martes, 29 de marzo de 2016

Inclúyanme afuera

Por Soledad Platero 


“Vivimos en un país antisemita”, dice Anna Donner desde una columna en Jai (www.jai.com.uy). Vivimos en un país antisemita, dice, porque no hubo solidaridad con David Fremd, más allá de la que mostraron sus vecinos, en Paysandú. Vivimos en un país antisemita, dice, porque entre la muerte de David (el asesinato de David), el 8 de marzo, y el 13, en que ella escribe, hubo tiempo para el Día de la Mujer, para el homenaje a Zitarrosa y para seguir con los chistes sobre Sendic y el enojo con el Frente Amplio. Y claro, ya enseguida arranca el asunto del BPS, de la escasa información y de las listas que no estaban, así que hay que reconocer que sí, que la indignación social por el asesinato de un uruguayo por su condición de judío calentó bastante poco el ambiente de la opinión pública nacional.

El asesino de David Fremd era, como dicen las pericias psiquiátricas, un descompensado. Un enfermo mental que atravesó un episodio delirante y llegó a matar, amparado por la tolerancia –la indiferencia– de los pueblos ante la locura. Como bien se ha dicho, un esquizofrénico sin tratamiento y en un momento de delirio puede matar porque oye la voz de Dios o porque escucha hablar a un perro. Omar Peralta dijo haber escuchado a Alá.

Sin embargo, el odio de Peralta hacia los judíos ya se había exteriorizado de otras formas, así como su locura, su manía persecutoria y su necesidad urgente de llamar la atención. El asunto es que no le llamó la atención a nadie, porque todo pueblo tiene uno o dos locos y media docena de tipos raros. Y porque hay odios que ya están naturalizados, y el odio al judío es uno de ellos.

Es claro, a esta altura, que el ataque de Peralta no forma parte de una operación terrorista, pero es verdad que pasó sin pena ni gloria entre tanto acontecimiento más fácil de transformar en escándalo. Y peor aun: los pocos intercambios alrededor del episodio pasaron por alto el crimen para transformarse en una revisión de cuentas entre los que apuntan los crímenes de Israel contra los palestinos y los que anotan prolijamente las muestras de solidaridad con otros colectivos, comparan y calculan cuánto se les quedó debiendo. Otras formas de la indiferencia, me temo.
El lunes de madrugada, una pareja de dominicanos fue baleada en un local bailable de la calle Florida, en Montevideo. Los dos –una mujer de 32 años y un hombre de 36, según Subrayado– están internados en un hospital, graves. Hasta el momento en que escribo esta nota no se sabe quién los atacó, ni por qué. Los vecinos dijeron a la prensa que el sitio en el que estaban tiene “dudosa reputación” y que “el ambiente genera sospechas”, aunque la Policía nunca recibió una denuncia de actividades ilícitas en el local. Es probable que la cosa caiga rápidamente en alguna de las bolsas tranquilizadoras que tenemos para estos casos: “cuestiones del momento”, “ajuste de cuentas”, “droga”, “lío de faldas”, “crimen pasional”. Alguna de esas formas verbales ya lexicalizadas que sirven para despachar rápido lo que les pasa a los otros. A los que se ponen, irresponsablemente, en peligro.

El jueves 10 de marzo se cumplieron cuatro años del asesinato de Gabriela, una transexual de 37 años, en el Parque Roosevelt. Tenía dos balazos en la nuca y la cabeza destrozada. En la misma zona habían baleado, pocas semanas antes, a Jacqueline, conocida como la Brasilera, otra transexual. En setiembre de ese mismo año –2012– apareció, con quemaduras y un balazo en la nuca, el cuerpo de una chica trans de 25 años, en la zona del Prado. Era la quinta víctima trans de ese año. La alarma social nunca se disparó.

Todas estas muertes pueden desencadenarse, sin duda, por “cuestiones del momento” (todo, en última instancia, se desencadena por cuestiones del momento), pero son posibles porque la indiferencia o el miedo nos mantienen en silencio cada vez que la violencia simbólica se hace presente, aunque sea en formas menos brutales o extremas.

Omar Peralta enloqueció y mató, pero no mató a cualquiera: mató a un judío. Podía, claro, haber dirigido su odio a cualquier otro grupo (a los homosexuales, a las prostitutas, a los extranjeros, a los negros) y lo más probable es que la tolerancia social hubiese sido la misma. Sin ir más lejos, basta darse una vuelta por los comentarios de la mayoría de los foros de los sitios de prensa para ver cómo muchos participantes hablan, por ejemplo, de “los pichis”. No sé cuándo empezó esa indiferencia, esa despreocupación por la suerte del otro, esa distancia que tanto se manifiesta en el silencio como en el comentario cínico y superado. Lo que sí sé es que de la mano de esa indiferencia crece el miedo a la violencia “gratuita”, que es la que cae sobre las personas comunes y corrientes que no andan en ambientes poco recomendables ni pertenecen a colectivos minoritarios.
Hace ya unos cuantos años que las organizaciones de la sociedad civil impulsan medidas reparatorias para las colectividades históricamente desfavorecidas. El proceso hacia la visibilización, primero, y la reparación, después, fue largo y accidentado, y no alcanzó, todavía, a todos los “vulnerables” (a los pobres, sin ir más lejos, no los representa nadie, así que el Estado toma, o no, la iniciativa para “repararlos”). Estamos lejos, no sé ni si hay que decirlo, de la justicia o la equidad. Pero en ese camino de reivindicaciones y reparaciones se fragmentó y atomizó la lucha, y hay una parte demasiado grande de la sociedad que se siente ajena a todo, mientras demasiadas partes pequeñas forcejean, inmersas en sus propias demandas. “Inclúyanme afuera”, decía uno, queriendo decir que se lavaba las manos.

Hace tiempo que perdimos de vista al otro, y no queremos ver que el otro es cualquiera. Que somos todos.
Fuente: carasycaretas.com

Golpes de Red: la crítica de las armas no soporta las armas de la crítica

Por Ricardo Viscardi

https://fbcdn-sphotos-c-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xta1/v/t1.0-9/12439109_10209524077523912_1046645525786681462_n.jpg?oh=de82c79e48aad6b45b2d23f1be35aead&oe=57758E44&__gda__=1468765193_2ae6e5c77dbcc78a9c479842caafd94b


I


La consigna que levanta el PT brasileño, apoyado por un significativo espectro social, no deja de generar cierta perplejidad: “Nao vai ter golpe”. Un golpe de Estado se protagoniza desde el Estado, si faltara con aviso un Luis Bonaparte a su 18 Brumario,1 desde uno de los aparatos de Estado, bajo una óptica cesarista de derecha o izquierda. Aquí los protagonistas del golpe de Estado son inermes por naturaleza institucional: el poder judicial, el parlamento y los partidos, la prensa y la opinión pública.2 Se trata de un golpe espectral: sin contar con la fuerza o incluso contra ella, como en el caso de Venezuela, donde las fuerzas armadas mantienen su fidelidad al gobierno chavista.  

Como las guerras del Golfo leídas por Baudrillard bajo el título “La guerra del golfo no ha tenido lugar”, la espectralidad golpista que campea en América Latina podría llevar a leer  “Nao vai ter golpe” como “El golpe no tendrá lugar”. El espectro que recorre, de Venezuela al Uruguay, pasando por Bolivia y Brasil al progresismo latinoamericano parece, por el contrario, sugerir que se trata de un golpe como tal en sus efectos políticos (proliferación del “ejército de desocupados”, facilidades para la acumulación empresarial, mercantilización de la vida pública).3 Al mismo tiempo, Baudrillard no sostenía que no hubiera guerra, sino que era una guerra protagonizada estratégicamente por la desaparición mediática de la realidad natural.4 Todo esto no merece al presente mayor ejemplificación, pero genera sin embargo un vacío explicativo que el progresismo no puede llenar sin levantar fantasmas naturalizados (y por lo mismo naturalistas y modernos): la pequeñoburguesía (curiosamente descontenta porque mejoró su consumo, por ejemplo en Brasil), el imperialismo (que viene a condenar con Obama los golpes de Estado que protagonizó), los medios de comunicación al servicio de la oligarquía (con Mujica como ídolo de los medios de prensa). Algo huele mal en Dinamarca, una vez que se razona la crítica que debiera exponer la trama de la tragedia.

Los analistas parecen ignorar que una misma vía de acumulación estratégica (hostigamiento jurídico, desacreditación mediática, legitimación parlamentaria) interviene tanto cuando la acumulación política derechista culmina en el “golpe institucional” (Paraguay, ahora quizás Brasil) como cuando se salda con la victoria electoral (Argentina, en cierta medida Venezuela). La homogeneidad de la misma acumulación política señala a las claras que su objetivo estratégico es la opinión pública y no la  estructura del Estado. Incluso esa constatación se ve refrendada por los “casos testigo” que en el Cono Sur proveen, ahora como otras tantas veces, Chile y Uruguay.

En Chile donde la izquierda cuenta con un componente decisivo en los movimientos sociales -en particular el estudiantil, la “escandalización” mediática de la opinión pública no impacta decisivamente en la escena política, en cuanto la orientación de la propia base social aporta un plano de interpretación alternativo. En el Uruguay donde prevalece, por el contrario, una identificación de la izquierda con los poderes del Estado e incluso la tradición guerrillera es presentada por la prensa -Mujica mediante- como “arrepentida”,  el golpismo de viejo cuño -años 70'-80'- levanta cabeza incluso al día de hoy con “acciones comando” contra la investigación en DDHH.

