lunes, 21 de marzo de 2016

De cómo el lector transforma al escritor

Por Marcelo Marchese 

Decía Macaulay que no existe nada más tedioso que escuchar ciertas cuestiones personales, sea de boca de un desconocido o sea de un amigo entrañable; mas agregaba que por motivos ignorados, apenas esas cuestiones se trasladan a un texto, nos atrapan de forma irremediable.
Pienso que este cambio se explica porque en la lectura, el hecho ajeno se recibe en la intimidad. Sentados junto a un fuego en una noche de invierno, o acostados en una hamaca una tarde de verano, sentimos, si nos encontramos frente a un escritor auténtico, que aquello que pasa en esas páginas nos está pasando a nosotros. Tarkovski cuenta que de todos los elogios recibidos a su obra, ninguno igualó el que contenía una carta que le envió una mujer a causa de “El Espejo”: “Esa casa donde transcurre la niñez del protagonista es exactamente igual a la casa en que transcurrió mi infancia ¿Cómo hizo para saberlo?”. Por su parte Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote” explica cómo un libro cambia según el tiempo y las geografías, pues las palabras contenidas, como cosa viva, transforman su significado. No sólo un lector, sino toda una época de lectores puede resucitar, por necesidad, a un autor que durmió olvidado.
Mas quisiera considerar otro aspecto del asunto; el cómo el lector transforma al autor desde el momento en que el autor escribe para otro. Uno escribe para sí mismo, pero lo escrito tiene valor para sí en tanto ya no sea suyo. Cuando Kafka entrega a Max Brod su obra con el mandato de destruirla, no hizo otra cosa que darla a su amigo para que la hiciera pública, pues de esa manera podía romper su propio temor a perderla, a que fuera de otros, a que se transformara en literatura. Todos nosotros, incluyendo en la palabra todos a los grandes artistas, hemos vivido acontecimientos traumáticos y sufrido derrotas y humillaciones. El arte es la magia más antigua desde el momento en que el hecho traumático, o más precisamente, la dictadura de ese hecho, es destruida por su relaboración, por el agregado de una nueva dimensión. Sea lo que fuere que haya sucedido, al revivirlo y transformarlo, el hecho pasa a ser otro y por eso en la base del trauma debería estar escrito
“El agua estancada genera los reptiles de la mente”.
Nada de esto ocurre sin que el hecho, la dictadura del hecho que sólo ejerce su dictadura en tanto sea único y viva de forma única en la psique del autor, deje de ser individual y pase a ser de todos. El autor, al perder, gana; y eso no se logra sin el lector.
Existen en la historia de la literatura innumerables ejemplos, como cada vez que un poeta alcanzó su objetivo al escribir un poema de amor con un propósito deliberado. En otro aspecto de la transformación del poeta, citemos el ejemplo de Borges al escribir “Funes el memorioso”. El autor, consumido por el insomnio, piensa que se encuentra tirado en la cama de un hotel y piensa que más allá está la ventana, los árboles del pueblo, la plaza, la iglesia y las campanadas que miden el tiempo del insomnio, y entonces piensa en escribir un cuento acerca de un hombre bajo el peso insoportable de una memoria infinita. Un hombre a quien el eterno recuerdo le niegue el descanso. Cuando escribe el cuento, como hecho curioso para él, logra por fin conciliar el sueño. Mas agreguemos un ejemplo elocuente, un ejemplo llevado al extremo de lo obvio. Goethe reta a duelo a un competidor por el amor de una mujer. Este duelo lo lleva a la cárcel, donde escribirá los sufrimientos de un suicida llamado Werther. Cuando lo liberan, su amor se ha casado con su enemigo. Destruido y con su enorme fracaso a cuestas, Goethe abandona la ciudad donde ha tenido la mayor de las dichas que a un hombre le es dada en la tierra, amar y ser correspondido. En el camino a su pueblo natal debemos imaginarlo entregado a amargas reflexiones. Al llegar lo recibe una multitud entusiasta que ha leído su libro. Ha nacido el poeta Goethe. De seguro él, como todos nosotros, hubiese arrojado por la borda su vida de escritor a cambio de alcanzar lo que más deseaba, pero no fue así como el destino tejió los hilos de su vida y sólo podemos saber que Goethe, arruinado, alcanzó un mínimo bálsamo gracias a sus lectores, que lo transformaron en otro, y de alguna manera, le tendieron una mano.
Así como la magia precisa de palabras adecuadas pronunciadas con un ritmo y aspiración convenientes, su hermana, la literatura, sigue los mismos principios y alcanza su propósito cada vez que las palabras emitidas llegan a nosotros y nos transforman, al mismo tiempo que transforman a un autor que escribió hace milenios. La literatura, como la magia, hunde sus raíces en las oscuras aguas del tiempo. El autor del primer cuento fue el primer hombre que contó a otro cómo había cazado un ejemplar magnífico. A partir de él hemos conjurado a los poetas que pueblan nuestras vidas; legisladores desconocidos del universo que pretenden alcanzar el fin supremo, vencer a la muerte, el atributo de los dioses que sólo nosotros podemos reconocerles cada vez que tomamos un libro.

2 comentarios: