las personas que viven socialmente desconectadas, que sufren una dolorosa desconexión emocional con los demás, que su respuesta a esa situación sea la de forzar las relaciones sociales en el sentido de sujetar al otro por el imperio de su propia voluntad, obligando al otro a un reconocimiento no ya solicitado sino impuesto. Del doloroso estado de soledad pueden pasar así, las personas, a una violenta  visibilización y ostentación de si mismos sometiendo a los demás, haciendo que los demás sucumban en una comunicación asimétrica por el ejercicio de la dominación. Con esto quiero decir que una sociedad que cultive los afectos, las empatías, que mitigue lo más posible mediante el amor, la solidaridad y la consideración mutua, el aislamiento social, probablemente será siempre mucho más exitosa en evitar las relaciones de dominación y en limitar psicológicamente la ambición de poder y la crueldad desatada.


La vida mental en las redes sociales parece ser una nueva respuesta frente a la amenaza de la soledad, pero en realidad no puede ser más que un tortuoso sucedáneo si se pretende que ese sea su principal objetivo y no el de ser simplemente una manera distante y pobremente afectiva de comunicación. Por otra parte, cada vez más la familia parece dar una menor respuesta a la necesidad del individuo de existir en presencia y no en ausencia del otro, de existir en la mirada del otro, sintiéndose conectado, comprendido, apreciado, querido. Por lo tanto, se vuelve de gran importancia para todos el pensar en esto, en la necesidad que todos tenemos de convivir y no solo de vivir, construyendo una sociedad permeada de posibilidades de participación, acercamiento, confluencia. La educación misma debe repensarse dando su lugar, su verdadera importancia, al desarrollo afectivo, emocional y social de las personas. La inercia del anonimato juega en contra, las estructuras de dominación que infiltran todas las relaciones humanas juegan aún más en contra, pero eso no debe ser argumento suficiente como para renunciar a la construcción de los lazos, y a la virtud y la dicha de vivir la vida juntos, vivirla como algo que no se nos da por separado a cada uno sino que se nos da como un pan sagrado que debemos compartir sentados en una misma mesa.


El alma de los hechos


Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene.”
Juan Carlos Onetti, El Pozo

No es que sea de ahora, pero sí creo que en estos días recrudeció la inclinación de ciertos medios de prensa al escándalo y al absurdo, llegando incluso a la mentira lisa y llana con total impunidad. El objetivo, supongo, no es derribar gobiernos ni dinamitar instituciones (no quisiera dar la impresión de que invoco alguna oscura conspiración política) sino, sencillamente, llamar la atención del lector o espectador y fabricar una noticia que pueda circular durante un par de días. Con suerte, si el ambiente está muy chaucha (no sería el caso hoy, por ejemplo, luego del escandalete con el título trucho del vicepresidente), el tema da vueltas toda la semana.

El martes 23, El Observador titulaba así una nota de información nacional: “Decenas de ovejas murieron tras tomar agua del río Negro”. Evidentemente, el título sugiere que las ovejas murieron por haber tomado el agua del río, pero quien se molestara en leer la nota completa se enteraría de que “Si bien se hizo una autopsia, los especialistas manejan la hipótesis de que fue por comer yuyos del suelo”. Claro que es posible que aparezcan otros estudios que logren vincular el agua del río y la muerte de los animales, y es posible que la muerte haya tenido, efectivamente, que ver con la presencia de cianobacterias en la orilla, pero el punto es que nada hay, por el momento, que lo pruebe (o, al menos, la nota no lo menciona). Lo que el título de la nota hace es inducir a un error de nombre largo y pomposo (post hoc ergo propter hoc) que consiste en confundir “después de” con “causado por”.

Ese mismo día, El País titulaba: “Fumigaciones serán con sustancia que dicen podría causar malformaciones”, en referencia a los procedimientos que comenzarían en Pocitos. Leyendo la nota se podía uno enterar de que las sustancias empleadas serían las que recomienda la Organización Mundial de la Salud (piriproxifen y permetrina) y de que la organización brasileña Médicos de Pueblos Fumigados vincula el uso del piriproxifen al aumento de casos de microcefalia en su país. El título, entonces, no miente: la palabra “dicen” lo pone a salvo de ese pecado, aunque, al mismo tiempo, lo ubique en el nivel del cotilleo, la conversación de boliche o las elucubraciones en las redes sociales. La nota no dice una palabra (ninguna nota de ese día en el mismo diario lo hace) sobre el fondo de la denuncia de los médicos brasileños, no cuestiona el discurso oficial sobre el zika y las malformaciones y no se propone echar luz alguna sobre la cuestión de los productos químicos, las trasnacionales y las autoridades sanitarias globales. Simplemente, apela a asustar a los vecinos y llamar la atención sobre algo que no busca esclarecer ni investigar. Por cierto, algunas horas después el titular había sido cambiado, en el portal del diario, por otro mucho menos alarmista.

Pero tal vez la palma de oro en el festival de la impunidad informativa le corresponda a Subrayado. El mismo martes 23, un titular del portal del informativo de Saeta decía: “Liceos comenzarán cursos retomando temas no tratados por los paros de 2015”. Inmediatamente, aclaraba: “La directora general de Secundaria, Celsa Puente, anunció que al inicio de los cursos los profesores estarán obligados a dar los temas que no se pudieron a raíz de los paros gremiales” [sic]. También decía la nota que “la directora de Secundaria Celsa Puente […] dijo que los alumnos rezagados tendrán como ‘tutores’ a compañeros con mejor formación”. Pero la información original no era de Subrayado, sino de El País, y en El País, en una entrevista, Puente decía, ante una pregunta por la situación causada por los paros de 2015, que “…no se dio del mismo modo en Montevideo que en el interior. Hubo localidades en que prácticamente no se paró. Esto va a llevar a que los profesores tengan que revisar los programas para jerarquizar los contenidos, porque hay cosas que no se dieron” (las cursivas son mías). Es decir queSubrayado transformó las palabras de Puente sobre la necesidad de jerarquizar los contenidos en “los profesores estarán obligados a…”. Exactamente lo mismo ocurrió con la información relativa a los “tutores”: lo que Puente menciona como una posibilidad fue anunciado como un hecho. En este caso ya no estamos ante una verdad a medias sino, sencillamente, ante una tergiversación que roza la mentira descarada.

Al día siguiente Subrayado volvía a hacer de las suyas con un levante de Caras y Caretas Portal: lo que era “Fallo rechaza que padre separado asista al parto de su hijo” se transformaba, en el portal de Subrayado, en “Justicia negó a padre separado posibilidad de entrar al parto”, dando a entender que el padre era víctima de un sistema judicial que siempre se inclina a favor de las madres, incluso cuando los padres quieren participar y colaborar.

