Desde
el poema de Cardenal que le sirve de acápite, queda claro que La
experiencia tupamara1
se escribió contra algunos, aclaración útil sólo para aquel
lector que no hubiera accedido a la significativa difusión mediática
que alcanzó el título.2
Esta expresa destinación a personas no disminuye en nada ni la
enjundia ni el alcance de la obra. Ya cunde como lugar común que
“siempre se escribe pensando en alguien”. Esa personalización de
la destinación ha alcanzado rango de criterio en razón del ascenso
explicativo de la percepción discursiva de la inteligencia. No se
trata de la mera imputación intencional, sino de "la
construcción del otro” que habilita la destinación política. No
todo discurso se constituye a partir de un yo subjetivo contrapuesto
a otro, puesto que el discurso científico no lo necesita y la
ficción inscribe la verdad de todo otro en el propio sentido
enunciado. Más allá de esas inscripciones genéricas, ningún
discurso subsiste sin requerir virtualmente, en menor o mayor grado,
la intervención de esas distintas posibilidades enunciativas.
La
riqueza del relato de Zabalza integra entre sí no sólo esas
distintas vertientes del discurso, sino que las incorpora ante todo a
un relato que trasciende tanto la crónica como el ensayo, al tiempo
que incursiona incluso por la senda del testimonio. Esa preeminencia
del relato sobre la indagación (que por estos lares se suele
denominar “investigación”), coloca la experiencia a que refiere
el título bajo la férula de una primera persona, que incluye la
imputación del otro, pero no la desliga del planteo crítico de sí
misma.
Por
momentos pareciera que esa lectura en clave de decisión propia exime
a aquellos mismos que somete al escarnio histórico. Surge cierta
oscilación entre distintos pasajes e incluso capítulos del libro,
donde se presenta a los imputados bajo una luz explicativa que
suaviza la acusación, mientras en otros -particularmente en el
desenlace del proceso político, se los descalifica ante un rasero
moral.3
Un efecto -o defecto- de traducción puede explicar esa diferencia.
La edición en español del libro de Derrida Voyous4
traduce el mismo título por Canallas. Voyous debiera,
ante todo, ser traducido por “malandros”. El propio Derrida al
referirse a su adolescencia en Argel, califica al grupo de amigos que
integraba como voyous. Difícilmente alguien pueda colocar su
propia adolescencia y las picardías de un grupo de chicos de liceo
bajo el calificativo de “canallas”. El término “canalla”
encierra un calificativo moral que en el caso de “malandros” se
diluye bajo la mera imputación de una conducta indebida.
La
diferencia entre “canalla” y “malandro” no es menor con
relación al contenido del libro Voyous. Los “nominados” a
la indignidad no son, como en el caso de La experiencia tupamara
un presidente funambulesco y un ministro vituperado, sino los
protagonistas de la 2a. Guerra del Golfo: Sadam Hussein y George
Bush. El lector se preguntará en este punto porqué semejantes
personajes merecerían -más allá del socorro que le solicitó
Tabaré Vázquez al segundo- el epíteto más tenue de “malandros”,
antes que el calificativo cargado de condena moral de “canallas”.
La razón de tal disminución de la carga de epíteto estriba en que
para Derrida la imputación se dirige ante todo a la razón moderna y
a su eficacia tecnológica. Tal como un delincuente prospera en un
ambiente social que desvía su conducta, estos “malandros” son
meros efectos singulares de un despliegue de la criminalidad
intelectual. El afán de Derrida consiste en esa obra, según sus
propia palabras, en “salvar el honor de la razón”.5
El
dispositivo explicativo que pone en obra Zabalza en La experiencia
tupamara procede en el sentido contrario a una imputación de la
racionalidad involucrada en el proceso social. Por esa misma razón
debe incluir a sus malandros/canallas en una desviación ocasional y
superable de un único proceso histórico (siempre y cuando
“historia” se entienda aquí como “relato”, como no puede ni
debiera ser de otra forma). En cuanto Zabalza incluye el proceso que
relata en una condición que merece una única lectura, no puede
dejar de presentar a sus imputados sino como malandros de poca monta.
Alternativamente, en cuanto incluye a esos mismos imputados en una
actualidad vigente, no puede dejar de describirlos como canallas que
traicionan la memoria de los compañeros heroicamente caídos.