La vía de acumulación que sigue la derecha señala a las claras que la estrategia socialdemocráta clásica  de “tomar el gobierno para reformar la sociedad” ha caducado inexorablemente. Al mismo tiempo señala el curso que se abre a la movilización efectiva contra los poderosos: movimientos sociales, redes mediáticas, campañas de opinión, en suma: contragobernar.
 

II

 ¿Como explicar que la crítica de las armas no soporta las armas de la crítica? Quizás si “soportar” se entiende a la luz de la “insoportable levedad del ser”:5 no se soporta la carencia de sentido.  ¿Qué ha perdido sentido?

Cuando Miterrand asumió la presidencia en 1981, se le interrogó acerca de su sentimiento personal al  frente de un aparato estatal que había calificado, desde un título célebre en el mundo político francés, de Coup d'Etat permanent (la 5a República pergeñada por de Gaulle). El primer presidente socialista respondió que se sentía “perfectamente cómodo” en las instituciones que había combatido desde la llegada al poder de de Gaulle y que no reformó en nada sustancial durante dos mandatos consecutivos (14 años). De Gaulle había ideado un régimen presidencialista cuya clave era que el primer ministro podía ser substituido sin que el presidente sufriera en sus atribuciones: el primer ministro servía de “fusible” que una vez “quemado” era substituido por otro primer ministro-fusible. Al mismo tiempo competía al presidente directamente la designación y orientación de algunos ministerios denominados “de Estado”: Defensa, Interior, Relaciones Exteriores.

El planteo de de Gaulle venía reavivar sotto voce un criterio monárquico confiado, balotage mediante, al voto popular: la soberanía reside en la cabeza del Estado y ella preserva la entidad nacional por encima del juego político-partidario de la política contingente. Esa traducción del criterio monárquico a la democracia representativa escondía, sobre todo, una transmutación de la soberanía: en el planteo de de Gaulle no residía ni en el pueblo como substancia social ni en el derecho divino, sino en una idiosincracia francesa que la monarquía había interpretado, para el creador de la 5a República, en mayor medida que la República, pero que a su vez, ya no podía encontrar sustento sino en cierta democracia representativa. Sin posibilidad de extender este análisis en estas líneas, conviene recordar para cerrarlo que sirviéndose de ese dispositivo, de Gaulle hizo frente a EEUU (en lo militar con la fuerza nuclear, en lo económico con al defensa del patrón oro), pero que sucumbió políticamente ante una revuelta juvenil cuyo rédito político heredó -reconociéndolo expresamente- Miterrand.

El punto clave es que ni de Gaulle ni Miterrand actúan como si la legitimidad política correspondiera a una soberanía -y por consiguiente un Estado- intangibles. De Gaulle concibe una constitución como efecto de su lectura de la debacle estratégica de la 3a República, dominada por el influjo socialdemócrata, Miterrand borra con el codo lo que escribió con la mano y maneja con holgura una estructura institucional anti-parlamentarista. Los dos actúan pensando en el gobierno contingente, no en un principio constitucional incólume. Si alguien opusiera a este razonamiento que “ya lo sabemos desde Maquiavelo” convendría recordarle  que nunca Maquiavelo le aconsejó al príncipe declararse maquiavélico.6 Aquí el fundamento de de Gaulle es que “Francia es tal como la salvé” y el de Miterrand que “la izquierda llegó al poder”.  Tal planteo corresponde a lo que Foucault ha denominado “tecnologías del yo” y consiste en modular una actuación en consideración a sus condiciones de existencia.7 A su vez el planteo de Foucault parece retomar aquella frase de Marx: “los pueblos sólo se plantean problemas que pueden resolver”. Si atendemos al planteo del mismo autor en “Verdad y poder” atento a la desaparición del “intelectual universal” en beneficio del “experto con poder sobre la vida y la muerte”,8 quizás se puede discernir por esa vía el sustento del poder después de la 2a Guerra Mundial: la tecnología. 


III

La tecnología carece de sentido, porque su razón de ser es el ser de la razón. El personaje que mejor estampa esta figura de un mundo clausurado sobre los propios objetos que se da, es James Bond. James Bond encuentra razón de ser en el hedonismo del consumo. Las marcas de mercancías son otras tantas claves de su identidad (Beretta, Aston-Martin, Chivas-Regal) y abren un horizonte que continuará hasta nuestros días, en cuanto tales marcas certifican la calidad individual del consumidor, bajo un horizonte que se cierra en el objeto del consumo. Kissinger es el artífice de ese mundo sin profundidad más allá del obstáculo y el designio. La tecnología que permite desbrozar el camino hacia un mundo libre, ante todo de enemigos, es la “desestabilización”. Esa es la palabra clave del golpe de Estado en Chile: mercado negro, huelgas empresariales, amagues de golpe.

En cuanto la “desestabilización” perfora las propias instituciones, señala a las claras que el equilibrio del poder no reside en el Estado -incluso democrático, es decir, en un régimen sustentado en la delegación de la soberanía, sino en la intervención de vectores públicos (organismos internacionales, gremios empresariales, medios de prensa,). Estos operadores cuentan con sus propios instrumentos de intervención y no se confían a una “junta de burgueses” (el Estado para Marx) sino que la instruyen. Como estrategia de poder, la “desestabilización” culmina en un golpe de Estado, pero éste no es instrumento  de estamentos o sectores sociales, sino que es la propia “cosa pública” la que regula la “desestabilización” de las instituciones.  Una parte considerable de esa “desestabilización” provenía, en los años 60/70 de la Guerra Fría, que conllevaba la necesidad para EEUU de cerrar su propio “escudo protector” en el continente americano -como viene a reconocerlo Obama a 40 años del golpe en Argentina.

Esa injerencia internacional en la tecnología y por lo tanto en la “desestabilización” de las instituciones no ha cesado de crecer, desde el predominio del “consenso de Washington” a escala mundial en los 80', con Medio Oriente como ojo de la tormenta. El elemento novedoso parece haber sido, en aras de la globalización, la desestabilización de los propios mercados nacionales, tras otros tanto “efectos” (“tequila”, “tango”, “samba”, etc.) que marcaron en América Latina, al filo del nuevo siglo, el ascenso de las políticas neoliberales con dos variantes: “ajuste fiscal” o “políticas sociales”.9 Quien mejor ha expresado esta estrategia, desde inicios de los años 90', es el propio FMI, en cuanto ha recomendado desarrollar políticas sociales para compensar los desequilibrios generados por el vigor acumulativo de los mercados. En esa perspectiva de “estabilización”, no de las instituciones, sino de los mercados, se inscribe el ascenso de los progresismos tras las crisis que se abatieron sobre las economías del Cono Sur a inicios del siglo.

En el enfoque mercadocrático que prima en los organismos financieros internacionales, en los estamentos tecnocráticos (universitarios en algunos casos) y entre el personal de los poderes públicos, la estabilidad institucional se entiende como estabilidad económica. La misma identificación de la política con la economía vuelve a la primera prisionera de un estado de masificación del interés particular, que debiendo incorporar a cada quien, lo hace depender de la elaboración de la opinión pública. La crítica de las armas no soporta las armas de la crítica, ya no porque “nadie se sienta sobre las bayonetas”, sino porque la mercantilización de la vida pública se da de bruces con una orientación ideológica de la violencia física.

Al igual que en el Paraguay, en Brasil o en otro campo público penetrado, en función de un mercado tentacular, por la desestabilización neoliberal de las instituciones, el golpe no tendrá lugar de Estado: nadie se molesta en derrumbar lo que ya se cayó.


 


2"Ato reune 30 mil contra o golpe e manipulacao da midia” Agencia PT de noticias http://www.pt.org.br/ato-reune-30-mil-contra-o-golpe-e-manipulacao-da-midia/ (acceso el 29/03/16)

3Nota Da Diretoria Da Associacao Brasileira de Antropologia en defesa do Estaado de Direito e da Democracia http://www.portal.abant.org.br/images/Noticias/40_NOTA_DA_DIRETORIA_DA_ABA_EM_DEFESA_DA_DEMOCRACIA_E_DO_ESTADO_DE_DIREITO.pdf

4Baudrillard, J. “La guerra del golfo no ha tenido lugar” http://alvarezteran.com.ar/wp-content/uploads/downloads/2012/03/Baudrillard-Jean-La-guerra-del-Golfo-no-ha-tenido-lugar.pdf (acceso el 29/03/16)

5Ver al respecto en este blog “La insoportable levedad del grado cero de la ideología” http://ricardoviscardi.blogspot.com.uy/2015/03/lainsoportable-levedad-del-grado-cero_10.html

6Une république ou un prince doivent paraître exécuter par grandeur d'âme ce qu'ils font par nécessité » (Una república o un prince deben aparecer ejecutando por grandeza de espíritu lo que hacen por necesidad) Machiavel (1851) Oeuvres Politiques, Chapentier, Paris, p.264.

7Foucault, M. (1991) Tecnologías del yo, Paidós, Barcelona, p.59.

8Foucault, M. “Verdad y poder” en Teorías de la verdad en el siglo XX (1997) Tecnos, Madrid, p. 457.