Pero claro, a la luz del “asunto Sendic” todas estas pequeñas infamias (que son, por otra parte, cosa de todos los días) parecen insignificantes, porque, si miente un vicepresidente, ¿por qué no va a mentir la prensa? Penosamente, creo que menos que mentir a propósito, lo que Sendic hizo fue dejar que las cosas pasaran, sin ofrecer resistencia. No lo conozco, pero presumo (y es una presunción, diríamos, “literaria”, basada en lo que sé del personaje) que toda su carrera política, o al menos la de los últimos tiempos, ha sido un poco así, conducida por la inercia. Se dejó elegir como compañero de fórmula (era guapetón, joven para el promedio nacional, tenía, en palabras de Mujica, “el glamour del padre” y, sobre todo, había conseguido un montón de votos en la interna) con la misma naturalidad con que se había dejado nombrar ministro y presidente de Ancap, como si liderar un sector político y portar un apellido fueran credenciales suficientes. Sorprende, sobre todo, lo innecesario de haberse dejado llevar por esa ola del currículum académico. Nadie le pidió a Mujica un certificado de estudios (es más: él hizo de la falta de estudio uno de los puntos fuertes de su personaje) y es el presidente más famoso que tuvo el país.
Pero con esta payasada de la licenciatura que no es tal acabamos de descubrir que los políticos mienten, y estamos consternados. Se habla de pedirle la renuncia, como si hubiera llegado al cargo por concurso de oposición y mérito y no por voto popular.
Siempre pensé que la fórmula del Frente Amplio fue armada sin otro objetivo que el de ganar la elección, y que poco se podía esperar de Sendic como líder, pero eso no significa que, pese a todo, la estrategia no haya resultado exitosa en un país que cada vez muestra menos interés en entender, profundizar y analizar y más en deglutir titulares y lanzar de inmediato comentarios ingeniosos y ácidos, con el mismo entusiasmo con que camisetea cada vez que el mundo nos dedica una mención.
Sendic podría renunciar, se dice, y con eso mostrar cierta hidalguía. En primer lugar, creo que el remedio podría ser peor que la enfermedad (hablo de dejar vacante la vicepresidencia; piénsenlo si no me creen), pero sobre todo lo que creo es que esa hipótesis no va con el personaje. Sendic llegó a donde llegó porque una serie de circunstancias lo fue llevando. Luego lo legitimó el voto, y en eso no hay engaño. (Con eso no es bueno jugar, por otra parte). No me parece que él, por sí mismo, vaya a decidir irse, porque ya ha pasado por situaciones de gran exposición y ha tenido que salir a hacer aclaraciones (empeorando siempre su situación) sin que se le haya despeinado el jopo. Si se va, será porque los que lo sostuvieron hasta ahora le sueltan la mano, y en ese caso habría que desconfiar, porque dudo de que ignoraran la verdad sobre sus estudios. Para el caso, Sendic dejó que se mintiera sobre su formación (algo que tiene un olor a estrategia de campaña indisimulable), pero estudió cinco años, que es más de lo que se precisa para obtener una licenciatura. Y nadie lo votó por ser genetista. Así que si ahora estamos viendo que votamos a una cara bonita con apellido ilustre y poco peso específico que fue puesta a dedo por Mujica, no deberíamos escandalizarnos. Haber protestado antes.

jueves, 25 de febrero de 2016

La Violencia

por Hoenir Sarthou


Una mujer asesinada durante un intento de asalto al almacén en que trabajaba, un guardia de seguridad ejecutado de un balazo en la cabeza durante el asalto a un supermercado, una abogada asesinada en la calle, delante de sus hijas, por resistirse a que le robaran la cartera, una pareja de paraguayos ametrallados, en un aparente ajuste de cuentas, cuando viajaban en auto con su hijo de siete años, una adolescente atropellada por el descontrolado auto de la pareja paraguaya, un niño de un año, y su tío, muertos a balazos ante la puerta de su casa en el barrio Casabó…
Ocho muertes violentas en menos de un mes. Y hablamos de los casos más espectaculares, los que la prensa destaca por su crueldad o sinsentido. Sin mencionar el goteo constante de otras muertes casi anónimas, que, hasta hace muy poco, el Ministerio del Interior se contentaba con clasificar como “ajustes de cuentas”, dando a entender que no merecían aclaración ni investigación.
Lo que está pasando no puede ser ignorado. Porque no se trata del nivel de violencia regular, inevitable en toda sociedad. Para que ocurran hechos como los reseñados, en la cantidad y con la violencia con que están ocurriendo, es necesario que amplios sectores sociales se rijan por otras reglas, desconocidas para la población integrada y “bienpensante”. Hablamos de barrios enteros regidos por códigos que dictan el narcotráfico, el robo, el sicariato y la venganza, y de una población que acepta o se adapta por temor a esos códigos.
¿Cómo llegamos a esa situación?
Las causas son muchas. Tantas que, a veces, uno puede sentir que no hay nada para hacer, que todo está perdido. Veamos al menos dos de las principales.
Una de las causas es la estúpida prohibición de las drogas, preconizada e impuesta desde hace años por los EEUU. La prohibición les da a los grandes delincuentes los medios para enriquecerse, y a los delincuentes chicos los motivos para delinquir. A estas alturas, ningún daño que cause el consumo de drogas –aún de las más duras- es comparable a los estragos que causa la prohibición. Allí están, para probarlo, los EEUU durante la “Ley seca”, o Colombia y ahora México en “guerra contra las drogas”. Decenas de miles de muertos, la policía más corrupta y las mafias más poderosas son el resultado invariable de la prohibición.
La otra causa es un error conceptual que ha cometido el Frente Amplio y en el que ha sido acompañado por cierta “sensibilidad de izquierda”.
La izquierda ideológica ha sostenido, tradicionalmente, que las causas del delito son sociales, básicamente la pobreza y la exclusión, y quela represión no es el camino adecuado para prevenir el delito. Y en eso sigue teniendo razón.
El derecho penal y la policía pueden controlar al delito cuando quienes delinquen son una excepción, jóvencitos inadaptados a los que hay que reeducar, personas con trastornos psicológicos a las que hay que someter a tratamiento, y un número reducido de delincuentes profesionales a los que hay que controlar, reprimir y mantener a raya. En cambio, cuando la actitud infractora deja de ser una excepción y se transforma en regla para un sector considerable de la población, el derecho penal y la policía se vuelven impotentes, por un lado, porque los niveles de violencia que deberían desarrollar para cumplir su tarea exceden de los admisibles en una sociedad democrática, y, por otro, porque la lógica delictiva y la corrupción que la acompaña también permean a quienes deberían combatirlas.
La cuestión, entonces, es cómo llegamos a esta situación en que el número de personas que viven fuera de las reglas formales de convivencia están a punto de exceder –si no las exceden ya- las posibilidades de control.
Una de las claves está en las políticas sociales con las que los gobiernos del Frente Amplio –y algunas sensibilidades de izquierda que no son estrictamente el Frente Amplio- pretendieron actuar sobre las causas del delito.
El razonamiento acertado de que la pobreza está en el origen del delito llevó a una conclusión mecánica errónea: se creyó que la transferencia de dinero y otros beneficios materiales haría retroceder a las prácticas delictivas. Grave error, porque ciertos daños del tejido social, una vez que se producen, no se reparan por la simple distribución de recursos materiales. La pobreza es una cosa, y la marginalidad cultural es otra. La pobreza se supera con recursos materiales; la marginalidad cultural no.
El error fue no entender que la gran batalla por la inclusión social se jugaba en el campo educativo y en el laboral. Un país en que casi tres cuartas partes de la población abandona el sistema de enseñanza en los primeros años del nivel secundario no puede aspirar a la inclusión social. Es así de sencillo.
Hay otros aspectos en los que esa cierta sensibilidad pretendidamente “de izquierda” ha tenido un papel significativo. Por ejemplo, desde hace años se tratan los problemas sociales como reivindicaciones de ciertos colectivos particulares (las mujeres, los “afrodescendientes”, los homosexuales). El resultado es la desatención de las políticas sociales universales (básicamente el sistema de enseñanza público y la promoción del trabajo), en aras de situaciones parciales, que a menudo se presentan como si fueran las únicas dignas de atención. Así, la enorme publicidad y atención pública que recibió la llamada “nueva agenda de derechos”, con causas como la legalización del aborto, el matrimonio “igualitario”, la violencia “de género” y las reivindicaciones de grupos raciales o sexuales, invisibilizaron otros problemas estructurales, como el de la enseñanza y el trabajo, que afectan a los sectores sociales más vulnerables, en especial los jóvenes de bajos recursos, y repercuten luego en la vida de toda la sociedad.
Capítulo aparte merecen las erráticas políticas de promoción del trabajo y el criterio politizado con que desde el gobierno se asignan los empleos públicos. Son señales que inspiran desconfianza y desaliento en quienes más necesitan tener esperanza en un acceso equitativo y transparente al trabajo.
Para terminar, los hechos demuestran lo erróneo de haber admitido que el Ministerio del Interior minimizara la importancia de los “ajustes de cuentas”, sin advertir que la impunidad de los ajustes de cuentas equivale a concederles a las organizaciones delictivas el poder de “legislar, juzgar y ejecutar” en sus zonas de influencia. De alguna manera, el “enano fascista” que muchos llevamos dentro quería creer que eso era algo que ocurría sólo entre delincuentes y que no afectaba a las personas honestas. Hoy, tristemente, descubrimos que la ruptura de las normas jurídicas que regulan la convivencia no respeta a ninguna clase social. Las balas y los autos descontrolados pueden golpear a cualquiera.
El conflicto con las organizaciones delictivas y con las estructuras sociales que las rodean y sustentan ya no es un problema policial. Es un problema político, en el que está en duda la hegemonía cultural y la capacidad del Estado para seguir regulando a ciertas zonas del país. Por eso, la magnitud del daño que ha recibido y está recibiendo la sociedad uruguaya es incalculable y es difícil saber si será reversible.
Si se quiere hacer algo, parece indispensable un cambio en las prioridades y en los objetivos de las políticas sociales. Un cambio que coloque a la educación (recordemos que es obligatoria) y al trabajo como punta de lanza y objetivo central de las políticas públicas. Sin eso, de nada servirán la policía y su “guardia republicana”, ni los patrulleros, ni los chalecos antibalas, ni los autoritarios “pick nics” policiales en los barrios “de contexto crítico”, ni tampoco los cambios legislativos o las intervenciones militares.
Insisto: es un problema de hegemonía cultural y política, no ya un problema policial.