La
razón de la oscilación que manifiesta la imputación que dirige
Zabalza a Mujica, a Eleuterio Fernández y al grupo que los rodeó en
el gobierno y ahora en el MPP, proviene de que el mismo autor
defiende la índole indivisible de la etapa de “revolución
socialista de liberación nacional”.6
Al oponerse, al igual que los trotskistas en su momento, a la
división de la etapa revolucionaria que provino de la doctrina
estalinista de “construcción del socialismo en un sólo país”,
se opone asimismo a la división entre la construcción del
socialismo por un lado y la progresión democrática burguesa por el
otro, tal como lo predicaban los partidos comunistas bajo la férula
de la Unión Soviética.
La
oscilación primigenia que afecta a la figura de los principales
imputados y su banda colateral, proviene por lo tanto del
substancialismo del planteo, en cuanto la presentación de la
sociedad requiere una “caracterización” que personifique un
rostro de etapa: es decir de sentido divisado desde un punto de
vista. Como el proceso no puede ser unívoco sin caer en el
“mecanicismo”, debe ser contradictorio per se, como es en
sí mismo contradictorio, nadie está a salvo de los avatares y
desviaciones, ni Zabalza ni sus malandros/canallas. La oscilación
que afecta al lugar de los imputados corresponde a una inestabilidad
que fatalmente aqueja a la reflexión, cuando se la debe suponer al
mismo tiempo partícipe y distante de una substancia (social en este
caso), incluso y sobre todo cuando tal substancialismo pretende darse
aires dialécticos predicando la “complejidad de la realidad”,
tal como era de uso en el marxismo soviético-uruguayo.
El
libro de Zabalza prescinde de tomar a cargo la situación teórica
actual del marxismo, en particular, su pasaje de vector
político-ideológico a literatura conceptualmente estimulante, tal
como sucedía en los años 50/60 con la tradición anarquista. Sin
duda todas estas tradiciones integran el acerbo de la posibilidad
crítica, pero desde el punto de vista conceptual, es necesario
registrar que la noción de ciencia (¿qué sería un marxismo no
científico?) ha abandonado la posición rectora en el plano de la
teoría, incluso y en particular, por su actual subordinación a la
tecnología. En un mundo determinado por los artefactos protéticos
que nosotros mismos construimos, la cuestión del accidente y el
avatar que generamos con nuestras decisiones, adquiere mayor
gravitación que una supuesta “necesidad objetiva” de la
naturaleza o la sociedad. De ahí que la teoría se ocupe, por
ejemplo en Agamben, bastante más de la oscuridad que de la
claridad.7
Esta
anotación crítica respecto al texto de Jorge no apunta a
descalificarlo, sino ante todo a dar cuenta de una dificultad que
presenta en su articulación explicativa central, adjudicada al
modelo político batllista. Este modelo que se califica en el libro
como “amortiguador”, no sólo provee el fundamento del
surgimiento del MLN Tupamaros con un sesgo “hereje”
(contraponiéndose, como se sabe, a las recomendaciones del propio
Che Guevara para el Uruguay), sino que provee el contexto subyacente
a la explicación que se propone de la derrota de la guerrilla (su
distancia respecto a su retaguardia y la imposibilidad de percibirse
a sí misma como retaguardia de la insurrección), e incluso provee
la inspiración política que una nueva propuesta amortigudora (el
“modelo neoliberal con asistencialismo social”).
El
modelo político “amortiguador” del batllismo no se presenta, sin
embargo, como efecto de una articulación constitutiva y
cristalizada, sino por contraposición a un “auténtico conflicto
de clases”, que habría sido hábilmente camuflado inicialmente por
su fundador y luego por su sobrino y sucesor histórico, Luis Batlle
Berres.8
Toda la entidad que se le atribuye al modelo político batllista
consiste en su capacidad para ocultar la dominación capitalista y
para derivar dos coyunturas económicas internacionales, en provecho
de una institucionalidad que mistificaba esa misma dominación de
clase.
El
substancialismo explicativo que antepone al análisis particularizado
el esquema conceptual de una sociedad regida por la “lucha de
clases”, convierte al “modelo batllista” en un artilugio
pergeñado desde una cúspide institucional. La propia pervivencia
que anota el texto del modelo “amortiguador”, en particular en un
contexto donde el conjunto de los partidos al presente reivindican
cierto post-batllismo, debiera llamar a mayor cautela crítica. Si la
sensibilidad batllista de la sociedad uruguaya ha sido más longeva
que el influjo soviético y marxista, habría que preguntarse qué
elementos característicos, ya no de la experiencia tupamara, sino en
particular de la experiencia uruguaya como tal -es decir de 1830 al
presente-, han influido para configurar esa permanencia, sobre todo
si se la considera al día de hoy mera impregnación histórica.