9 Zabalza, J. (2015) La experiencia tupamara. Pensando en futuras insurgencias, Jorge Zabalza, Montevideo, p.231.

lunes, 21 de marzo de 2016

De cómo el lector transforma al escritor

Por Marcelo Marchese 

Decía Macaulay que no existe nada más tedioso que escuchar ciertas cuestiones personales, sea de boca de un desconocido o sea de un amigo entrañable; mas agregaba que por motivos ignorados, apenas esas cuestiones se trasladan a un texto, nos atrapan de forma irremediable.
Pienso que este cambio se explica porque en la lectura, el hecho ajeno se recibe en la intimidad. Sentados junto a un fuego en una noche de invierno, o acostados en una hamaca una tarde de verano, sentimos, si nos encontramos frente a un escritor auténtico, que aquello que pasa en esas páginas nos está pasando a nosotros. Tarkovski cuenta que de todos los elogios recibidos a su obra, ninguno igualó el que contenía una carta que le envió una mujer a causa de “El Espejo”: “Esa casa donde transcurre la niñez del protagonista es exactamente igual a la casa en que transcurrió mi infancia ¿Cómo hizo para saberlo?”. Por su parte Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote” explica cómo un libro cambia según el tiempo y las geografías, pues las palabras contenidas, como cosa viva, transforman su significado. No sólo un lector, sino toda una época de lectores puede resucitar, por necesidad, a un autor que durmió olvidado.
Mas quisiera considerar otro aspecto del asunto; el cómo el lector transforma al autor desde el momento en que el autor escribe para otro. Uno escribe para sí mismo, pero lo escrito tiene valor para sí en tanto ya no sea suyo. Cuando Kafka entrega a Max Brod su obra con el mandato de destruirla, no hizo otra cosa que darla a su amigo para que la hiciera pública, pues de esa manera podía romper su propio temor a perderla, a que fuera de otros, a que se transformara en literatura. Todos nosotros, incluyendo en la palabra todos a los grandes artistas, hemos vivido acontecimientos traumáticos y sufrido derrotas y humillaciones. El arte es la magia más antigua desde el momento en que el hecho traumático, o más precisamente, la dictadura de ese hecho, es destruida por su relaboración, por el agregado de una nueva dimensión. Sea lo que fuere que haya sucedido, al revivirlo y transformarlo, el hecho pasa a ser otro y por eso en la base del trauma debería estar escrito
“El agua estancada genera los reptiles de la mente”.
Nada de esto ocurre sin que el hecho, la dictadura del hecho que sólo ejerce su dictadura en tanto sea único y viva de forma única en la psique del autor, deje de ser individual y pase a ser de todos. El autor, al perder, gana; y eso no se logra sin el lector.
Existen en la historia de la literatura innumerables ejemplos, como cada vez que un poeta alcanzó su objetivo al escribir un poema de amor con un propósito deliberado. En otro aspecto de la transformación del poeta, citemos el ejemplo de Borges al escribir “Funes el memorioso”. El autor, consumido por el insomnio, piensa que se encuentra tirado en la cama de un hotel y piensa que más allá está la ventana, los árboles del pueblo, la plaza, la iglesia y las campanadas que miden el tiempo del insomnio, y entonces piensa en escribir un cuento acerca de un hombre bajo el peso insoportable de una memoria infinita. Un hombre a quien el eterno recuerdo le niegue el descanso. Cuando escribe el cuento, como hecho curioso para él, logra por fin conciliar el sueño. Mas agreguemos un ejemplo elocuente, un ejemplo llevado al extremo de lo obvio. Goethe reta a duelo a un competidor por el amor de una mujer. Este duelo lo lleva a la cárcel, donde escribirá los sufrimientos de un suicida llamado Werther. Cuando lo liberan, su amor se ha casado con su enemigo. Destruido y con su enorme fracaso a cuestas, Goethe abandona la ciudad donde ha tenido la mayor de las dichas que a un hombre le es dada en la tierra, amar y ser correspondido. En el camino a su pueblo natal debemos imaginarlo entregado a amargas reflexiones. Al llegar lo recibe una multitud entusiasta que ha leído su libro. Ha nacido el poeta Goethe. De seguro él, como todos nosotros, hubiese arrojado por la borda su vida de escritor a cambio de alcanzar lo que más deseaba, pero no fue así como el destino tejió los hilos de su vida y sólo podemos saber que Goethe, arruinado, alcanzó un mínimo bálsamo gracias a sus lectores, que lo transformaron en otro, y de alguna manera, le tendieron una mano.
Así como la magia precisa de palabras adecuadas pronunciadas con un ritmo y aspiración convenientes, su hermana, la literatura, sigue los mismos principios y alcanza su propósito cada vez que las palabras emitidas llegan a nosotros y nos transforman, al mismo tiempo que transforman a un autor que escribió hace milenios. La literatura, como la magia, hunde sus raíces en las oscuras aguas del tiempo. El autor del primer cuento fue el primer hombre que contó a otro cómo había cazado un ejemplar magnífico. A partir de él hemos conjurado a los poetas que pueblan nuestras vidas; legisladores desconocidos del universo que pretenden alcanzar el fin supremo, vencer a la muerte, el atributo de los dioses que sólo nosotros podemos reconocerles cada vez que tomamos un libro.

sábado, 19 de marzo de 2016

EL PROBLEMA DE LA UNIDAD EN UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA (Análisis de la estrategia del Partido Comunista Uruguayo a la luz de los resultados)

Por José Luis Perera 

-  CUARTA PARTE -

LOS GOBIERNOS DEL FA

Es claro que tanto los dos primeros gobiernos del FA, como el que está transcurriendo, no solo no han siquiera intentado oponerse al imperialismo, ni a la oligarquía ni a nada, sino que, muy por el contrario, hicieron algo que hasta ahora no se había hecho por parte de los gobiernos burgueses y ni siquiera por parte de la dictadura: protegerles las inversiones a los yanquis mediante un Tratado.

Y no llegaron a hacer un Tratado de Libre Comercio, gracias a la denodada lucha del PIT-CNT, de organizaciones sociales de variada índole, del PCU y de otros sectores de izquierda, pero está claro que el gobierno (los máximos exponentes, Tabaré Vázquez, Astori, Lepra, etc…) trabajaron intensamente para lograrlo. Creo no equivocarme si digo que algunas señales están indicando que el gobierno del FA volverá a intentar los caminos de un TLC, ya sea por cuenta propia o en el marco del Mercosur.

Ayer y hoy nuestros ministros de economía reciben los elogios y los premios de cuanto organismo capitalista hay en el mundo. Los grandes medios de prensa internacionales al servicio del capitalismo más salvaje se fascinan con el discurso del ex presidente Mujica, y nuestro gobierno recibe elogios de cuanto organismo financiero capitalista existe..
No es una casualidad que nuestros gobiernos y el de la concertación chilena hayan sido promovidos en el mundo como ejemplos de una izquierda pragmática y sensata, en contraposición a los “populismos” de los gobiernos del ALBA.

Eso en cuanto al enfrentamiento al imperialismo yanqui. Pero cosas parecidas podemos decir en cuanto a la “destrucción del régimen actual de terratenientes y grandes capitalistas” (objetivo que se proponía el PCU a través de la estrategia de la unidad), ya que como es público y notorio, en los gobiernos del FA se ha agudizado fantásticamente la concentración de la tierra y su extranjerización, y los grandes capitalistas (sobre todo extranjeros) han encontrado en estos gobiernos un caldo de cultivo apropiado para instalarse y desarrollarse a la vez que expoliar nuestros recursos (Botnia, Aratirí, Montes del Plata, frigoríficos, toda la cadena de la soja, etc…).

Pero luego agregaba Arismendi en el informe que venía citando en el artículo anterior:
“Masas cada vez más considerables, expresan su descontento por la situación económica y social del país, por la carestía inaguantable, por las empeoradas condiciones de existencia y aspiran clara o confusamente a un cambio. Estos elementos del despertar acentuado de grandes masas a la lucha, y en primer término de radicalización y de unidad creciente del proletariado, deben ser advertidos claramente por nuestro Partido, como el carácter más importante de la situación nacional, rasgo a tener en cuenta por todos nuestros militantes para ponerse al frente, con audacia y combatividad, sin sectarismos y sin disquisiciones esquemáticas, de las luchas reivindicativas de la clase obrera, de los campesinos, de las amplias masas populares, para elevarlas políticamente y poner en marcha así, por todos los caminos, la formación del Frente Democrático de Liberación Nacional. Si no comprendemos claramente que este es el carácter más notable de la situación nacional, no comprenderemos las posibilidades que se abren para el Partido, siempre a condición de una actuación combativa y firme al frente de la lucha reivindicativa de las masas, ni comprenderemos hasta el fin las tareas tácticas que nos fijamos ante el momento político del país”.

Sin duda que hay allí elementos como el despertar de grandes masas a la lucha, una radicalización y unidad creciente del proletariado, que debían y podían ser capitalizadas por el Partido para ponerse al frente y dirigir esas masas combativas. No tengo que decir que hoy en día la situación es claramente diferente. Las condiciones subjetivas están lejos de ser las de entonces, ya no hay grandes masas radicalizadas y en lucha para ponerse al frente y dirigir, y si las hubiera no existe un Partido Comunista –por su tamaño, militancia, etc.- capaz de eventualmente dirigirlas si las hubiera.