lunes, 22 de febrero de 2016

Las Palabras y las Cosas


por Soledad Platero Puig

Una cosa que hay que admitir antes que nada es que el modo en que somos interpelados condiciona y formatea la idea que tenemos de nosotros mismos y establece, nos guste o no, el lugar que ocupamos en el mundo. No hay, por lo tanto, ninguna inocencia (aunque pueda haber ignorancia o indiferencia) en la elección de los nombres con que se nos invoca o de los adjetivos con que se nos adorna. En la expresión “países subdesarrollados” o en la frase “un hombre que se cambió legalmente el sexo” está implícita la aceptación de una línea que traza el más acá o más allá de lo bueno, de lo normal y de lo deseable. Hay países desarrollados y países que no alcanzan esa calificación. Hay hombres, hay mujeres y hay simulacros de hombres y mujeres. Las palabras hacen cosas, operan en la realidad, así que la aceptación sostenida de ciertos nombres y ciertas categorías en el lenguaje tiene, nos demos cuenta o no, un correlato en la vida de las personas y en el comportamiento de las sociedades.
El problema de aceptar esa verdad indiscutible es que nos pone en riesgo de sustancializarla al punto de creer que cambiando las palabras vamos a cambiar también las injustas relaciones implícitas en ellas.
El martes pasado, una nota de opinión firmada por Felipe Arocena y publicada en La Diaria ponía en discusión el concepto de subdesarrollo asociado a América Latina y observaba que nuestro continente es rico en expresiones culturales así como en bellezas y recursos naturales, que tiene todos los climas, todas las razas y todos los ecosistemas, además de poderosas mitologías y reconocidos artistas, y que, por tanto, mal podría considerárselo “subdesarrollado”. La idea de una América Latina subdesarrollada, entonces, debería rastrearse en “la lógica de la colonización”, cuya estrategia es la de desvalorizar lo conquistado, y cuyo éxito es total cuando el colonizado acepta y reproduce la idea dominante, asumiéndose como subdesarrollado.
No cabe duda de que la hipótesis de Arocena es correcta. El problema, entiendo, es que es insuficiente. Es decir: que la estrategia del poder incluye la desvalorización del subalterno es una verdad innegable. Lo que no creo es que alcance con subvertir ese orden para revertir la despareja relación entre oprimidos y opresores, o dominantes y subalternos. Porque es verdad que las palabras y las categorías legitiman el poder, y es verdad, también, que el discurso organiza el mundo, pero no es tan verdad que cambiar las palabras pueda operar la magia de debilitar el poder y modificar la organización del mundo.
Por lo pronto, hace ya unos cuantos años que los organismos multilaterales dejaron de usar, para referirse a los países de América Latina, la palabra “subdesarrollados”. Se instalaron en el discurso expresiones más amables –más optimistas–, como “países en vías de desarrollo” o incluso “países emergentes”. Pero esa modificación de las construcciones lingüísticas vino acompañada de teorías que señalaban lo inconveniente –desde el punto de vista del desarrollo– de que hubiera grandes masas de pobres. Los pobres, como cualquiera puede observar, tienen serias dificultades para contribuir al desarrollo, puesto que no consumen. No son demasiado capaces de hacer funcionar la rueda de la fortuna del mercado. Los cambios en la calificación de los países, entonces, fueron acompañados por recomendaciones de combate a la pobreza extrema que, a su vez, fueron acompañadas, en muchos casos, de fondos destinados a ese fin (fondos que no necesariamente se tramitaron a través de los gobiernos, sino que circularon a través de organizaciones de la sociedad civil, fundaciones y asociaciones sin fines de lucro). Al mismo tiempo, el discurso del empoderamiento se daba la mano con el del emprendedurismo, arengando a cientos de miles de desharrapados para que fueran constructores entusiastas de su propio destino.
Claro que no todo es oscuro en este relato. Ciertamente, la arenga, la teoría y los fondos consiguieron arrancar a muchos de la pobreza extrema. Lo que no consiguieron fue modificar en nada el sistema que los había puesto ahí. Los pobres son hoy, tal vez, un poco menos pobres, pero los ricos son inconmensurablemente más ricos y la ecuación que produce la pobreza sigue largando al ruedo cada vez a más gente, aunque esa gente haya logrado tener la nariz uno o dos centímetros más arriba del agua.
En estos días circuló una declaración pública firmada por la Unión Trans del Uruguay (UTRU) que respondía a una columna de opinión publicada el 6 de febrero en el diarioEl Telégrafo de Paysandú. Con gran claridad, el texto repasaba (y demolía) las infelices expresiones del columnista de El Telégrafo y argumentaba a favor del derecho que toda persona tiene a ser reconocida según el género en el que se reconoce. Yo comparto completamente la posición de UTRU, y creo que lo que hay detrás de esa obsesión por explicitar cuestiones como la operación de cambio de sexo no es sino miedo a la confusión. Lo que hay detrás de la argumentación de un señor que dice que una persona trans no debe participar del mismo concurso de belleza del que participa una mujer “de nacimiento” es, lisa y llanamente, miedo. Horror al equívoco que pueda encontrarlo sintiéndose atraído por alguien que, en el fondo, es de su mismo sexo. Horror a la idea de que podría, sin querer, enamorarse de una persona sin estar seguro de lo que lleva debajo de la ropa. Es miedo, y el miedo siempre mueve lo peor de nosotros.
Sin embargo, hay que admitir que lo que es un logro desde el punto de vista de los derechos –que las personas trans puedan participar de un concurso de reinas– no deja de ser, al mismo tiempo y desde el punto de vista de la emancipación de la mirada patriarcal, un fracaso. La forma en que se ejerce el derecho es, en sí misma, reproductora del esquema patriarcal que pone a las mujeres en la pasarela y las acostumbra a valorarse según la mirada objetalizante del varón.
Nada es tan sencillo cuando se trata de palabras, discurso y opresión. No hay magia en las palabras, aunque porten la poderosa carga del símbolo. Y es necesario tener en cuenta que por algo la gobernanza mundial ha sido tan generosa en eso de impulsar derechos, y tan poco dada a plantear la injusticia estructural del sistema.
Cuando la poderosa Alemania mira por encima del hombro a Grecia y la trata como subdesarrollada no está, seguramente, ignorando la exquisita riqueza de la cultura griega ni su papel central en la construcción de los conceptos más importantes de la sociedad occidental. Lo que diferencia los estadios de desarrollo de Alemania y Grecia no es el capital cultural, sino el capital a secas. La razón material no debería ser nunca soslayada. Por eso, cuando batallamos por las palabras deberíamos hacer un lugar, también, para las condiciones materiales que perpetúan la injusticia, y deberíamos preguntarnos cuánto de lo que estamos reclamando trabaja a favor de la emancipación. Porque empoderarnos para reproducir el sistema no sería buen negocio.