Llevado
por una pulsión explicativa que proviene de un dispositivo
epistémico esquemático, Zabalza debe justificar las características
del tránsito hacia el socialismo en el Uruguay en determinada
labilidad política del batllismo. De ahí} que trate como un modelo
de dominación política lo que proveyó ante todo un modelo de
sociedad, que no en vano denominamos “sociedad batllista”. Esa
“sociedad batllista” no es otra cosa que la cristalización de la
modernidad uruguaya, iniciada por el propio militarismo del último
cuarto del siglo XIX, que en particular, combatió -incluso con las
armas en la mano- el propio José Batlle y Ordóñez. El mismo fue a
su vez combatido dentro de su partido, por una derecha conservadora y
recalcitrante, así como debió incorporar reivindicaciones, en
particular relativas a los derechos políticos, por las que lucharon
sus adversarios nacionalistas.9
Esta construcción se asienta a su vez en el país “ponsombiano”
al que alude el propio Zabalza en el libro, siempre en equilibrio
inestable entre poderosos vecinos, sujeto ante todo a su propia paz
institucional interna, generando un pactismo interpartidario que
derivó en un “sistema político de fracciones” -como lo
subrayara Sartori. Todas esta anotaciones y muchas otras que podrían
agregarse, no sólo intervienen en la configuración de la sociedad
batllista, sino que explican determinados aspectos del proceso del
MLN-T tanto en sus éxitos como en sus fracasos, como conviene
abordarlo más adelante.
Llegados
a este punto, el lector podría preguntarse si no alabamos el libro
para cuestionarlo después más acerbamente. Es preciso entonces
señalar porqué le dedicamos este análisis.
En
primer lugar, más allá del desprestigio que acarreó para el MPP la
política en derechos humanos y la retrógrada redistribución del
ingreso que primaron bajo la presidencia de Mujica, la presentación
de La experiencia tupamara culmina cierto proceso de
manifestaciones contra el sector de Mujica que proviene de la propia
colectividad histórica tupamara, en particular una declaración
contra el monumento de “reconciliación” entre “ex-combatientes”
-subterfugio propiciado por el propio Mujica. La participación en la
presentación del libro en cuestión de Samuel Blixen, Daniel
Viglietti y Miguel Angel Olivera, además de una significativa
concurrencia de cientos de personas, estamparon con claridad que la
asimilación del gobierno de Mujica a una expresión global de
“ex-tupamaros” fue ante todo una operación mediática que
benefició particularmente a la derecha y a los propios
involucrados.10
En
segundo lugar, el libro contribuye con dos elementos claves para
elaborar un nexo conceptual atinado entre “la historia reciente”
y el presente: establece de forma precisa y contundente que el
pragmatismo teórico del MLN abrió el cauce a su militarismo pero
también al oportunismo político que luego se manipuló, desde el
MPP y el Frente Amplio, para elaborar una tergiversación política y
mediática. Ese inmediatismo del planteo teórico sirvió asimismo,
según consta repetidamente en el mismo libro, como fundamento de un
aparatismo que tergiversó la significación de la acción política,
en particular si se la entendía como expresión de una participación
protagónica.
Conviene
citar el pasaje porque significa (y desde siempre significó) el
cruce del Rubicón teórico dentro del MLN-T:
“La
postergación del debate ideológico a partir del principio “la
acción nos une”, y el verticalismo político, solamente sirvieron
para mantener en estado de latencia las diferencias de concepción
revolucionaria que coexistían en el MLN-T; ellas afloraron
explosivamente con la derrota, en las cárceles y en el exilio, dando
lugar a enfrentamientos muy crudos y nada f raternos. Esa
postergación in aeternum es, asimismo, una de las causas que
subyacen en la actual renuncia a los prinicipios revolucionarios por
parte de los ex-guerrilleros que hoy gobiernan al Uruguay”.11
En
tercer lugar es necesario defender esa latitud autocrítica del
“tambero” tanto de algún cuestionamiento sesgado como de algún
elogio desubicado. La crítica que se dirige al mismo libro desde La
Diaria12
pretende que se trata de “un libro más sobre los tupamaros”,
como si dijéramos “una película más de cow-boys”. Sería más
perspicaz que la crítica se preocupara por saber porqué la cuestión
del MLN-T sigue ocupando la parte del león de las publicaciones.
Sería algo así como preguntarse porqué siguen haciéndose films
yankees sobre la mafia o libros franceses sobre “La
Révolution Française». Mal que les pese a los que quisieran que el
presente uruguayo tomara como punto de partida 1983, pareciera que el
público presenta una sugestiva predilección por lo que pasó un
poco antes -pese, hay que concederlo, a la espantosa calidad y muchas
veces peor intención, de gran parte de los libros “sobre
tupamaros”.