Muy por el contrario, las grandes masas se encuentran hoy adormecidas por un discurso progresista que canta loas al capitalismo y los logros obtenidos en el marco de ese modelo socio económico (loas que también cantan dirigentes sindicales comunistas). El FA se ha convertido hoy en un conglomerado de agrupaciones liberales y socialdemócratas, las que en su gran mayoría se han deslizado por el camino de la conciliación de clases, del oportunismo, y han tomado claras posiciones: han elegido el camino de defender y gestionar el capitalismo independientemente de las excusas y los pretextos que utilizan.

Y EL PARTIDO

Y tenemos un Partido Comunista que, por estar formando parte de esa coalición gobernante, no se muestra como lo que debería: como el Partido de la clase obrera, el que conducirá al proletariado a su emancipación, contra el capital, para derrocar la barbarie capitalista y por el socialismo, según lo que se espera de él.

Y esa es la cuestión que requiere un análisis profundo. Porque la  responsabilidad histórica como Partido Comunista, educado y formado en los principios de la lucha de clases, en la necesidad histórica de la lucha por el derrocamiento del régimen de la explotación del hombre por el hombre, en la construcción de la nueva sociedad, el socialismo, el comunismo, debería ser adoptar la estrategia mas apropiada para el logro de estos objetivos que son la esencia y la razón de ser de un partido comunista, la mayor contribución posible a los intereses de la clase obrera y de los sectores populares.

Porque ese informe del Congreso, hablaba de la maduración de las condiciones para la organización del Frente Democrático de Liberación Nacional, pero ponía el centro en algunas cuestiones centrales:
“La cuestión consiste en saber cómo nuestro Partido une a la clase obrera y a las masas populares, encabeza su lucha reivindicativa y facilita su pasaje a las posiciones revolucionarias, es decir, como organiza el gran movimiento de liberación contra el imperialismo yanqui y la oligarquía vendepatria que oprimen a nuestro pueblo. La tarea central del Partido en estas condiciones, es hallar las vías concretas para unir a estas grandes masas, aún dispersas, y encauzarlas por los distintos senderos de su propia lucha, hacia el gran caudal del Frente Democrático de Liberación Nacional”.

La pregunta es, lo que se logró construir en los casi 60 años que van desde aquel congreso, ¿se parece en algo a lo que requería el proceso que vislumbraban los comunistas de entonces? El  Partido ¿ha facilitado el pasaje de las masas hacia posiciones revolucionarias? ¿Tenemos hoy un movimiento de liberación contra el imperialismo yanqui y la oligarquía vendepatria?

Al parecer, nada de esto ocurre hoy, y bien podría decirse todo lo contrario, son grandes masas las que hoy se sienten indiferentes a la palabra imperialismo, y poca o ninguna reacción generó un Tratado que le protege las inversiones a ese imperialismo, ni siquiera desde la central de trabajadores. Cuando se produjo un episodio bochornoso y lamentable, en el cual un policía de civil patrullando en un coche de la embajada yanqui detuvieron a un joven para pedirle documentos, y el hecho no ameritó ni siquiera un comunicado del PIT-CNT, tampoco del FA, pero ni siquiera de nuestro propio Partido.

Sin duda que hay razones que explican en parte el enorme retroceso ideológico del pueblo uruguayo en todos los sentidos. No pasaron en vano once años de dictadura y otros 20 de neoliberalismo. Pero esa no puede ser la única explicación. Porque el pueblo boliviano, que hoy mayoritariamente apoya las medidas radicales de Evo Morales, tiene en su historia tal vez más años en dictadura que en democracia. Los argentinos vivieron en dictadura entre el 62 y el 63, y tres años después otro golpe de estado y dictadura hasta el 73. Y nuevamente dictadura entre 1976 y 1983. Para luego pasar por la patria financiera del menemismo y otros atorrantes por el estilo. Sin embargo, eso no fue excusa para que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández hayan sido por lejos mucho más avanzados que los del FA. Por tanto, no es válido argumentar por los años de dictadura y de neoliberalismo para explicar los retrocesos de la izquierda uruguaya.

martes, 15 de marzo de 2016

Cómo se debilita la democracia

Por José Luis Perera

La democracia es una de las tantas formas de relacionarse entre los humanos. Como el amor, como la amistad, hay cosas que las fortalecen y otras que las debilitan.
 
Qué cosas la debilitan?

La democracia se debilita cuando los ciudadanos no participan, cuando se sienten ajenos al sistema democrático. En general la gente participa cuando siente que vale la pena hacerlo, que sus opiniones serán tenidas en cuenta, que quienes gobiernan son sensibles a sus reclamos y que valoran la opinión de los demás. Los partidos políticos en general suelen fomentar la participación ciudadana cuando están en la oposición, pero cuando llegan al gobierno la desalientan, quieren que los dejen gobernar en paz. Por eso Tabaré Vázquez en su discurso en 2013 (aniversario del FA) les pide a los frenteamplistas, no que militen, no que se movilicen, les pide confianza, que “tengan fe”: "Confianza como una actitud permanente de creer, de saber, que podemos tener fe en el proyecto político y también en los compañeros en los cargos de gobierno para llevar a cabo ese proyecto” .
La corrupción debilita la democracia, sin duda; porque la corrupción conlleva el uso indebido de las instituciones y los dineros de todos en beneficio propio, de familiares, de amigos, de correligionarios o de quien sea. Y eso generaliza el descrédito de la democracia como sistema.
La mala gestión de los gobernantes también en alguna medida debilita la democracia. Sobre todo cuando la gestión es mala a ojos vistas pero los gobernantes quieren que la ciudadanía la considere buena. Cuando por ejemplo en la gestión de una empresa pública se pierden cientos de millones de dólares (millones que pone el pueblo) y el gobierno y el partido político que gobierna quiere hacernos creer que por el contrario, eso es signo de lo bien que se gestiona. Eso debilita la democracia porque a la gente no le gusta ser tratada como si fuera estúpida (como suelen pensar los gobiernos), se siente maltratada, y eso hastía y hace que la gente se desentienda de la política y de los asuntos públicos, debilitando terriblemente la democracia.
La economía y su marcha es una cuestión que puede fortalecer o debilitar la democracia, sin duda. Cuando en las épocas de bonanza los que ganan son los que más tienen y cuando viene la crisis los que pagan son los que menos tienen, la democracia se debilita, puesto que no es vista como un sistema que garantice la equidad y la justicia social.
La falta de información o el ocultamiento de la misma también son elementos que debilitan la democracia y la degradan. Cuando la gente quiere y necesita estar informada y esa información se retacea o hay que reclamarla por vías legales, la ciudadanía presiente que por algo se le oculta, y descree en la democracia. Sucede eso con las mega inversiones en minería, con las fumigaciones y sus nefastas consecuencias, con el estado del agua, etc.
Los tránsfugas debilitan la democracia. Los que llegan a cargos de gobierno por ser amigotes de los gobernantes o porque arriman algún votito. La ciudadanía se da cuenta que la política es algo muy poco limpio, y comienza a descreer en la democracia.
La intolerancia política y el doble discurso. El sostener cuando se es oposición que las comisiones investigadoras son buenas y sostener que son un circo cuando se está en el gobierno. El decir que pasar los resultados de una investigadora a la justicia es una mala cosa que le hace mal a las instituciones democráticas, olvidando que cuando se estaba en la oposición se hizo exactamente lo mismo. La gente no es estúpida -lo reitero por si alguno lo sigue creyendo-, y como no lo es, comienza a ver que todos son iguales y se debilita la confianza en el sistema democrático.
La politiquería debilita las instituciones democráticas. No es lo mismo la Política (la que resuelve eficazmente los problemas de la sociedad, o intenta hacerlo), que la politiquería, que los agrava y multiplica. La primera fortalece la democracia y la confianza ciudadana en su gobierno, la segunda provoca recelos y alejamiento ciudadano de la vida política, y en algunos lugares también enormes protestas y movilizaciones (los ocupy Wall Street o los Indignados, por ejemplo).
No debilita para nada la democracia que los medios de comunicación se esfuercen en hacer luz sobre las cuestiones opacas del gobierno. Por el contrario, eso la fortalece, porque una ciudadanía informada es una ciudadanía responsable y que participa. Los medios a veces acertarán y otras no, y la ciudadanía no es estúpida -que les entre señores- y sabe diferenciar.
Lo que debilita la democracia es que los partidos protejan a sus correliginarios cual si fueran un conglomerado mafioso, no importando para nada la verdad o no de las acusaciones sino la defensa lisa y llana en el marco de un corporativismo mediocre, patotero y despreciable. Debilita terriblemente la democracia que los gobernantes mientan. Pero se le asesta un golpe de gracia cuando quienes deberían velar porque eso no ocurra lo primero que hacen es proteger y rodear al político mentiroso. Eso, además de ser una mala payasada que todo el mundo contempla atónito, es un masazo brutal a las instituciones democráticas.

