Por Soledad Platero Puig
Publicado originalmente en Caras y Caretas
Pero
volvamos al ministro y su defensa del inalienable derecho de las
personas a estar armadas. Dice Fernández que la población se está
armando, y que eso está muy bien, porque si uno está en la paz del
hogar y se le mete para adentro un criminal a matarle a los hijos,
mejor será que tenga con qué defenderlos. Y pone como ejemplo la
masacre del Bataclán, en París, en donde un puñado de terroristas
acabó con la vida de casi 90 personas “como si fueran palomitas”.
Creo que no hace falta responder a la oblicua invitación a asistir
armados a bailes, espectáculos teatrales o eventos deportivos.
Cualquier persona sensata puede imaginar los resultados de semejante
práctica, así que no vale la pena comentarla.
Lo
que sí creo que podríamos conversar, ya que el ministro propone el
tema, es lo de tener armas para hacer frente al despotismo. En una
carta de respuesta a la columna de Marcelo Pereira en la diaria del
lunes, que fue publicada en ese mismo medio el martes, Fernández
recuerda que la izquierda uruguaya, con excepción del Partido
Demócrata Cristiano, “llamó a las armas, tuvo armas y las usó
(MLN, 26 de Marzo, Partido Socialista, Partido Comunista, PVP, GAU,
etcétera)”, y dice no poder entender que “respecto a este tema
se hagan los ranas [sic]”. Más allá de las evaluaciones que los
distintos partidos y sectores de izquierda hayan hecho de la tenencia
de armas y de la pertinencia de su uso en los años previos al golpe
de Estado, me parece necesario recordarle al ministro que la
izquierda de aquellos años también reclamaba cosas como la reforma
agraria, la nacionalización de la banca privada y de los principales
rubros del comercio exterior, la nacionalización de la industria
frigorífica y tantas otras cosas que ya no reclama. Yo creo que si
fuéramos a debatir el asunto de la tenencia y el uso de armas
podríamos, ya que estamos, aprovechar para conversar de nuevo esos
otros temas que han salido de la agenda.
Dice
también Fernández, palabras más o menos, que la tiranía existe y
es peligrosa (si lo sabremos) y que el terrorismo de Estado es una
amenaza siempre latente, así que nada mejor que estar armado para
defenderse en caso de abuso institucional. Encantadora imagen, la de
los ciudadanos resistiendo en armas al tirano, pero un tanto ingenua.
En Uruguay, sin ir más lejos, el último golpe de Estado fue dado
por un presidente electo. No es exagerado imaginar que, en caso de
haber estado armados, muchos patriotas habrían sumado su capacidad
de fuego a la de las fuerzas represivas, en lugar de consagrarla a la
libertad. Decir otra cosa es mandar fruta, con el agravante, en este
caso, de mandarla desde el Ministerio de Defensa Nacional.
Sin
embargo, no se puede negar que el Estado puede ser una máquina
opresiva y abusadora. El Estado me puede obligar a pagar impuestos, a
cobrar mi salario y pagar mis cuentas a través del sistema bancario,
a declarar todos mis ingresos y hacerme cargo de todas las
obligaciones fiscales que el propio Estado impone. Puede, el Estado,
resolver quiénes son exonerados de esas obligaciones y a quiénes se
les permite driblearlas mediante el recurso de las donaciones (que
permiten nada menos que elegir dónde se pone la plata). El Estado
puede volverse autoritario, puede reprimir, puede controlar hasta
dónde sube mi salario y a qué edad me puedo jubilar. Y nada de eso,
entiendo, puede evitarse teniendo un arma en casa. Porque el peso del
Estado, la orientación de sus decisiones y hasta la pertinencia o no
de su existencia tal como lo conocemos es un asunto de la política,
y no de la guerra. Incluso para llamar a la guerra es necesario,
antes, haber ejercido el pensamiento político, haber dejado todo en
esa cancha, para que todos seamos capaces de saber en qué nos
metemos y para qué.
Se
podrá decir que la política, entendida como pensamiento crítico y
voluntad de participación, no atraviesa sus días más
efervescentes, y es verdad. Lo que no imagino es cómo podría
ayudarnos, justo cuando estamos políticamente más desvalidos, poner
nuestra confianza (nuestro miedo) en tener armas.
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