Por
otro lado, el elogio que le dirige Néstor Kohan en la propia
introducción se equivocó de país. Es cierto que nos separa de la
Argentina un “charco”, pero sólo geográficamente. El desarrollo
del pensamiento contemporáneo que han conocido nuestros vecinos, en
particular en el núcleo intelectual bonaerense, está a las
antípodas del contexto intelectual y académico uruguayo. Acá todo
es “Ciencia y Tecnología” (al servicio del país
“agrointeligente” de Mujica y en desmedro de la potabilidad del
agua que tomamos), mientras el cuestionamiento foucaldiano del poder
cunde por una vía silvestre, del que la academia apenas comienza a
tomar nota como un “dato mediático”. Contrariamente a la
inclinación cosmopolita del mundo porteño, más allá de cierta
farándula, allí cunde -fuerza es reconocerlo- un prurito de
actualización crítica. La sensibilidad uruguaya ha registrado el
cuestionamiento de la modernidad como un peligro para sus estados de
equilibrio institucional, ya que este país (Zabalza dixit),
está constituído sobre una amortiguación del conflicto. Imagínense
que se le anuncie el fin de la racionalidad moderna y de la
regulación institucional!! Por momentos pareciera que Kohan no
hubiera leído el libro, a no ser para justificar su dogmatismo
maniqueo, en particular cuando la emprende contra “posmodernos y
autonomistas”, mientras el propio Zabalza no hace sino reivindicar
la autonomía militante de las bases (lamentando incluso que no
hubiera podido entenderse así en los 60')!!13
Finalmente
entiendo que al planteo de Jorge habilita algunas interrogantes a
partir del concepto de “tupamplismo”. Contrariamente a la
recepción inmediata del mismo, no se trata tan sólo de un mote
dirigido a los impostores (¿malandros/canallas?), sino también de
un significado, como lo hemos aclarado oportunamente. El concepto de
“tupamplismo” se opone en particular, a la lectura del batllismo
que hace Zabalza. No porque desde cierta post-fijación del
“amplismo” se defienda un retorno al batllismo, o ni siquiera la
posibilidad de un post-batllismo, sino sobre todo porque sin entender
como esa nostalgia modernista y bienpensante de un “país ejemplar”
limita nuestra idiosincracia, es imposible entender el proceso
político desde la crisis del mismo modelo batllista.
En
particular es imposible entender el mismo crecimiento y auge del
MLN-T, como justamente lo señala Zabalza, en razón de la ofensiva
derechista desatada por el pachequismo y cuando “la orga” no
representaba más que un puñado de militantes (algo así como 200 a
fines del 67').14
La insignificancia cuantitativa del MLN-T anula la verosimilitud de
una continuidad entre la autodefensa de los sectores explotados y la
acción directa preconizada por un planteo foquista. Para que una
innovadora “propaganda armada negativa” (propalada por los mismos
medios de prensa de la derecha) haya volcado a miles de militantes a
las filas del MLN entre agosto de 1968 y fines de 1970, tiene que
haber intervenido la reacción de una sensibilidad cargada de valores
de democracia social -que permitían “decodificar” el mensaje de
la rebelión a partir del mismo formato mediático de la dominación.
El germen del tupamplismo estuvo, entonces, en la propia indignación
desesperada que buscó en la lucha armada una respuesta a la agresión
totalitaria de la sensibilidad uruguaya, condenada en el marco de la
Guerra Fría entre bloques mundiales, es decir en una etapa
totalitaria de la modernidad, a recluirse en el “Patio Trasero de
EEUU”. Desechar la sensibilidad democrática de la sociedad
batllista , el sentido de los derechos sociales y la dignidad pública
-agredidos ante todo por el “coloradismo” de Pacheco, como
elemento nutriente de la rebeldía que encabezaron los tupamaros en
los 60', equivale a “arrojar el bebé con el agua sucia del baño”.
La
reivindicación que hace Zabalza de Sendic parece plenamente
justificada, sobre todo porque lejos de presentarlo como un
“intelectual comprometido” o un “líder campesino”, subraya
en la mayor parte de los pasajes que le dedica, la diferenciación
que introduce “el Bebe” entre democracia social y democracia
política. El punto culminante de esta trayectoria que es la mejor
traducción tupamara (toda traducción se ejerce sobre una tradición)
del “amplismo” batllista (una visión universal de la integración
social), es el episodio que el libro relata como “la Noche
Triste”.15
Esa marginación del fundador del grupo dentro del propio grupo,
provino del papel protagónico que daba Sendic a los movimientos
sociales, surgidos bajo la lucha antitotalitaria, en su planteo de
“Frente Grande”. Empeñados en sobrevivir como aparato dentro de
otro que veían como “la madre de todos los aparatos” (el sistema
político) los tupamplistas ya desembozados decidieron
integrarse al Frente Amplio.