Libertad y protección


Por Soledad Platero Puig
Publicado originalmente en Caras y Caretas

bullets-89083_960_720Es difícil tomar en serio afirmaciones como la del ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, relativa a la tenencia de armas como atributo de la libertad. Algunos dijeron que las palabras del jerarca no tenían otro objetivo que el de distraer a la opinión pública de la candente cuestión del grado académico inventado del vicepresidente (que, a su vez, podría haber servido como cortina de humo de la situación de Ancap, que podría haber sido una distracción, a su vez, para que olvidáramos el problema de la basura en las calles, y así sucesivamente), pero no creo que el ministro necesite excusas para lanzar sus casi siempre provocadoras ideas en cuanto micrófono se le abra. De hecho, si yo fuera un medio de prensa opositor y quisiera dinamitar la imagen del gobierno, me aseguraría de abrirle el micrófono a un frenteamplista “polémico” al día. Me atrevo a augurar que, teniendo en cuenta la incontenible verborrea de unos cuantos y su desesperación por protagonismo, en no más de seis meses el partido de gobierno estaría tocando el suelo de las preferencias populares y los analistas podrían decretar, una vez más, el fin del ciclo progresista.
Pero volvamos al ministro y su defensa del inalienable derecho de las personas a estar armadas. Dice Fernández que la población se está armando, y que eso está muy bien, porque si uno está en la paz del hogar y se le mete para adentro un criminal a matarle a los hijos, mejor será que tenga con qué defenderlos. Y pone como ejemplo la masacre del Bataclán, en París, en donde un puñado de terroristas acabó con la vida de casi 90 personas “como si fueran palomitas”. Creo que no hace falta responder a la oblicua invitación a asistir armados a bailes, espectáculos teatrales o eventos deportivos. Cualquier persona sensata puede imaginar los resultados de semejante práctica, así que no vale la pena comentarla.
Lo que sí creo que podríamos conversar, ya que el ministro propone el tema, es lo de tener armas para hacer frente al despotismo. En una carta de respuesta a la columna de Marcelo Pereira en la diaria del lunes, que fue publicada en ese mismo medio el martes, Fernández recuerda que la izquierda uruguaya, con excepción del Partido Demócrata Cristiano, “llamó a las armas, tuvo armas y las usó (MLN, 26 de Marzo, Partido Socialista, Partido Comunista, PVP, GAU, etcétera)”, y dice no poder entender que “respecto a este tema se hagan los ranas [sic]”. Más allá de las evaluaciones que los distintos partidos y sectores de izquierda hayan hecho de la tenencia de armas y de la pertinencia de su uso en los años previos al golpe de Estado, me parece necesario recordarle al ministro que la izquierda de aquellos años también reclamaba cosas como la reforma agraria, la nacionalización de la banca privada y de los principales rubros del comercio exterior, la nacionalización de la industria frigorífica y tantas otras cosas que ya no reclama. Yo creo que si fuéramos a debatir el asunto de la tenencia y el uso de armas podríamos, ya que estamos, aprovechar para conversar de nuevo esos otros temas que han salido de la agenda.
Dice también Fernández, palabras más o menos, que la tiranía existe y es peligrosa (si lo sabremos) y que el terrorismo de Estado es una amenaza siempre latente, así que nada mejor que estar armado para defenderse en caso de abuso institucional. Encantadora imagen, la de los ciudadanos resistiendo en armas al tirano, pero un tanto ingenua. En Uruguay, sin ir más lejos, el último golpe de Estado fue dado por un presidente electo. No es exagerado imaginar que, en caso de haber estado armados, muchos patriotas habrían sumado su capacidad de fuego a la de las fuerzas represivas, en lugar de consagrarla a la libertad. Decir otra cosa es mandar fruta, con el agravante, en este caso, de mandarla desde el Ministerio de Defensa Nacional.
Sin embargo, no se puede negar que el Estado puede ser una máquina opresiva y abusadora. El Estado me puede obligar a pagar impuestos, a cobrar mi salario y pagar mis cuentas a través del sistema bancario, a declarar todos mis ingresos y hacerme cargo de todas las obligaciones fiscales que el propio Estado impone. Puede, el Estado, resolver quiénes son exonerados de esas obligaciones y a quiénes se les permite driblearlas mediante el recurso de las donaciones (que permiten nada menos que elegir dónde se pone la plata). El Estado puede volverse autoritario, puede reprimir, puede controlar hasta dónde sube mi salario y a qué edad me puedo jubilar. Y nada de eso, entiendo, puede evitarse teniendo un arma en casa. Porque el peso del Estado, la orientación de sus decisiones y hasta la pertinencia o no de su existencia tal como lo conocemos es un asunto de la política, y no de la guerra. Incluso para llamar a la guerra es necesario, antes, haber ejercido el pensamiento político, haber dejado todo en esa cancha, para que todos seamos capaces de saber en qué nos metemos y para qué.
Se podrá decir que la política, entendida como pensamiento crítico y voluntad de participación, no atraviesa sus días más efervescentes, y es verdad. Lo que no imagino es cómo podría ayudarnos, justo cuando estamos políticamente más desvalidos, poner nuestra confianza (nuestro miedo) en tener armas.

¿Por qué se desmoronan los gobiernos de izquierda?

Por Hoenir Sarthou
Publicado a la‎(s)‎ 9 mar. 2016 17:59 en Semanario Voces

Las recientes derrotas electorales en Venezuela, Argentina y ahora en Bolivia, la corrupción generalizada del PT brasileño y, antes, del sandinismo nicaragüense, el fugaz gobierno y la inocua destitución de Lugo en Paraguay, la implosión de la Unión Soviética, la lenta disolución de la socialdemocracia europea, la conversión de China al capitalismo autoritario, la cerrazón política y la apertura económica de Cuba, las vacilaciones de la Unidad Popular chilena y la crisis política y administrativa que empieza a mostrar el Frente Amplio (restaría ver qué ocurre en Ecuador) imponen preguntarse qué pasa con los gobiernos de izquierda.    
Nacidos con la pretensión de inaugurar nuevas eras históricas, de instaurar el socialismo y el “hombre nuevo”, o al menos de “remover hasta las raíces de los árboles”, los desempeños izquierdistas en el  gobierno, desde hace casi un siglo, son bastante frustrantes.
¿Por qué los sueños utópicos de la izquierda suelen terminar degradados ante la realidad que pretendían cambiar para siempre?
LA PROFECÍA APURADA
La que hoy llamamos “izquierda” no fue concebida para ser gobierno.
Si nos remontamos a sus orígenes  incluso a los menos lejanos, como el movimiento obrero del Siglo XIX, el pensamiento socialista no tenía por finalidad constituir un partido de gobierno, en el mismo sentido en que el cristianismo, en sus primeros años, no tenía vocación de ser iglesia.
El socialismo, como el cristianismo (no soy muy original al decirlo), se fundan en profecías. Uno espera “El Reino de los Cielos”; el otro a “La Revolución Proletaria”, la sociedad sin clases en la que cada uno deberá recibir de acuerdo a sus necesidades. El problema es que las profecías no encajan muy bien con los rituales burocráticos de las iglesias y los Estados
Los primeros teóricos del socialismo, los fundadores de la “Internacional” obrera, Marx, Engels, y ni hablar de Bakunin y los demás anarquistas, no soñaron con constituir partidos electorales y mucho menos con ejercer el gobierno desde las instituciones existentes. Para ellos, la “revolución” consistía en un cambio radical en las relaciones de producción y/o en las relaciones de poder, lo que aparejaría cambios en la ideología de la sociedad y luego en las superestructuras institucionales.
La cuestión del poder político como un asunto inmediato y su identificación con el control del aparato del Estado es bastante posterior. Probablemente Lenín y sus continuadores hayan tenido mucho que ver con eso.
Lo cierto es que, ya en el Siglo XX, en los duros debates entre los seguidores de Lenin y los de Eduard Bernstein, es decir entre el socialismo revolucionario y el socialismo “reformista” o socialdemócrata, unos y otros tienen un acuerdo sustancial: discuten ferozmente sobre cómo llegar al poder político, si por vía revolucionaria o por vía parlamentaria y sindical, pero están de acuerdo en la necesidad de lograr el poder político para construir el socialismo.
Algunos años después, Antonio Gramsci, un marxista italiano de breve estatura y escasa salud, analizó la influencia de los factores ideológicos y culturales en los procesos sociales y descubrió que el poder es, en gran medida, hegemonía ideológica. Pero Gramsci, si bien fue estudiado, no parece haber sido bien comprendido por los estrategas de la izquierda mundial, que siguieron viendo a la lucha por el control del Estado como el objetivo principal.
Así las cosas, desde hace casi un siglo, las izquierdas han nacido y vivido con dos obsesiones. La primera es construir “el cielo en la tierra”, es decir la utopía socialista. Y la segunda es la toma del poder político, entendiendo por tal la conquista del Estado.
Los métodos han sido muchos, insurrecciones populares, huelgas generales, guerra de guerrillas, alianzas con movimientos mlitares supuestamente nacionalistas, “entrismo” en partidos populistas, grandes frentes nacionales o populares, pero el objetivo ha sido siempre el mismo: la toma del poder político como paso previo a construir el socialismo. Quizá sólo algunos movimientos de origen indígena, en México y en Perú, se han cuestionado esos objetivos. Pero, por ahora, es poca su incidencia teórica visible en la estrategia de las izquierdas centro y sudamericanas. 
OBSESIONES Y GOBIERNOS
La obligación mesiánica de construir “el cielo en la tierra”, y a la vez obtener y conservar el poder político, les ha impuesto a los partidos de izquierda una carga pesadísima.
Para empezar, porque descubrieron que los dos objetivos podían ser contradictorios. Es decir, si anunciaban claramente que se proponían construir un proyecto socialista, no lograban el poder político. Y, si disimulaban sus objetivos finales hasta llegar al poder político, después no podían abordar reformas de corte socialista.
Para sorpresa de muchos militantes, los seres humanos reales no suelen sentir mucho entusiasmo por vivir en el cielo. Quieren comida, dinero, seguridad, salud, diversión, y algunos quieren trabajo, No muchos están dispuestos a reducirse en esas cosas, incluso en las superfluas, para que otros también las disfruten. Y menos aun están dispuestos a comprometer su esfuerzo desinteresado para la gestión de esos recursos.
¿Cómo resolvieron ese dilema los partidos de izquierda gobernantes?
Sencillo: priorizaron llegar al poder político. Después, desde arriba, intentaron o simularon los inicios de un proyecto más “socializante”, instalando en realidad una relación clientelar con la población que los eligió. Es decir, el gobierno les “da” cosas al pueblo, a los pobres. Les da prestaciones económicas, algunos empleos, mejores sueldos, beneficios sociales y de salud, muchas declaraciones de nuevos derechos y algunos programas de vivienda.
Puede variar el discurso. Algunos gobiernos tienen una retórica antioligárquica y antimperialista, otros hacen una administración más tradicional del poder. Lo que en general no ha cambiado –como era de prever- es la estructura económica de las sociedades y la conformación ideológica y cultural que la acompaña.
El resultado es que, por debajo de la retórica izquierdista, encaramada en el Estado, sigue operando el poder real, el de quienes controlan la economía (que ya no se localizan usualmente en el territorio nacional) y el de quienes conforman la mentalidad dominante (y no me refiero sólo a los medios de comunicación, sino también a la academia y a una intelectualidad funcional, adiestrada y remunerada, directa o indirectamente, para reproducir la ideología y la cultura dominantes).
Muchos izquierdistas honestos se indignan y gritan “¡traición!” cuando ven a sus ex compañeros, ahora gobernantes, envueltos en las redes del poder económico, obteniendo prebendas y reproduciendo el discurso cómodo de lo “políticamente correcto”. 
¿Era posible otra cosa? ¿Hay alguna vacuna ideológica duradera contra la corrupción y el conformismo? ¿Hay algo en el ADN de izquierda, por radical que sea, que prevenga contra la soberbia, el interés y el espíritu burocrático?
Tiendo a creer que no.
¿No hay nada que hacer, entonces? ¿Estamos condenados a elegir una y otra vez a gobiernos que se corromperán, traicionarán y terminarán reproduciendo el tipo de sociedad que querríamos cambiar?
Nada es eterno. Ni siquiera los males. Durante muchos siglos, la humanidad habrá creído que el poder material de la nobleza terrateniente y el poder ideológico de la Iglesia eran eternos. Sin embargo, la economía cambió y la ideología cambió, y hoy no reconoceríamos como real al mundo feudal.
Lo que en el fondo quiero decir  –y soy consciente de estar nombrando apenas un tema enorme- es que, mientras que el objetivo exclusivo de los movimientos populares sea alcanzar el poder del Estado, estaremos condenados a reiterar el proceso de ilusión-desilusión-fracaso que han seguido los gobiernos “de izquierda” hasta ahora.
Porque las sociedades no cambian así. No evolucionan a pura fuerza de voluntad y poder estatal. Cambian por procesos económicos poco controlables. Y cambian también –y esto es esencial- por procesos culturales subterráneos, cambios de percepción, de valores y de actitud, sobre los que sí es posible operar ideológica y culturalmente.
Un pueblo pedigüeño, una masa, un montón de vecinos, clientes, consumidores, y un gobierno magnánimo, dando beneficios, es todo lo contrario de un proyecto de cambio social. Aunque nos hayamos acostumbrado a la idea de que eso es “un gobierno popular”. La función de un gobierno realmente popular no es dar, sino educar para la autonomía.
Claro que el papel del Estado es importante en un mundo transnacionalizado  como en el que vivimos. Pero de nada sirve si se convierte en un instrumento más para la reproducción de los poderes y de las ideas ya establecidos.
No son el Estado y los gobiernos los que determinan a la sociedad. Es al revés, son las sociedades, su percepción de la realidad, sus creencias, sus deseos y sus convicciones, las que determinan a los Estados y a los gobiernos.
Y ese es, hoy, un terreno de lucha casi abandonado.