sábado, 20 de febrero de 2016

La violencia radical del capitalismo




 Todo desequilibrio en las relaciones humanas puede inducir el desajuste conflictivo de esas relaciones. Inclinada la balanza hacia un lado o hacia el otro en la interacción entre las personas esta inclinación puede dar lugar a un deslizamiento y una caída, a heridas que pueden ser meramente intelectuales o emocionales, pero que pueden ser también físicas o integralmente destructivas. Así pues, atender a esos desequilibrios es el modo fundamental de prevenir el conflicto, la violencia, el desastre social, interpersonal, familiar, etc. Un ejemplo sencillo de desequilibrio, en esta caso inevitable, en las relaciones humanas, es el que existe entre los niños y sus criadores. En general los criadores superan a los niños en fuerza física, en desarrollo intelectual, en poder económico, y se encuentran en la situación de imponer su voluntad sobre los niños modelando sus conductas y sus pensamientos según sus propios fines. Dado el desequilibrio inicial entre niño y criador éste necesariamente abre la puerta a situaciones en que los niños son víctimas de abuso, violencia, brutalidad en formas profundamente insoportables, situaciones que no necesariamente han de darse pero que pueden darse desde el momento en que ese desequilibrio existe y determina la tendencia al desajuste en la relación entre el niño y sus criadores. Así pues, si una sociedad no quiere que la crianza de los niños, inevitablemente desequilibrada desde el punto de vista del poder que puede ejercer el criador sobre los niños, sea caldo de cultivo de brutalidades que dejarán en las nuevas generaciones heridas físicas y psicológicas por las que la propia sociedad pagará luego un precio muy alto, es necesario que atienda a ese desequilibrio de todas las maneras posibles, generando mecanismos sociales de compensación claros, como puede ser el establecer una legislación que ampare ampliamente a los niños en su salud mental y física, acompañada quizás por medios de contralor, asistencia y educación regulados socialmente, como lo es la educación escolar. La escuela, incluso, debería convertirse en un vehículo para observar y atender la situación de crianza, tendiendo la sociedad de este modo a asegurarse de que los criadores no abusen de sus privilegios frente a los niños.

     Con el ejemplo de la crianza de los niños quise mostrar hasta aquí un esquema básico de lo que vengo a decir: que en las relaciones humanas existen toda clase de desequilibrios, algunos inevitables como los que existen entre criadores y niños, otros evitables como los que existen entre hombre y mujer; también que esos desequilibrios abren la puerta a los abusos de poder, a los desajustes conductuales que terminan introduciendo en la sociedad patologías que tienden a descomponerla, a fracturarla; y que la sociedad debe desarrollar medios de prevención de esas posibles patologías atendiendo seriamente a la existencia de esos desequilibrios, procurando atenuarlos o compensarlos mediante mecanismos normativos, atenciones especiales, contralores de todo tipo. Hay pues la necesidad, me parece a mí, de establecer como regla general de construcción de la convivencia social el que esta se construya procurando de manera sistemática prevenir la violencia, el conflicto, el abuso de poder, mediante políticas dirigidas a compensar los desequilibrios inherentes o históricos en las relaciones humanas. Si una sociedad no tiene como principio básico de su construcción la política de compensación de los desequilibrios sociales, entonces esa sociedad inevitablemente se construye de manera endeble, invadida por toda clase de violencias y fracturas. Eso es lo que justamente ocurre con la sociedad capitalista actual pues ella se ha construido sin atender de ningún modo al principal desequilibrio que la trastorna, deforma, fractura, y hace continuamente fracasar como ámbito de coexistencia pacífica entre las personas: se ha construido en torno a una profunda falla, un profundo abismo que es el abismo entre los que tienen todo y los que no tienen nada. Se puede decir, a este respecto, que los estados nacionales y las organizaciones internacionales han implementado mecanismos impositivos y de donación tendientes a compensar esta fundamental falla estructural de la sociedad capitalista, pero creer que esos mecanismos pueden realmente tener un efecto real duradero y no simplemente paliativo y fugaz, como lo hacen los llamados gobiernos “progresistas” en el sentido de suturar esa falla, es ignorar de manera realmente ridícula que esa fractura, la fractura económica, no es un elemento foráneo en la constitución del capitalismo sino en realidad su elemento esencial. La sociedad capitalista no solo padece de una profunda desigualdad económica, sino que se basa en esa desigualdad, se organiza alrededor de esa herida sangrante, florece y da frutos alrededor de ella.

     Con lo dicho anteriormente podemos concluir que la sociedad capitalista no puede ser una sociedad pacífica, no puede ser una sociedad tendiente a la pacificación de las relaciones humanas, sino que por su inherente carácter conflictivo ella es el caldo de cultivo perfecto para la internalización y externalización de toda clase de violencias, para el abuso de poder, para la violación de cualquier derecho humano. Ella se fundamenta no en la compensación de los desequilibrios sino en un radical desequilibrio que habilita todos los demás desequilibrios. Quienes procuran que esta sociedad desarrolle compensaciones de desequilibrios en torno a otros ejes de acción como ser la relación entre niños y criadores, o entre hombres y mujeres, se equivocan si esperan un éxito real en su cometido sin que se atienda al profundo abismo de la desigualdad económica en torno al cual gira la sociedad capitalista desarrollándose violenta e irracionalmente, sin posibilidad de que los mecanismos de compensación que se construyan terminen derrumbándose una y otra vez por todas partes. Y no solo se trata de que esta sociedad está radicalmente fracturada y enferma de violencia, sino que incluso se trata de que es capaz de convertir esa violencia en una de sus producciones más desarrolladas, en una de sus externalizaciones más exitosas y explosivas. Esta sociedad no solo se enraiza en el conflicto sino que alimentándose de él, lo potencia en forma de criminalidad mafiosa, corporativa, etc. o en la forma de la brutalidad militar, de los abusos de la neoesclavitud, etc. No es posible atender a ningún desequilibrio particular sin engañarse respecto al éxito de la empresa mientras no se atienda al desequilibrio inherente a la sociedad capitalista, que es el económico. Pero si esta sociedad se basa en la existencia misma de esa desigualdad, de ese desequilibrio, entonces necesariamente la resolución de los conflictos humanos depende enteramente de que esta sociedad tal y como está constituida, se desintegre y abra paso a una nueva forma de convivencia entre los seres humanos. En el pasado los antiguos socialistas entendieron la necesidad de realizar esta gigantesca transformación pero no vieron que los medios que proponían para alcanzarlos eran de nuevo el planteo de la conflictividad como algo necesario e ineludible, con lo cual terminaron reafirmando los desequilibrios y los abusos, sin poder concretar su proyecto. Yo pienso, en cambio, que hemos de esperar a que en este siglo o tal vez en el siguiente, todas las naciones del mundo alcancen la capacidad de proponer con autonomía su destino al resto de las naciones, de tal modo que este estado de las relaciones geopolíticas permita en primer lugar el final de las guerras y en segundo lugar la construcción de una sociedad globalmente razonada, donde se imponga, quizás, la renta básica universal, una modificación adecuada de las normas que regulan la herencia de la riqueza, una legislación internacional que elimine los desequilibrios macroeconómicos en el intercambio global, etc. Mientras tanto todo esto debe ser pensado, incluyendo la construcción que cada nación ha de hacer de sí misma para lograr situarse en el tablero del mundo como un interlocutor al que hay que respetar y no aplastar. En fin, pienso que quizás el camino para derivar de esta sociedad en la que vivimos una nueva sociedad que no se fundamente en la desigualdad y el conflicto, es el logro de un equilibrio entre las naciones y el final de todas las hegemonías geopolíticas.
     



martes, 16 de febrero de 2016

EL PROBLEMA DE LA UNIDAD EN UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA (Análisis de la estrategia del Partido Comunista Uruguayo a la luz de los resultados)



Por José Luis Perera

-  PRIMERA PARTE -
LA CARACTERIZACIÓN DE LA ETAPA

Cuando en "Lenin, la revolución y América Latina", Rodney Arismendi analiza el tema de las vías de la revolución, dice que deberemos delimitar dentro de qué perímetro obligatorio deberá manejarse toda previsión científica -ni oportunista, ni subjetivista- si intentamos fijar los contornos del método marxista-leninista. Y para ello, nos señala dos líneas de referencia principales:
- debemos situar concretamente nuestro análisis en la época histórica, captar sus tendencias fundamentales y la manifestación de éstas en el cuadro internacional;
- debemos caracterizar el aparato estatal -su configuración burocrática y represiva-, es decir, las posibilidades potenciales -armadas o no- de acceso al poder de las masas revolucionarias que encabezará la clase obrera.