Aunque
el “tambero” asume su propia autocrítica por la “Noche
Triste”, no toma a cargo la cuestión del ingreso al Frente Amplio,
que fue la cuestión clave de ese período. Conviene recordar que la
discusión sobre el Frente Amplio fue dada como tal por las bases del
MLN-T en el 86', que la decisión de ingresar significó sacrificar
la tradición tupamara en aras de la sobrevivencia política de (y
en) un aparato, que Sendic hizo un planteo alternativo a través del
“Frente Grande” y que algunos se retiraron del MLN-T por el
ingreso al Frente Amplio (en algún caso, no porque significara
“traicionar la lucha armada”, sino por el contrario, porque
significaba traicionar la suma legada por las luchas de los
60' (las guerrillas) y de los 80' (los movimientos sociales).16
En aras de una sobrevivencia política formal imbuída ante todo de
pragmatismo aparatista, los tupamplistas comenzaron, con el
ingreso en el Frente Amplio, a tejer el aparato canallesco de “la
fuerza que construyó el Pepe”.
En
un reportaje que sigue a la presentación de La Experiencia
Tupamara el periodista le pregunta a Jorge acerca del
involucramiento, entre familiar y político, que significa su vínculo
personal con Henry Engler.17
Jorge responde con soltura y debidamente a un pregunta pertinente
ante un público masivo, pero ingenua para quien cuente con cierta
experiencia política: no sólo diferencia el vínculo afectivo del
político, sino que además señala sobre el plano personal, el apoyo
que recibió de Engler en momentos de un difícil trance de salud.
Sin embargo no presenta la misma transparencia la respuesta que da,
en el mismo reportaje, a la cuestión de su vínculo con ex-tupamaros
que formaron parte del gobierno de Mujica y posiblemente del actual
de Vázquez. Señala que más allá de su condena acérrima a las
actuaciones de Mujica y Eleuterio Fernández, también se reúne a
veces para discutir, con otros ex-compañeros, que forman parte del
grupo en torno a Mujica. Engler forma parte políticamente de ese
conjunto imputado/escuchado por Zabalza.
La
condición canallesca del tupamplismo no proviene del plano
moral, ni del oportunismo institucional o el beneficio personal
obtenido, como tampoco de haber abandonado una senda que otros
transitaron heroicamente hasta la muerte (todas contingencias propias
de la vida social y pública), sino de haber pretendido encarnar una
continuidad coherente entre la lucha más allá de las instituciones
-protagonizada en particular por una “admirable alarma”
anti-totalitaria de cientos de miles- y el oportunismo
mediático-electoral. No se trata de traidores morales, sino de
canallas ideológicos. Jorge ha contribuido en mucho con este último
libro suyo a aclararlo. El legado tupamaro de una lucha contra la
dominación institucional, por sobre todo sistema normativo, aunque
no forzosamente contra las normas, desplazará a los canallas desde
el contragobierno.
1Zabalza,
J. (2015) La experiencia tupamara. Pensando en futuras
insurgencias, Jorge Zabalza,
Montevideo, 251p.
2Presentación
de La
Experiencia Tupamara https://www.youtube.com/watch?v=Mhv9ULEXfLk
3El
subtítulo “El error de Fernández Huidobro” (p.205) contrasta
con otro apartado: “Mostraron la hilacha” (p.240)
4Derrida,
J. (2003) Voyous, Galilée,
Paris.
5Op.cit.p.171.
6Zabalza,Op.cit.p.150.
7Agamben,
G. (2009) Qu'est-ce que le contemporain?,
Vrin, Paris.
8Zabalza,Op,cit.pp.33
y sig.
9Real
de Azúa, C. “El impulso y su freno”, p.3
http://es.scribd.com/doc/48901859/Real-de-Azua-El-impulso-y-su-freno#scribd
10Ver
nota 2.
11Zabalza,
Op.cit.pp.81-82.
12“Los
buenos, los malos y la revolución”, La
Diaria (24/12/15)
http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/12/los-buenos-los-malos-y-la-revolucion/
13Zabalza,Op.cit.pp.101-102.
14Op.cit.pp.88-89.
15Op.cit.p.214.
16Viscardi,
R. (1991) Después de la política, Juán Darién,
Montevideo.
17Méndez,
P. “Los mismos de siempre” Montevideo
Portal
(11/01/16) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?296109,128
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