domingo, 6 de marzo de 2016

El oscuro horizonte político de los uruguayos

por Fernando Gutiérrez Almeira





Después de la dictadura militar los partidos tradicionales pudieron aprovechar de manera contundente el retroceso que la propia dictadura había producido en las fuerzas de izquierda, reducidas practicamente a la institucionalidad aceptada a regañadientes del Frente Amplio, por la descomposición y exilio que los movimientos izquierdistas de base habían sufrido, para volver a gobernar el país durante mucho tiempo. Durante esos largos años procedieron a desarrollar con la aquiescencia continua de la población excepto en puntuales casos como la negativa popular a la privatización global de las empresas públicas, o la comercialización privada del agua,  una política económica y social que degradó profundamente las bases ya endebles de la vida nacional hasta culminar en el caos visceral y brutal acontecido bajo el gobierno de Jorge Batlle, subrayado tenebrosamente por el suicidio de un hombre en el propio Palacio Legislativo.


          El abismo al que llevaron el país los gobiernos blanqui-colorados en clara continuidad con la sangría dictatorial de la riqueza y la dignidad del país se describe en estas líneas extraídas de una de las cartas que escribió aquel hombre antes de quitarse la vida, que en paz descanse:  “Quiero decirles que lo único que hice en la vida fue trabajar y luchar con mi compañera para criar a nuestros hijos, educarlos y que tuvieran lo básico para ser buenas personas, esto que estamos viviendo me hizo pedazos no solo económicamente sino que también destrozó mi corazón al punto tal de tomar esta determinación.En este país donde los escrachadores son escrachados, donde los presidentes que combaten el contrabando son los mas grandes contrabandistas, donde hoy por hoy todo lo que nos rodea es espantoso, cuando vemos a la gente de nuestro país muerta de hambre, sin trabajo, sin tener que comer, perdiendo ya no la calidad de vida sino la vida.”

Fue bajo estas condiciones extremas, con los uruguayos acosados por un miedo subterráneo a que un nuevo gobierno blanco o colorado hundiera el país aún más, como en un pozo sin fondo, que el electorado decidió por pequeño margen mayoritario volcar sus esperanzas en el Frente Amplio, que para ese entonces ya se había revestido de una mayor apariencia de institucionalidad y moderación pero aún era capaz de movilizar  gigantescas multitudes eufóricas tras su bandera.

En los siguientes años, el Frente Amplio en el gobierno actuó como un reparador de las desgracias del país, convirtiéndose cada una de sus iniciativas políticas en un paliativo para la degradación social y económica a la que había sido arrastrado. Para lograrlo tuvo como evidente ventaja el hecho de que se le presentó una coyuntura económica internacional muy favorable, que puso viento en popa a sus iniciativas benefactoras sin que mientras tanto mejorara realmente la distribución de la riqueza en el país sino que, por el contrario, con la entrada de grandes capitales inversores, esa distribución en realidad empeorara, mientras se sometía a un total descuido y degradación las cuestiones medioambientales.

La herida social dejada por la dictadura y los posteriores gobiernos blanquicolorados era, sin embargo, muy profunda, y las cárceles siguieron estando superpobladas, la delincuencia juvenil floreciente, la criminalidad asociada al narcotráfico muy activa, la mendicidad asentada en las calles como un dato inexorable de la realidad, etc. Solo medidas drásticas de redistribución social de la riqueza que nunca sucedieron podrían haber contribuido a una curación adecuada de esa horrenda herida, pero estas medidas nunca llegaron sino que las políticas del Frente Amplio para subsanarla se limitaron siempre a la implementación de toda clase de paliativos, que jamás chocaron con una política macroeconómica tendiente siempre a la inserción del país en la dinámica global de la economía, dinámica que como bien sabemos nada tiene que ver con la idea de redistribuir la riqueza que siempre fue una fundamental reivindicación de las fuerzas izquierdistas en tanto ellas tuvieron siempre como ideal la igualdad y la justicia social.

En la actualidad el proceso del Frente Amplio ha mostrado ya todo lo que puede dar por el camino de la asistencia social que deja incólume la inequidad de fondo, y se encuentra expuesto a una situación internacional desfavorable tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista político con el resquebrajamiento en América Latina de los llamados “gobiernos progresistas”, con la ambivalente excepción de lo acontecido en Argentina, cuyo gobierno anterior tenía una política sumamente conflictiva con los intereses uruguayos. En estas condiciones, además, las personalidades que encarnan la imagen del Frente Amplio se encuentran muy desgastadas por el propio ejercicio del poder estatal y dado este panorama es que la vieja guardia blanqui-colorada ha decidido intentar de nuevo fortalecerse y retomar el poder. Para ello está ensayando estrategias de convencimiento de la población que combinadas podrían darle un buen resultado.

