
Por Fernando Gutiérrez Almeira
El pensamiento crítico, aquel que nace del concepto de libertad y del reclamo de libertad para las personas y los pueblos, y que solo existe en la medida en que la libertad de pensamiento es ejercida, necesita continuamente reorientarse frente a la tendencia a confirmar lo existente, lo dado, y a anular las alternativas, que caracteriza a las instituciones establecidas y a los intereses particulares o corporativos que eligen esas instituciones para la confirmación, a su vez, de sus privilegios sociales. Y puesto que hoy en día los intereses corporativos que modelan para sí las instituciones han extendido su influencia y poderío a nivel planetario no solo por encima del alcance del pensamiento y la acción individual sino incluso por encima de las soberanía de los pueblos, esa necesidad se hace hoy más urgente que nunca, más valiosa que nunca a los fines de conservar la posibilidad de abrir una brecha en la institucionalidad frente a la coerción dominante.
Para lograr esta reorientación continua el pensamiento crítico necesita en primer lugar auto-cuestionarse como tal, en sus fundamentos, con lo cual se vuelve necesario reconsiderar una y otra vez los conceptos de libertad, de posibilidad con los que juega pero también reconsiderar las cualidades que en sí mismo debe llevar y que lo constituyen como tal. Aquí es importante recordar la importancia del estudio lógico, de la investigación dialéctica, del reconocimiento de las falacias y trampas del lenguaje. Sin estudio lógico el pensamiento no puede orientarse adecuadamente hacia el conocimiento de lo real, sin investigación dialéctica no puede mantener el dinamismo conceptual que evita la concrescencia de las ideas en fijezas claudicantes, sin el reconocimiento de las falacias y trampas del lenguaje no es posible contrarrestar y poner en tela de juicio las estrategias del discurso dominante.
Y ya se puede entrever en lo que afirmé hasta aquí que el pensamiento crítico debe no ser solamente autocrítico sino atento a la realidad, investigativo, y por sobre todas las cosas, atento a los orígenes, los desenvolvimientos y las consecuencias aparentes o invisibilizadas de la dominación y del discurso dominante. Sin una investigación constante de las estrategias que se desarrollan desde las instituciones establecidas, desde los medios de expresión consolidados, desde los corporativismos no solo económicos sino también ideológicos, religiosos, políticos, estatales, etc. , es practicamente imposible ejercerlo eficazmente como motor de la acción social. Pero no se trata solo de atender al aquí y ahora de la dominación sino de atender, aún más, a la dominación en sí y sus raíces mentales, históricas, sociales, pues esta investigación es imprescindible en un sentido muy preciso: allí donde la dominación triunfa, donde las relaciones humanas quedan supeditadas a fines que postergan o contradicen el fin de la libertad individual y la libre convivencia de los pueblos, el pensamiento crítico tiende a ser relegado, reprimido o directamente suprimido. Es pues una cuestión de sobrevivencia del pensamiento crítico el tratar de comprender el fenómeno de la dominación tanto en sus orígenes y características como en los modos en que se expande y consolida.
Si el pensamiento crítico debe estar enfocado desde la realidad y hacia ella, es de suma importancia que encuentre su argumentación en los hechos y para los hechos y no en elucubraciones despegadas de los mismos. Por ello es importante ligar permanentemente el discurso crítico al discurso científico y atender a las evoluciones de este, a los cambios que este experimenta como posibles fuentes de reorientación de la crítica de lo real dado. También hay que destacar la ligadura inamovible entre pensamiento crítico y pensamiento filosófico aunque esta ligadura no signifique su identificación. El pensamiento filosófico es una continua fuente de ideas nuevas, de conceptos nuevos que pueden servir de elemento constructivo del discurso crítico. En fin, que el pensamiento crítico debe beber de las fuentes de la ciencia y la filosofía y expresarse, incluso, en los términos en que estas se expresan.
Para terminar quiero recordar que sin el ejercicio continuo de la duda, sin un ejercicio metódico de la duda en todas direcciones y con la mayor profundidad posible, el pensamiento crítico no se sostiene sino que tiende a disolverse para que en su lugar se consoliden sistemas de creencias con pretensiones críticas pero que en el fondo no son más que estructuras de pensamiento que han sido absorbidas por alguna forma de institucionalización. El pensamiento crítico florece donde los sistemas de creencias no se imponen, donde los defensores de las etiquetas ismicas no impugnan continuamente la discrepancia y buscan un oponente, una contraposición fija, contraposición que no es necesaria al pensamiento crítico sino, por el contrario, al ejercicio de un discurso y de una posición dominante. Y para el ejercicio de la duda hay que partir de la constatación paradojal de que no hay posiciones teóricas definitivas jamás, de que no hay un centro absoluto del cual partir, de que el error y la paradoja misma son raíces móviles de un pensamiento que no admite detenerse en meros productos pensados.
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