por Soledad Platero Puig
Es
difícil tomar en serio afirmaciones como la del ministro de Defensa,
Eleuterio Fernández Huidobro, relativa a la tenencia de armas como
atributo de la libertad. Algunos dijeron que las palabras del jerarca no
tenían otro objetivo que el de distraer a la opinión pública de la
candente cuestión del grado académico inventado del vicepresidente (que,
a su vez, podría haber servido como cortina de humo de la situación de
Ancap, que podría haber sido una distracción, a su vez, para que
olvidáramos el problema de la basura en las calles, y así
sucesivamente), pero no creo que el ministro necesite excusas para
lanzar sus casi siempre provocadoras ideas en cuanto micrófono se le
abra. De hecho, si yo fuera un medio de prensa opositor y quisiera
dinamitar la imagen del gobierno, me aseguraría de abrirle el micrófono a
un frenteamplista “polémico” al día. Me atrevo a augurar que, teniendo
en cuenta la incontenible verborrea de unos cuantos y su desesperación
por protagonismo, en no más de seis meses el partido de gobierno estaría
tocando el suelo de las preferencias populares y los analistas podrían
decretar, una vez más, el fin del ciclo progresista.
Pero volvamos al ministro y su defensa del
inalienable derecho de las personas a estar armadas. Dice Fernández que
la población se está armando, y que eso está muy bien, porque si uno
está en la paz del hogar y se le mete para adentro un criminal a matarle
a los hijos, mejor será que tenga con qué defenderlos. Y pone como
ejemplo la masacre del Bataclán, en París, en donde un puñado de
terroristas acabó con la vida de casi 90 personas “como si fueran
palomitas”. Creo que no hace falta responder a la oblicua invitación a
asistir armados a bailes, espectáculos teatrales o eventos deportivos.
Cualquier persona sensata puede imaginar los resultados de semejante
práctica, así que no vale la pena comentarla.
Lo que sí creo que podríamos conversar, ya
que el ministro propone el tema, es lo de tener armas para hacer frente
al despotismo. En una carta de respuesta a la columna de Marcelo Pereira
en la diaria del lunes, que fue publicada en ese mismo medio el martes,
Fernández recuerda que la izquierda uruguaya, con excepción del Partido
Demócrata Cristiano, “llamó a las armas, tuvo armas y las usó (MLN, 26
de Marzo, Partido Socialista, Partido Comunista, PVP, GAU, etcétera)”, y
dice no poder entender que “respecto a este tema se hagan los ranas
[sic]”. Más allá de las evaluaciones que los distintos partidos y
sectores de izquierda hayan hecho de la tenencia de armas y de la
pertinencia de su uso en los años previos al golpe de Estado, me parece
necesario recordarle al ministro que la izquierda de aquellos años
también reclamaba cosas como la reforma agraria, la nacionalización de
la banca privada y de los principales rubros del comercio exterior, la
nacionalización de la industria frigorífica y tantas otras cosas que ya
no reclama. Yo creo que si fuéramos a debatir el asunto de la tenencia y
el uso de armas podríamos, ya que estamos, aprovechar para conversar de
nuevo esos otros temas que han salido de la agenda.
Dice también Fernández, palabras más o
menos, que la tiranía existe y es peligrosa (si lo sabremos) y que el
terrorismo de Estado es una amenaza siempre latente, así que nada mejor
que estar armado para defenderse en caso de abuso institucional.
Encantadora imagen, la de los ciudadanos resistiendo en armas al tirano,
pero un tanto ingenua. En Uruguay, sin ir más lejos, el último golpe de
Estado fue dado por un presidente electo. No es exagerado imaginar que,
en caso de haber estado armados, muchos patriotas habrían sumado su
capacidad de fuego a la de las fuerzas represivas, en lugar de
consagrarla a la libertad. Decir otra cosa es mandar fruta, con el
agravante, en este caso, de mandarla desde el Ministerio de Defensa
Nacional.
Sin embargo, no se puede negar que el
Estado puede ser una máquina opresiva y abusadora. El Estado me puede
obligar a pagar impuestos, a cobrar mi salario y pagar mis cuentas a
través del sistema bancario, a declarar todos mis ingresos y hacerme
cargo de todas las obligaciones fiscales que el propio Estado impone.
Puede, el Estado, resolver quiénes son exonerados de esas obligaciones y
a quiénes se les permite driblearlas mediante el recurso de las
donaciones (que permiten nada menos que elegir dónde se pone la plata).
El Estado puede volverse autoritario, puede reprimir, puede controlar
hasta dónde sube mi salario y a qué edad me puedo jubilar. Y nada de
eso, entiendo, puede evitarse teniendo un arma en casa. Porque el peso
del Estado, la orientación de sus decisiones y hasta la pertinencia o no
de su existencia tal como lo conocemos es un asunto de la política, y
no de la guerra. Incluso para llamar a la guerra es necesario, antes,
haber ejercido el pensamiento político, haber dejado todo en esa cancha,
para que todos seamos capaces de saber en qué nos metemos y para qué.
Se podrá decir que la política, entendida
como pensamiento crítico y voluntad de participación, no atraviesa sus
días más efervescentes, y es verdad. Lo que no imagino es cómo podría
ayudarnos, justo cuando estamos políticamente más desvalidos, poner
nuestra confianza (nuestro miedo) en tener armas.
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