La más notoria estrategia utilizada por las fuerzas blanqui-coloradas contra el gobernante Frente Amplio es la de desprestigiar a sus figuras políticas, tanto sea utilizando lo que ellas mismas han convertido en su propia ruina, como en el caso de Raúl Sendic y su indocumentada licenciatura que solo existe desde el punto de vista de la verbalización que hace de ella, que lo ha puesto en vergüenza pública para gran alegría de sus detractores. También han utilizado la estrategia de dejar atrás aquellas figuras políticas de su propio pasado que encarnan la tragedia a la que sometieron ferozmente al país durante sus gobiernos, ofreciendo al público candidaturas envestidas de renovación marketinera, con la presencia últimamente del empresario Novick, que se muestra a sí mismo como un outsider de la política cuando en realidad solo es la encarnación de  una nueva manera por parte de las fuerzas blanqui-coloradas ya profundamente aliadas entre si de tratar de devolverse a sí mismas el poder que durante tanto tiempo poseyeron. Por supuesto, una tercera estrategia blanqui-colorada inexorable es la de utilizar aquello en lo que el partido gobernante ha fallado como dato crítico que permite el reclamo de un cambio de gobierno, centrándose en el incapacidad del Frente Amplio para cerrar la herida social y solventar la equidad, incapacidad que se refleja en la permanencia de aquellos fenómenos sociales, como la delincuencia marginal, que exhiben a plena luz dicho fracaso. Y por último, han apelado insistentemente a mostrar las falencias gubernamentales en materia de gestión de las empresas públicas, que nunca dejan de existir si se investiga un poco, y en materia de educación, uno de los más intrincados problemas nacionales que no resiste como solución el enfoque llevado adelante por el gobierno de convertir al sistema educativo público en un mecanismo de contención de los problemas sociales.

En el horizonte, por lo tanto, se puede augurar tiempos oscuros para el Frente Amplio, en tanto la coyuntura internacional parece que seguirá siendo desfavorable por un buen tiempo, tanto política como económicamente, aún cuando el Frente Amplio ha tenido una conducta “correcta” respecto del interés geopolítico estadounidense que nada tiene que ver con los rechazos antiimperialistas de sus primeros líderes, y ha logrado un moderado éxito hasta ahora en sus políticas paliativas y desmovilizadoras del conflicto social. A esta altura de su presencia en el gobierno tal vez esperaban sus actuales dirigentes que se diera la coyuntura apropiada para apuntalar claramente su prestigio frente a la ciudadanía pero se encuentran en cambio con el viento en contra, y con la oposición blanquicolorada desarrollando fuertemente su estrategia para volver al poder, creando artificialmente un ambiente electoral con cuatro años de antelación a las próximas elecciones. Es probable que las fuerzas de la derecha tradicional uruguaya estén ahora dispuestas a persistir de un modo u otro en su campaña política de largo alcance, ignorando la lejanía de las próximas elecciones y pensando en un trabajo lento pero seguro de desmoronamiento de la imagen del Frente Amplio.  Sin duda que cualquier vuelco negativo del panorama económico será un elemento pródigo en resultados para minar la capacidad del gobierno en su resistencia frente a la campaña derechista, y ya lo ha sido esta acelerada devaluación de la moneda nacional que se dio en los dos primeros meses del 2016.

Pero el principal factor para la decadencia de la imagen del Frente Amplio es su autodestrucción como idea movilizadora de voluntades.  En su fundación el Frente Amplio fue pensado en primer lugar como una acumulación de fuerzas tendientes a contrarrestar el sometimiento del interés nacional a la dinámica global de la economía y los intereses foráneos. Se entendía en aquel momento que se estaba creando una fuerza esencialmente nacionalista, patriótica, defensora del interés de los uruguayos frente a las influencias exteriores,  y dispuesta a enfrentar tremendos y violentos desafíos en su contra. Ese Frente Amplio ya no existe mientras que en su lugar, después de varias generaciones de líderes por medio, ha quedado una fuerza política con sus bases militantes totalmente reducidas,  y abocado a una estrategia de conciliación imposible entre la voracidad de los intereses empresariales nacionales y extranjeros y el interés de la mayoría popular. De este modo el Frente Amplio ya no se presenta como una fuerza antagonista sino como una fuerza conciliadora y mediadora que busca entre sus resultados una moderada satisfacción de la población en cuanto a la superación de las carencias tenebrosas del pasado. Esta moderación de su discurso, que le quita cada vez más el sentido de su propia autenticidad y el peso ético, permitiendo que el desprestigio medre fácilmente desde su propia interna, lo está llevando a un estancamiento como proyecto de país, y es a través de este estancamiento que puede dirigirse hacia su derrota electoral.

Basta comparar la estatura ética, política, y el perfil claro de confrontación e idealización de las metas que se reflejaba en los discursos de Zelmar Michelini, uno de los grandes fundadores indiscutibles del Frente Amplio, que dio su vida por la causa nacional en tanto quienes decían defender los intereses de la nación fueron quienes lo torturaron y asesinaron, basta compararla, digo, con la ambivalente figura de los líderes actuales del Frente Amplio, que caen en continuas contradicciones en su discurso al buscar conciliaciones de intereses donde no las puede haber, y carecen de ese clara impronta ideológica izquierdista que ha desfallecido aquí y en todas partes, para dar cuenta de que el principal factor de decadencia del Frente Amplio es su vaciamiento como proyecto y como idea movilizadora. Es en estas condiciones que desde la propia izquierda uruguaya se ha levantado cada vez más una corriente de voces que crítican y acusan a los dirigentes frenteamplistas de estar de espaldas a la propia significación del Frente Amplio como idea motor. Así, a la desmovilización que los propios dirigentes han creado se suma la critica que estos dirigentes reciben por su papel en la desmovilización, y retroalimentándose lo uno con lo otro, se crean a su vez los huecos por los cuales será fácil para la oposición blanquicolorada dar sus calculadas estocadas. Incluso puede verse que una parte de la sutil campaña de la oposición consiste en alentar este conflicto entre las voces críticas y los dirigentes, y un elemento que ha resultado exitoso para ello es utilizar todos los elementos de desprestigio que los propios dirigentes frenteamplistas tienen en su haber.


En fin, es de esperar que el Frente Amplio enfrente su encrucijada de dos maneras: llegando a las próximas elecciones tratando de conservar sus fuerzas electorales por el expediente de tratar de neutralizar los factores económicos negativos y de contrarrestar la estrategia blanquicolorada, sin tocar en esencia las claves de su propia decadencia, o, lo cual me parece muy improbable, yendo hacia una total reestructuración de sus lineamientos estratégicos y a una aguda renovación de su dirigencia. En todo caso hay que temer, pienso yo, el posible ascenso de las fuerzas blanquicoloradas, no porque deba asumirse que no son capaces de llevar adelante un gobierno exitoso, sino porque lo que los antecedentes históricos nos indican es que sí son muy capaces de llevar adelante gobiernos desastrosos y ajenos al interés de las mayorías. La otra alternativa, la de que surja una tercera opción política clara e independiente, que de nueva luz y esperanza a los electores, resulta todavía más improbable, dada  la lentitud con que tradicionalmente cambian las tendencias electorales en Uruguay. En fin, parece que a los uruguayos se les avecina un oscuro horizonte político.