Más adelante Arismendi habla de la previsión estratégica y advierte los peligros que acechan al partido de vanguardia de no seguir las coordenadas metodológicas para analizar el desarrollo histórico:

El desarrollo histórico -ni las revoluciones que lo aceleran- no se asemeja a un montón de casualidades, o de hechos imprevisibles. Por ello, las coordenadas metodológicas a que se remiten Marx y Lenin para prever la vía de la revolución no están situadas sólo en lo más inmediato y contingente; permiten la previsión estratégica. De lo contrario, el partido de vanguardia de la clase obrera descendería teóricamente hasta un empirismo sin horizonte, a la función de espejo de una práctica histórica que sólo puede reflejar con rezago. En vez de vanguardia, el partido revolucionario de la clase obrera se relegaría a una defensiva estratégica permanente, a la reacción tardía frente a problemas que una realidad compleja, difícil y abigarrada, siempre poco propicia a mostrarse sin velos, le estaría promoviendo, en un eterno curso de azares imprevisibles”.

Algo que por cierto también señalaba Lenin: “El marxismo exige de nosotros que tengamos en cuenta con la mayor precisión y comprobemos con toda objetividad la correlación de clases y las peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, siempre nos hemos esforzado por ser fieles a este principio, incondicionalmente obligatorio si se quiere dar un fundamento científico a la política”. (Lenin, “Cartas sobre táctica”).

Y sin dudas el primero de los aspectos (la caracterización de la época histórica) es muy importante, y cada vez más complejo de establecer, ya que la realidad planetaria cambia hoy en día a velocidades que eran difíciles de prever hace unas cuántas décadas. Podemos decir que los acontecimientos económicos, políticos y sociales que conmueven al mundo en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, se suceden a un ritmo vertiginoso, afectando cada vez más al mundo en su conjunto.

Por eso, una teoría revolucionaria no puede mantenerse estática, y debe ser permanentemente contrastada con la realidad, de lo contrario, corre el riesgo de estancarse y transformarse en una traba para avanzar.

AQUELLA REALIDAD HISTÓRICA

En el Informe de Balance del Comité Central del PCU al XVII Congreso (agosto de 1958), el primer capítulo se titula “LINEAMIENTOS DE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL”, y comienza con este subtitulo: “El tránsito del capitalismo al socialismo, rasgo distintivo de nuestro tiempo”.

Arismendi recordaba en dicho informe que “Lenin caracterizó nuestro tiempo como la época del derrumbe del capitalismo y de la victoria del socialismo. Las previsiones del marxismo-leninismo han encontrado una clamorosa confirmación en la realidad contemporánea. La revolución rusa de 1917 inició el proceso del tránsito del capitalismo al socialismo. La victoria de la revolución rusa dirigida por el Partido de los comunistas, encabezado por Lenin, cambió el curso de la historia universal.”

Arismendi se explayaba luego sobre el papel de la revolución rusa que el imperialismo había intentado ahogar en la cuna y luego mediante intervención militar, para finalmente pretender desterrarla de las relaciones internacionales. Pero aquella revolución “venció en la tarea de Hércules de construir la sociedad socialista”, decía el secretario general. “La antorcha de su ejemplo salió de las fronteras de un país para iluminar hoy la realidad de un sistema de Estados desde Praga a Pekín, con casi mil millones de habitantes en impetuoso ascenso económico y cuya producción rebasa ya el tercio de la producción industrial mundial”.

Y agregaba: “En 40 años, el mapa del mundo se ha encogido para el capitalismo, para sus relaciones de producción basadas en la explotación de los trabajadores y el sometimiento de los pueblos débiles o económicamente atrasados”.
Cuando uno lee un informe como este, por un lado debe hacer el esfuerzo para ubicarse en aquel contexto histórico-social, ya que sin duda la situación mundial ha virado 180 grados. Pero es necesario saber que sobre la base de este análisis (imprescindible si se quiere elaborar una teoría científica de la revolución) fue que el Partido Comunista de Uruguay elaboró sus Bases Programáticas y la Plataforma política inmediata. Un análisis esencialmente correcto para dicha época histórica, y que derivó en una estrategia esencialmente correcta, desde luego.
Pero hoy, como ya señalamos, la realidad es otra. Y si revisamos dicho documento, ya desde el subtitulo vemos la profundidad de los cambios ocurridos. Difícilmente podamos decir que el rasgo distintivo de nuestra época sea el tránsito del capitalismo al socialismo. La revolución rusa es historia, ya no existe la URSS ni el sistema de Estados socialistas que mencionaba el informe, “desde Praga a Pekín”, y difícilmente podamos calificar a este último como socialista.
Hoy tenemos un mundo multipolar, donde el sistema capitalista campea por todo el planeta, con honrosas excepciones como la valiente Cuba y algunos procesos que intentan caminar a los tumbos hacia sistemas diferentes.