El principio del fin de la hegemonía frentista y un nuevo principio

por Marcelo Marchese




El Plenario del FA decidió “Rechazar la campaña desplegada por la oposición y diferentes medios de comunicación destinada a menoscabar la imagen y credibilidad, tanto de integrantes de nuestro gobierno, como así también debilitar la institucionalidad democrática de nuestro país”. Desde el punto de vista sintáctico el texto es un horror que se convierte en una prueba pública de nuestro lamentable nivel educativo o en todo caso, del lamentable nivel de los profesionales de la política, que no saben ni redactar un texto elemental. Pero ese es un problema menor. Lo escandaloso es que se considere una denuncia fundada como un atentado a la “institucionalidad democrática”. El Plenario del FA confunde el sur con el norte y la “institucionalidad democrática” con el autoritarismo. El hecho de mentir sobre un título por parte del segundo de a bordo es grave, pero no es un atentado a la “institucionalidad democrática”. El atentado grosero es proclamar que quienes denuncian el hecho, quienes señalan un error y se basan en la verdad, debilitan “la institucionalidad democrática de nuestro país”. Para el FA “la institucionalidad democrática de nuestro país” se defiende ocultando informes sobre la contaminación del agua, como hace la OSE; se defiende trasladando fiscales que cumplen la sagrada función de defender al ciudadano, como hace Enrique Viana; y se defiende al modo de Pivel Devoto, que en una comisión del Senado reconoció que si conocía documentos que alteraran la imagen de los próceres de la patria, jamás los publicaría (él, cuya función era publicar los documentos históricos) (1). Ese es el concepto imperante en la coalición de gobierno sobre la democracia y sobre la información para la democracia; mas la democracia, entre otras cosas, significa señalar los errores de los funcionarios públicos que están ahí para representarnos. No están encima nuestro. No están encima de la democracia. Son elegidos por nosotros y pueden ser revocados por nosotros y si los revocamos será un logro de la democracia. 
La declaración del Plenario del FA genera una sensación de Déjà Vu. ¿Dónde escuchamos algo parecido? Puestos a recordar, el Déjà Vu se multiplica al infinito. Es la misma lógica usada por la Iglesia cuando considera las denuncias a curas pedófilos como un ataque a la Iglesia, y por lo tanto las entierra. Cuando desde el exilio se denunciaban las torturas de la dictadura, la dictadura decía que se quería desestabilizar al país y aquellas denuncias eran infundios de la sedición, una estrategia de los rojos. Sobran ejemplos y son tantos, que debemos considerarlos como resultado de toda conducta corporativa, sea de un Estado, sea de una religión, sea de un partido, sea de un sindicato, sea de una cámara de industria, sea del factor de poder que fuere, siempre y cuando la corporación nacida para un fin crea que es más importante la corporación que el fin para el cual nació, lo cual significa el adiós al fin y la perpetuación de la corporación para fines muy distintos que los originales. 
Esa es precisamente la situación en que se encuentra el Frente Amplio y la prueba última es el DISPARATE ILEVANTABLE que significa esta penosa declaración, terraja por donde se la mire, la cual será motivo de escarnio toda la semana. Testigo del inicio de la debacle se encuentra Esteban Valenti, que en su último artículo (2) alerta: “¿Hoy está planteada la perspectiva del post frentismo? Creo que no, que el peligro real, profundo, grave que afrontamos no es que haya desprendimientos del FA, sino que muchos ciudadanos que nos votaron dejen de hacerlo. Ciudadanos que por diversos motivos, pero básicamente por las razones exactamente opuestas que los llevaron a optar por nosotros en anteriores elecciones, nos abandonen, hacia otros partidos (no aparece en las encuestas un crecimiento marcado de ninguno), hacia el voto en blanco y anulado, ese me parece el gran peligro. Ya lo sufrimos en las elecciones departamentales de Montevideo del 2010”. 
El FA nació como expresión ciudadana de una serie de cambios que precisaba el país. ¿Dónde están esos cambios? Nos responde un silencio cósmico. El “cambio” del FA fue apostar a la inversión extranjera. ¡Vaya cambio! ¿Y para esto se hicieron sacrificios inenarrables? No, no fue para esto, pero aquí es el momento de una necesaria inflexión en este artículo y desde ya digo que no me sumé, pues me repugna, al linchamiento público de Sendic, ni me interesa su renuncia. En cuanto al uso de un título para ejercer funciones políticas u otras que no tengan estricta relación con la función referida al título, recomiendo la lectura de “Licencia para mentir”, de Carlos Rehermann (3). 
Uno siente infinito cansancio al señalar los errores del poder cuando sabe que ese poder en lo alto no es otra cosa que el reflejo de lo que sucede aquí en el llano. Esto no exime al poder, pero la raíz del problema debemos encontrarla en otro lado. En ese sentido se encuentra el reciente artículo de Hoenir Sarthou, titulado “Tabaré Vázquez ¿El principio del fin?” (4) que en su parte medular dice: “¿Estamos viviendo el principio del fin del ciclo “progresista”? Es difícil decirlo, sobre todo porque no hay alternativas a la vista. El agotamiento de los partidos tradicionales fue anterior y muy grande. Por eso, es posible que el Frente Amplio sobreviva por cierto tiempo a la muerte de su propia mística. Algo así le ocurrió al Partido Colorado, con la diferencia de que, cuando su desgaste llegó al límite, estaba el Frente Amplio para sustituirlo”. “Por lo pronto, cunde en la sociedad uruguaya un clima de apatía y descreimiento. Salvo quienes encuentran trabajo en el sistema político y quienes ganan mucho dinero con el modelo “progresista” (que los hay), es como si los demás estuviéramos hartos de nuestros defectos colectivos y, a la vez, nos resignáramos a que el sistema político los reprodujera ampliados e institucionalizados. Es un problema que supera en mucho el juego político electoral y que no puede resolverse sólo mediante un cambio de gobierno. Es un problema cultural, en el más hondo sentido de la palabra”. Nos encaminamos a un sistema ya conocido: gobernarán unos, se desgastarán, vendrán los otros (más de lo mismo) que se desgastarán y el sistema político seguirá jugando al juego de la mosqueta porque nos encanta el juego de la mosqueta, sea en cuestiones de política, sea en cuestiones de deseos personales, y se jugará a la mosqueta con nuestra complacencia, pues para que a uno lo engañen es imprescindible que uno quiera ser engañado. 

Dos visiones de la política 
                           
 ¿Existe alguna esperanza de escapar de la ilusión que nos atrapa? Pienso que para escapar es necesario adoptar colectivamente otra conducta, y para adoptar una nueva conducta es necesario creer que esta realidad no es la única posible. Debemos escapar de la dictadura del modelo único, la única explicación del fenómeno, el origen único del ser humano, el único lenguaje del cual evolucionaron los demás y todas esas paparruchas que niegan que la vida es, primero que nada, exuberancia. Permita el amable lector que desarrolle este asunto con el ejemplo del agua contaminada y nuestra de cada día. 
Los químicos de la OSE saben que el agua es un desastre irremediable. Le informan a sus directores, que le informan al Presidente y todos ellos saben (salieron a luz pública informes que tenían bajo siete llaves y a nadie le importó un pepino) que el agua es una suerte de licuado que incluye sustancias nada aconsejables. Ahora ¿qué haría usted, lector, en el lugar del Presidente? ¿Alarmaría a la población? ¿Le diría a la gente que el agua es un veneno, cuando la gente no tiene otra opción que tomar esa agua? ¿No se quedaría callado y apostaría a mejorar el agua con todos los recursos posibles? En todo caso ¿tendría otra opción? Y en tanto estas cosas barrunta, acudirá a su mente la idea salvadora: “La política es el arte de lo posible”. Aquí tenemos bien representada una visión de la política, que agrega: “La masa necesita héroes: démosle héroes, aún a costa de tergiversar documentos históricos o destruirlos”. “Pero surgirán unos pocos que defiendan la verdad histórica, aunque sea una verdad perjudicial para la masa”. He ahí el problema, y a ese problema, a esa otra y muy diferente visión de la política, la llamaremos:
  
“La subversiva visión republicana” 

  En todos los países surgen historiadores que desestabilizan el mito oficial. En todos los tiempos y geografías habrá iconoclastas en diversos campos del pensamiento. 
No existe un “principio del fin” de la hegemonía del Frente Amplio, como anuncia Hoenir Sarthou, sin el crecimiento de ese espacio, por ahora inarticulado, sobre el que alerta Esteban Valenti. Yendo a nuestro ejemplo, tenemos el camino seguido por todos los gobiernos de nuestro país, y también tenemos la subversiva visión republicana que dice que el remedio para solucionar el problema del agua pasa por decirle la verdad a la población. Es toda una declaración de guerra. Los subversivos no esperan que el funcionario resuelva el problema en las calendas griegas, sino que apuestan a que la conciencia pública afronte la realidad, condición indispensable para una transformación. Apuestan al saber colectivo de una sociedad y apuestan a todo el poder que anida en una sociedad, el cual rara vez se utiliza. Por eso un científico como Daniel Panario informa a la población lo que algunos callan. Antes que nada la suya es una actitud republicana, como la del Fiscal Viana y el movimiento Uruguay Libre de Megaminería. Saben que hay poderes detrás del poder político, infinitamente más grandes que el poder político, que son responsables de que el agua contenga microcistina, atracina, fósforo a rolete y todo lo demás. Pero esta visión diferente, y no sé qué tan minoritaria, de la política, se encuentra con un duro escollo, que es este razonamiento bastante mayoritario: “Esta bien. La soja contamina. El eucalyptus contamina. Las fábricas y la gente con sus waters contaminan. Pero si dejamos de plantar soja y eucalyptus y usar waters, nos moriremos de hambre y estreñimiento, que de seguro es mucho peor”. Volvemos a tropezar con la piedra de la única realidad posible. Debemos afrontar que el modelo de la soja y el eucalyptus y los waters tirando desechos al río, no es el único y maldito modelo posible. Existen otros modelos; el problema es que no tienen la propaganda que tiene el actual modelo, y no tienen propaganda pues su propaganda es ahogada por la propaganda de los que plantan soja, eucalyptus y fabrican waters, ayudados además por el poder propagandístico del Estado y la Academia. La soja y el eucalyptus (dejemos a los waters para un próximo artículo) además de regar nuestra tierra, aire y agua con insecticidas, fungicidas, herbicidas y altas dosis de fósforo y nitrógeno, cumplen el maravilloso rol de extender el latifundio, lo que significa en Uruguay la expulsión anual de más de mil familias de productores rurales, sea bajo la dictadura militar, sea bajo gobierno blanco, colorado o frentista. No sé a dónde irán a parar esas familias, pero su nivel de vida se deteriora y alguna irá a los cantegriles, y así, a la hora de pensar en el problema obsesionante de la seguridad, tenemos que recordar que algo tiene que ver en el asunto el latifundio, el cual, al expulsar al productor de lechugas y tomates, hace que luego las lechugas y los tomates valgan un huevo, en el sentido de que los huevos valen un disparate. ¿Se entiende? Una cosa lleva a la otra. La tierra se concentra en pocas manos y se extranjeriza. Siendo pocos, en un país pequeño, deberíamos apostar, si hablamos de economía agraria, a la producción de alimentos de calidad, sin contaminantes y más sabrosos, bien pagados en todo el mundo. En cambio nos dedicamos a plantar soja para alimentar gallinas y puercos. ¿Quién decide tal cosa? Por ahora, los dueños de la tierra. ¿Y el resto? Por ahora jugamos al juego de la mosqueta. (1) Véase esta confesión en “Traición a la patria” de Guillermo Vázquez Franco, y el ataque de este historiador a esta tenebrosa visión. (2)”El post frentismo y el destru-frentismo” http://www.uypress.net/uc_66933_1.html (3) http://www.henciclopedia.org.uy/Columna%20H/RehermannLicenciaparamentir.htm (4) http://www.voces.com.uy/articulos-1/indisciplinapartidarialacolumnadehoenirsarthoutabarevazquezelprincipiodelfin