Decía además el informe que comentamos: “Hoy, la clase obrera, al frente de las masas populares, ha llegado al poder en numerosos países de Europa y Asia; las ideas del marxismo-leninismo no son ya sólo el programa inspirador de la lucha de los trabajadores y de los pueblos oprimidos, sino la realidad triunfante de la edificación de un nuevo mundo”. 
Cincuenta y cinco años después, las masas populares en Europa y Asia ya no están en el poder, y por el contrario, luchan contra la explotación capitalista que pretende hacer recaer sobre ellas el peso de la crisis del sistema, porque ya el marxismo-leninismo no es la “realidad triunfante” en esos lugares.
Más adelante señalaba: “La victoria del socialismo en la URSS y la formación del sistema socialista mundial acentúan la crisis del sistema capitalista, uno de cuyos índices más notables es la quiebra de los imperios coloniales, el auge del movimiento de liberación nacional de los pueblos dependientes y la gravitación de estos pueblos en la política internacional”.
Sin duda que el panorama mundial cambió positivamente en ese aspecto y muchos pueblos lograron liberarse del colonialismo, pero el sistema capitalista logró recomponerse, para luego entrar en una nueva crisis actualmente. Luego de la segunda guerra mundial, China expulsó a los imperialistas, luego Viet Nam y Corea, y otros 700 millones de asiáticos y africanos rompieron sus cadenas coloniales y conquistaron su “independencia” política, aunque muchos luchan todavía por la independencia económica.
Decía también el informe que “El tercer índice a destacar consiste en el auge del movimiento comunista y obrero mundial”. Quien sostenga esto mismo hoy en día sería un delirante. El derrumbe de la URSS y todo el campo socialista provocó crisis en todos los partidos comunistas a nivel planetario, y algunos más otros menos, todavía luchan por salir. Y hoy en día en muchos lugares el movimiento social en general, los grupos anti sistema y organizaciones de toda índole ocupan el lugar en la lucha que antes cumplía el movimiento obrero organizado. “La era de los regímenes comunistas y partidos comunistas de masas tocó a su fin con la caída de la URSS, y allí donde aún sobreviven, como en China y la India, en la práctica han abandonado el viejo proyecto del marxismo leninista” nos dice el historiador marxista Eric Hobsbawm en “Cómo cambiar el mundo”.
El informe habla luego de “La lucha por preservar la paz”, y dice que “La realidad mundial se define hoy por la existencia de dos sistemas sociales contrapuestos, regidos por leyes antagónicas de desarrollo: el socialismo y el capitalismo. (...) La emulación y la competencia entre ambos sistemas cubre la escena contemporánea e influye decisivamente en la vida política internacional, sobre el pensamiento de los pueblos, sobre la acción de las masas, sobre las posibilidades de salvaguardar la paz mundial”.
Está muy claro que hoy en día no existen en la práctica dos sistemas sociales contrapuestos, y que la emulación y la competencia entre ambos ya no es posible y no influyen como antaño en la vida política internacional ni sobre el pensamiento y la acción de los pueblos. Aspecto que sin duda es bien relevante, ya que en su momento la confrontación de ambos sistemas en toda la vida social, económica, política y cultural de un sistema con otro, mostraba la capacidad del socialismo de desenvolver las fuerzas productivas y asegurar la felicidad de los hombres.
A este respecto señala Eric Hobsbawm: “Aquella crisis (la del capitalismo entre 1914 y finales de los 40) iba a servir para que muchos dudasen de si el capitalismo podría recuperarse. ¿Acaso no estaba destinado a ser reemplazado por una economía socialista tal como predijo el para nada marxista Joseph Schumpeter en la década de 1949? De hecho, el capitalismo se recuperó, pero no en su antigua forma. Al mismo tiempo, en la URSS la alternativa socialista parecía ser inmune al colapso. Entre 1929 y 1960 no parecía descabellado, ni siquiera para los numerosos no socialistas que no estaban de acuerdo con la parte política de estos regímenes, creer que el capitalismo estaba perdiendo fuelle y que la URSS estaba demostrando que podía superarlo. En el año del Sputnik esto no sonaba absurdo”. Pero enseguida agrega: “Que sí lo era (absurdo), se hizo harto evidente después de 1960”.

En 1956, el 20 Congreso del PCUS (Partido Comunista de la URSS) decía que se amplían las posibilidades del tránsito “pacífico” al socialismo, y menos de dos años después, 57 partidos comunistas aprueban una declaración proyectada conjuntamente por el PCUS y el PC de China. Allí hay un extenso párrafo acerca de las “vías”. Rodney Arismendi lo explicaba así: “Una breve introducción precede al texto. Se han creado en el mundo -dice- condiciones más favorables para la victoria del socialismo a raíz de los profundos cambios históricos, a los progresos radicales a favor del socialismo experimentados en la correlación internacional de fuerzas, y por la atracción de las ideas del socialismo en la clase obrera, los campesinos, trabajadores y la intelectualidad”. Hoy, esa favorable correlación de fuerzas a nivel internacional ya no existe, porque no existe siquiera el campo socialista.

BARAJAR Y DAR DE NUEVO
Lo que quiero señalar, es que un partido comunista elabora una teoría de la revolución, siguiendo la metodología marxista-leninista, en un contexto histórico determinado, con una caracterización de la época histórica, con un análisis pormenorizado de las correlaciones de clase a nivel planetario, con un análisis de la situación continental y regional y de los procesos revolucionarios de todo tipo que se desarrollan contemporáneamente. Lo correcto, sería volver a analizar la estrategia revolucionaria trazada, cuando ese marco histórico cambia tan radicalmente y cuando al menos habría que volver a caracterizar la época histórica.
Las preguntas que me hago, y que creo deberían hacerse todos aquellos que de algún modo tienen al marxismo-leninismo como guía para la acción, son las siguientes:
- ¿Es posible mantener la misma estrategia cuando el marco de época ha cambiado tan radicalmente?
- Cuando la URSS y todo el campo socialista dejaron de existir; cuando el mundo dejo de ser bipolar y pasó a ser multipolar, con el poder concentrado en manos del imperialismo y las trasnacionales; cuando se acabó la Guerra Fría y cayó el muro de Berlín, ¿No se hace necesario al menos revisar la estrategia y sus resultados para ver si es posible mantenerla o si hay que hacerle modificaciones?

El contexto internacional es hoy de derecha. La desaparición de la URSS y el campo socialista es un duro golpe para el pensamiento de izquierda en general (y mucho más para los comunistas en particular), por lo cual parecería necesario un nuevo análisis.

El síntoma Guille

Por Soledad Platero Puig “Es por el gobierno, ¿verdad?”, pregunta, en una media lengua que no voy a reproducir, el pequeño hermanito de Mafalda en una conocida viñeta. Se refiere al calor, que los mantiene a él, a Mafalda y a Felipe casi planchados en la vereda, recostados a la puerta de una casa. Mafalda, rápidamente, le aclara a Guille que es por el verano, y en el cuadro siguiente le explica a Felipe que el pobre Guille todavía no sabe repartir muy bien las culpas. Eso, que voy a llamar, “el síntoma Guille”, aqueja con demasiada frecuencia a la opinión pública. Las responsabilidades se diluyen en una queja vagarosa que no se atreve a palabras fuertes como “sistema” o “capitalismo”, pero da a entender que todo lo feo que puede golpearnos en la vida es culpa de los que gobiernan. Así, por ejemplo, circula en estos días por las redes sociales una imagen con un texto que dice “algo no funciona bien en un país donde el hijo de unos narcos recibe apoyo sicológico, asistencia consular, protección del INAU y escolta policial y la familia de Marcela, una nena de 16 años muerta en el mismo incidente, no recibe ni una llamada”. Tan monstruoso es el enunciado, tan aberrante la comparación, tan improcedente el reclamo que parecería innecesario atenderlo, pero la repercusión que ha tenido –y la reiteración de artículos que parecen seguirle el razonamiento– me lleva a pensar que merece cierta atención. El hijo de unos narcos (explico, para quien no sepa de qué estoy hablando) es un niño de siete años que iba en una camioneta que fue baleada. A raíz del ataque el niño vio morir a su padre y a su madre, ambos acribillados dentro del vehículo en marcha. Los tres ocupantes de la camioneta eran paraguayos. En el mismo incidente, o como consecuencia de él, murió también una adolescente de 16 años, atropellada por la camioneta, que se salió de la ruta e invadió el espacio peatonal.

Es evidente que las razones por las que el niño recibió escolta policial, apoyo sicológico, asistencia consular y protección del INAU se relacionan directamente con la circunstancia de su edad, su calidad de extranjero y el hecho de haber visto morir a sus padres. El INAU y el consulado paraguayo no intervienen por dadivosos sino porque es su obligación. La custodia policial de un niño que acaba de ser víctima de semejante ataque es, también, obligatoria. Debería ser obvio para cualquiera, pero parece que no.

En cuanto a la llamada a la familia de la adolescente, se podrá decir que un gesto de comprensión y solidaridad podría ser bien recibido (y en realidad, tengo mis dudas de que no fuera tomado como demagogia; me cuesta creer que en semejante situación alguien esté esperando llamadas o agradeciéndolas), pero de ninguna manera se puede decir que haya una omisión del Estado porque las autoridades, representadas por la institución que sea, no llamen a cada familia que sufre una tragedia sin comerla ni beberla. La familia de esa adolescente atraviesa lo inenarrable, el espanto puro, pero hay algo muy perverso en la idea de que se les está negando algo por no haberlos llamado y, al mismo tiempo, haber protegido al niño que iba en la camioneta.

Sin embargo, lo que más inquietante me resulta es la complicidad que hay entre esa idea y la que dejan traslucir las fuerzas del orden cada vez que hablan de un “ajuste de cuentas”: los que no hicieron nada malo, los que no cometen delitos ni andan en cosas turbias, no tienen nada que temer. Recordemos que Jorge Vázquez, subsecretario del Ministerio del Interior, decía, hace un par de años, que en Uruguay las probabilidades de ser asesinado son pocas si uno no integra el crimen organizado ni tiene problemas familiares. La muerte accidental de la niña, entonces, además de ser una fatalidad es, para muchos, una estafa. Murió alguien que no integra el crimen organizado ni tiene problemas familiares, y la pregunta es quién va a poner la cara, señor, porque alguien se tiene que hacer responsable.

Digamos que subyacen a esta confusión dos errores graves: uno, el de pensar que si alguien anda en algo turbio (por ejemplo, ser hijo de personas pasibles de ser acribilladas) o tiene problemas familiares (es víctima de violencia doméstica, tiene un pariente que se sicotiza) tiene probabilidades altas de morir, y, en definitiva, se lo merece; otro, el de pensar que la violencia que se desata entre delincuentes o entre parientes que se pelean no va a lastimar a nadie más allá del círculo de involucrados.

Días atrás, el sociólogo Rafael Paternain, ex director del Observatorio de Violencia y Criminalidad, indicaba, en una nota divulgada en Facebook, que la estrategia de combate al narcotráfico mediante la represión del menudeo y la intervención “preventiva” en “los barrios donde viven los delincuentes” (las comillas no remiten a Paternain, sino a lo que han dicho los jerarcas del Ministerio del Interior para explicar la estrategia anunciada) era un error, porque aunque los hechos de violencia se produzcan con más frecuencia en los barrios pobres, los hilos que sostienen las redes delictivas se tejen en otros lados y se anudan en los lugares de poder. Llevar el combate al narcotráfico a los “barrios de delincuentes” (voy a pasar por alto, a propósito, lo que hay de estigmatizante en el concepto, porque dadas las circunstancias lo del estigma me parece un problema menor) es mirar los fenómenos de la delincuencia y la violencia con mirada territorial, y no social. Y la mirada territorial es siempre militar: es la que vincula ojo y objeto, la mirada de la máquina que escanea una superficie, reconoce las zonas rojas, encuentra los peligros potenciales y, eventualmente, los elimina. Es una relación binaria sin lugar para el sujeto, para las interpretaciones o para las hipótesis sofisticadas. Es la mirada que tendría una aspiradora, si tuviera ojos.

Que la Policía tenga esa mirada es malo, pero esperable, puesto que integra las fuerzas de seguridad y cada vez más se parece a un cuerpo militarizado preparado para el restablecimiento masivo del orden en territorios urbanos y para el control de poblaciones. Lo que es desastroso es que esa mirada sea la del Estado en su conjunto, y más desastroso todavía es que sea esa la mirada de la sociedad. (Antes de seguir quiero hacer notar que las intervenciones sanitaristas son otra forma de lo mismo: mecanismos para mantener los cuerpos en estado de higiene, evitando la proliferación de enemigos indeseables).

“Nadie habla de los inocentes”, se dice, como si sólo los inocentes fueran dignos de la vida y la protección social. Comienza entonces una batalla para ver quién da más datos sobre “los inocentes” (qué hacían, qué les gustaba comer, cómo los recuerdan los amigos), como si en esa visibilización de lo que nos fue robado pudiéramos cobrarnos la injusticia de la muerte. Es un lamento desgarrado que se lanza a los cuatro vientos con la ilusión de que lastime los oídos de los que deberían cuidarnos y no lo hacen. Pero al mismo tiempo esconde un mensaje siniestro que es el de la indiferencia: no importa si mueren los malos, mientras la metralla no me roce. Y la única forma de garantizar (todo esto es ilusorio, por cierto) que no nos roce es reclamar más intervenciones territoriales, más controles, más vigilancia. Así como los países víctimas del terrorismo votan el estado de excepción para combatirlo, así como las epidemias habilitan cuarentenas y sacrificios, así el narcotráfico se convierte en la palabra mágica para no sólo permitir, sino exigir, más acciones represivas disfrazadas de prevención.

Pero se sabe muy poco de las formas en que circula el dinero del delito (recordemos que nadie nos pregunta, a la hora de comprar un auto, si conseguimos la plata vendiendo droga o ahorrando un porcentaje del salario), y estamos acostumbrados a respetar al rico (por cierto, mucho más que al político, que siempre tiene algo de pelele al servicio del verdadero poder). Estamos siendo acunados desde hace décadas con la canción del riesgo, el emprendimiento, la viveza y el éxito, y queremos divertirnos con la tranquilidad de que alguien nos cuida. Por eso, cuando cae alguien que no debía caer, nos sentimos estafados. No hubo indignación ciudadana por la muerte de un bebé de quince meses en un ajuste de cuentas. ¿Cómo indignarse, si estaba en brazos de alguien que, seguramente, andaba en malos pasos? Ya se nos explicó que para estar tranquilos tenemos que portarnos bien, y algunos, evidentemente, no se portan bien.

El resultado de esta infantilización de la ciudadanía sólo puede ser una sociedad cada vez más fascista y más excluyente, en la que sólo tendrán voz los que, como el hermanito de Mafalda, no saben (ni quieren saber) en dónde buscar razones o responsabilidades.

lunes, 15 de febrero de 2016

El retroceso civilizatorio

Por Marcelo Marchese
Hace una semana en Arabia Saudita se apresó a uno de esos narradores orales típicos del mundo árabe, un heredero de los confabulatori nocturni que nos legaron la obra capital de la literatura fantástica, Las mil y una noches. El narrador fue apresado a causa de un relato donde un propietario pretendía expulsar a una arrendataria de su tierra, proceso en el cual la viola. 
 
La violada logra, sin embargo, matar al violador y a los nueve meses da a luz, lo cual origina que un representante de la religión venga a llevarse al bebé, entablándose una lucha donde muere dicho representante. Esto lleva a la entrada en escena de la policía, que golpea a la víctima hasta dejarla inconsciente (la policía de todo el mundo, al parecer, practica la misma metodología) y luego construye un montaje para inculpar a la víctima (la policía de todo el mundo, al parecer, practica la misma metodología) por el cual le coloca un cartel que dice “¡Viva el EI!”. Llevan a esta mujer al juez, quien la condena a la horca, pero como la mujer del cuento es una maga, o si usted prefiere, una bruja, logra engañar al juez, que se coloca a sí mismo la soga en el cuello y muere. 
 
Los nobles señores, de moral irreprochable, que habían llevado a sus hijos a la plaza donde el narrador hacía su cuento, esos mismos que uno que vivió en el mundo árabe hace dos mil años trató de “sepulcros blanqueados”, se levantaron indignados contra tanta violencia y acudieron al juez que dictó la obvia sentencia. Para acallar posibles objeciones, uno de los principales representantes de la adecuada forma de pensar, un teólogo de barba y turbante que vive, como buen perro guardián, a la sombra del poder, alegó que el criminal se tenía bien merecida la cárcel pues uno no debería decir lo que se le antojara y debemos poner un límite a lo que se dice toda vez que dañe a terceros o se haga apología del terrorismo.

Todo esto es repudiable y el amable lector estará de acuerdo conmigo. Ahora le pregunto si le resultaría igualmente repudiable si yo reconociera que todo lo que he dicho es irreprochablemente verdadero salvo un detallecito (a los escritores y a los políticos y a los maestros se les ha permitido mentir) y es que el lugar del crimen no fue Arabia Saudita sino una de esas tierras a las cuales los musulmanes regalaron su civilización. El teólogo del cuento, más preocupado en los límites a la libertad de expresión que en la libertad de expresión ¡Válgame Dios! es el filósofo Fernando Savater. Éste, me temo, es uno de esos hombres que puesto a elegir entre un motor y un freno para dar la vuelta al mundo, elegiría el freno sin dudarlo.

Este asuntillo de la cárcel para los titiriteros de Madrid que representaron su obra en pleno Carnaval, tiene un trasfondo vinculado al temor que la derecha siente ante el avance de una fuerza nueva como Podemos y está directamente relacionado con la complejidad de las alianzas políticas habida cuenta que nadie tiene mayoría. En conclusión, la derecha no ha dudado en sacrificar a modo de chivos propiciatorios a los titiriteros toda vez que pueda apelar a la España de “¡Vivan las caenas!” para empujar al PSOE a una alianza con ella. Pero ese trasfondo, innegable, tiene otro más amplio, la arremetida autoritaria que azota al mundo occidental. Veamos las características de esta arremetida estudiando los argumentos que justifican el encarcelamiento de los artistas.

Savater arguye que la libertad de expresión debe tener un límite y pregunta si el líder de Podemos se opondría a que se encarcelara al autor de un libro como “Mi Lucha”. La referencia a “Mi Lucha” en un personaje como Savater es inevitable y demuestra el carácter limitado de su imaginación, carácter subsidiario con su desprecio a la libertad de expresión. 
 
Se ha reeditado hace poco en Alemania “Mi Lucha”, en una edición acribillada de notas y prólogos y todo lo demás. ¿Es “Mi Lucha” el libro más perverso de la Historia? Puede ser. Para mí es todavía peor, y cien mil veces más peligroso, “La República” de Platón (sin el cual “Mi Lucha” ni existiría) y puedo decir que es más peligroso porque pude leerlo, pues existe una cosa llamada libertad de expresión que permite que se publique un libro en donde un sujeto argumente que es necesaria la mentira para mantener dominados a los ciudadanos, que los jefes deben administrarla como si fuese una medicina y donde propone que a través de trampas sofisticadas, los más perfectos procreen a los futuros ciudadanos. Me estoy refiriendo, por supuesto, al libro de Platón, no al de ese otro que no sabía ni escribir ni pintar ni cortarse el bigote razonablemente. Este Platón argumentaba a la postre que lo mejor para una ciudad era ser gobernada por los filósofos. Seguramente, que él mismo fuera filósofo no tiene nada que ver con la conclusión a la que arribó tan alegremente. 
 
Bien ¿por qué defiendo el derecho irrestricto de Platón a decir los disparates más abominables? Por un lado porque nos permite entender a su época y a los filósofos que mamaron de él como de una vaca sagrada, pero más importante todavía es la necesidad de permitir que las ideas surjan libremente para que la humanidad las adopte, las rechace o las distorsione según sus propias necesidades históricas. La defensa de la libertad de expresión parte del principio del respeto a la inteligencia de la humanidad. Por otra parte no he logrado descubrir quién sería ese ser perfecto que podría detectar qué ideas serían benéficas para nosotros y cuáles peligrosas ¿El lector lo conoce? ¿Sería acaso, la mayoría? Una idea se hace carne en el hombre cuando las necesidades históricas la reclaman. Las únicas formas de desterrar una idea maligna es ora demostrando su malignidad, para lo cual es necesario rebatirla y conocerla; ora transformando las circunstancias históricas que la generaron. Si impedimos a la gente expresarse libremente, acaso por causa del miedo nos perdamos alguna forma de pensar que nos lleve a mejorar esta dudosa vida que llevamos.

¡Pero todo debe tener un límite! ¡A ti no te gustaría que te difamaran”. No hace mucho me tocó ser difamado por un sionista, a quien quedé agradecido por considerarlo un alto honor. Defiendo el derecho del difamador a tirarse a un pozo de excrementos con toda libertad. Para mí es suficiente castigo la fuerza de los argumentos, pero entiendo el derecho del difamado a llevar a juicio al difamador si quiere perder el tiempo de esa manera. Así que salvo ésta, la difamación, no acepto ningún límite a la libertad de expresión, entendida como la libertad de expresión de ideas, y si le pusiéramos límites a la libertad de expresión de ideas ya no podría llamarse libertad de expresión de ideas, sería un derecho a la expresión condicionada por el bien, por la mayoría o por la paz universal.

Mas he aquí que detrás del argumento de los límites a la libertad viene reptando el relativo a la violencia desplegada por los titiriteros en una obra para niños. Que la obra en sí no fuera pensada para niños no viene a cuento, pues lo importante aquí son las razones de esta arremetida intolerante que sólo aceptaría obras para niños ayunas de violencia, es decir, aceptaría esas obras que los niños sólo ven obligados por unos padres previamente derrotados. Una obra infantil (o para adultos) sirve de algo si incluye conflictos, luchas de valores y por lo tanto violencias que no son otra cosa que la proyección de las luchas interiores del espectador a escena. Los best sellers de la literatura infantil son los Cuentos de Grimm y Las mil y una noches. Originalmente a las hermanas de La Cenicienta la madre les cortaba los dedos de los pies y los talones para que encajara el zapatito, mas las medias blancas se teñían de rojo y las delataban. Para completar el castigo los pajaritos, amigos de La Cenicienta, las dejaban ciegas. El niño que escuchaba este cuento quedaba fascinado por el triunfo del bien y el castigo del mal. Luego, los maestros y otros prohombres lograron atenuar los aspectos macabros del cuento primitivo, lo edulcoraron y lo castraron y lo hicieron algo más o menos inservible. En cuanto a Las mil y una noches, el cuento central que incluye infinitos cuentos habla de un tirano sanguinario y misógino que asesina a una mujer cada noche, hasta que la heroína lo engaña y logra curarlo y salvar a su pueblo con la fuerza de su poesía. En el reciente éxito adolescente Harry Potter aparecen violencias por doquier y mueren una cantidad de personas buenas, malas e intermedias. El propio Harry Potter es aborrecido en más de una ocasión, y difamado. Es huérfano, pues han asesinado a sus padres, y todos los sinsabores y las violencias que debe sufrir y superar, incluyendo las torturas propinadas por la directora del colegio, explican la adhesión del público.

En síntesis, el argumento de la protección a la infancia basado en evitarle obras de arte que contengan violencia, es una paparrucha que no resiste al empuje del más leve airecillo y niega, para colmo, a Los tres chiflados, El Gordo y el Flaco, Tom y Jerry y La Biblia. Pero atención que viene la frutilla de la torta argumental dando saltitos: se usa un cartel que dice algo en defensa de ETA. Que sea un policía el que coloca ese cartel sobre la víctima, parece ser intrascendente. Nos topamos con algo muy, pero muy anterior al neanderthal, la incapacidad de comprender una simbolización. Tarantino fue acusado de racista por hacerle hablar a un personaje racista de modo racista. ¿Cómo pretenden estas gentes que hable un personaje racista? Así que no hablamos ya de difamación. No hablamos de la exposición de una idea en un artículo periodístico. Hablamos de la condena a una expresión artística, el colmo del delirio autoritario, el deseo de dominar la creación más elevada y terapéutica del ser humano. Esta persecución se aúna a la que deben vivir los humoristas cada vez que hacen un chiste ofensivo para con los negros, los gordos, los flacos, los gay, los gallegos, los turcos o los judíos y se aúna a la persecución que sufre cualquiera que diga puto en vez de gay, negro en vez de afroamericano y bufarrón en vez de “hombre que satisface a otros hombres a cambio de dinero o bienes de algún tipo”. Cuando el autoritarismo se mete con las palabras es indicativo de que estamos tocando fondo. Esa es la situación en la que estamos. Los guardianes de la libertad y la democracia con la mano derecha bombardean a los bárbaros y con la mano izquierda nos arrebatan las libertades que hemos conquistado a costa de mazmorras, autos de fe, potros de tormento y revoluciones sangrientas. El retroceso civilizatorio nos arrastra a la necesidad de defender los principios elementales que reconquistamos hace dos siglos. Y estamos recién en el inicio del reflujo que nos llevará a la Era Tenebrosa. Se trata de luchar por sostener el derecho a hablar, a usar del lenguaje con libertad, a reír, a liberar la imaginación y se trata en suma de luchar por mantener una tradición que lleva mucho más que dos siglos, el Carnaval, ese reino mágico donde por un breve lapso cambia el eje del mundo y se subvierten todos los valores.