Por Soledad Platero Puig
Uno de los problemas que se presentan, por ejemplo, en la discusión en torno a los derechos de autor, es la imposibilidad de medir el valor del trabajo intelectual. Sin embargo, es precisamente eso lo que está en juego, porque, ¿qué es lo que se obtiene gratis cuando se reproduce, por ejemplo, un libro? No el papel, ciertamente, porque las hojas de fotocopia siguen teniendo costo. Tampoco el electrónico, porque quien quiera leer un material digitaldigitalizado contar con el dispositivo para hacerlo, y, hasta el momento, los únicos dispositivos que los estudiantes obtienen en forma gratuita son los que suministra la ANEP (y para esos dispositivos ya hay materiales obtenidos mediante convenidos diversos). Así, lo que se volvería gratuito en caso de consagrarse el nuevo marco jurídico sería la parte inmaterial del objeto. El trabajo, ni más ni menos. En el caso de un libro, el trabajo del autor, del editor, del diseñador, del corrector y del armador que participaron en lo que terminó por ser un volumen de texto.
No debería sorprendernos, sin embargo, que sea precisamente el trabajo la parte oculta o invisible en esta historia. La historia del capitalismo podría leerse precisamente como la historia del ocultamiento del proceso productivo o como la transformación del producto en un objeto mágico surgido de ninguna parte, sin dolor, sin sufrimiento, sin relaciones de explotación, sin violencia ni injusticia ni abuso.
El trabajo es siempre invisible porque el capitalismo de mercado necesita cosas que pueda cuantificar: productos, artículos, objetos. Por eso los servicios se pagan tan poco (¿cómo medir cuánto trabajo hace una persona que cuida a alguien, excepto midiendo las horas que le dedica a esa tarea, tan poco calificada?) y algunos productos, inherentemente inmateriales, como la creación intelectual, no pueden valorarse sino en función de la oferta y la demanda.
En estos días se procesa una discusión en torno al reclamo que el escritor Diego Fischer introdujo en la Justicia contra el grupo de parodistas Los Zíngaros. Fischer argumenta que la parodia (un género que varias legislaciones contemplan a la hora de hacer excepciones a los derechos de autor) usó en forma indebida material de su libro sobre Juana de Ibarbourou. El asunto se dirime en el juzgado (y será interesante ver qué pasa, porque en caso de que se le reconozcan al autor los daños causados puede venirse una avalancha de juicios iniciados por músicos cuyas melodías han sido usadas en el carnaval, sin permiso y sin escándalo, desde el fondo de los tiempos), pero mientras tanto se discute en foros y redes sociales. Alguien dice que el trabajo de un escritor de novelas es siempre creativo, a diferencia del que hacen un periodista o un biógrafo, meros contadores de hechos o circunstancias de la vida misma. No demora otro en responder que contar hechos es un trabajo enorme que requiere investigación, horas de bucear en documentos y de entrevistar a testigos o protagonistas, y que, en todo caso, trabajo por trabajo, el del investigador es más trabajo que el del creador de ficciones. El propio Fischer, para enfatizar el valor de su libro, explica que fue reeditado 28 veces y que vendió más de 30.000 ejemplares. Como sea, el problema sigue siendo el mismo: para dar cuenta del esfuerzo de un autor hay que recurrir a las horas de trabajo materialmente cuantificable, de desgaste físico hecho en polvorientos archivos o en horas de grabación y desgrabación de materiales y, finalmente, al número de ejemplares vendidos en el mercado. El trabajo intelectual en sí mismo y el trabajo material con el lenguaje no son percibidos como trabajo y no parecen merecer remuneración. (Una anécdota al pasar: cuando yo empecé a escribir sobre libros para un periódico de plaza de circulación gratuita, se me explicó que las reseñas, a diferencia de “las notas”, no se pagaban. La única remuneración del reseñista era el libro, con el que podía quedarse luego de haberlo leído y de haber entregado la reseña. El director de la publicación partía de la base de que leer un libro y comentarlo no constituían un verdadero trabajo, a diferencia de, por ejemplo, sentarse a conversar con alguien con el grabador encendido, hacerle preguntas y luego desgrabar la charla y transformarla en escritura. El trabajo verdadero, supongo, estaba en el esfuerzo físico de desgrabar).
En todo caso, la discusión alrededor de los derechos de autor expone problemas mayores que el de la mera propiedad intelectual, y deberíamos aprovecharla para pensar en ellos. Uno de esos problemas es, justamente, el del valor del trabajo. Y no sólo el trabajo inmaterial, porque a fin de cuentas tampoco se valora el trabajo del que pasa toda una jornada con el lomo arqueado cosechando papas, sino que se valora la bolsa de papas que entrega al final del día. El otro problema es el de la propiedad, a secas. Los nuevos tiempos han dotado de un aura especial a ciertos bienes (la cultura, el paisaje, el agua) y, por lo tanto, parece sensato reclamar su propiedad colectiva, no enajenable. Pero otras cosas siguen allí, protegidas por implacables salvaguardas que hacen impensable cuestionar sus derechos de propiedad. Es el caso de la tierra, por ejemplo.
No deberíamos engañarnos: vivimos una era caracterizada por la frase “quiero todo a lo que tengo derecho”, y “a lo que tengo derecho” -en ese esquema- podría traducirse como “cualquier cosa que exista”. Cada adelanto tecnológico, cada nueva aplicación, cada creación del mercado está ahí, ofrecida y tentadora para que yo sienta que no soy menos que nadie y que me asiste el derecho a poseerla (“toda persona tiene derecho a viajar”, dice un aviso de venta de pasajes). Pero eso no tiene nada que ver con derechos fundamentales, sino con una aceptación chata y acrítica del mandato consumista. Tanto como haya en el mercado puede haber para mí.
No veo la hora de que todos, con la misma convicción, reclamemos la tierra y el techo que nos corresponden, el pan en la mesa, la educación, la salud, la dignidad y la justicia. Yo estoy convencida de que toda propiedad privada tiene algo de robo. Quisiera saber cuántos me acompañan en esa convicción.
Tomado de La Diaria
sábado, 21 de mayo de 2016
miércoles, 18 de mayo de 2016
Más allá de Dilma: ¿Qué significa el “impeachment” en Brasil?

Durante la votación en diputados, más del 60% de la población apoyaba el juicio político y sólo un 10% apoyaba al gobierno. Quizá por eso no hubo conmoción pública, ni movilizaciones masivas, ni siquiera un paro general nacional en defensa del gobierno.
La caída de Dilma, entonces, no la determinaron Témer, ni Cunha, ni los legisladores evangélicos, ni la poderosa y corrupta oligarquía brasileña. La determinó la indiferencia de muchos millones de brasileños, la mayoría de ellos pobres.
¿Cómo se llegó a esa situación?
Claro que no fue por el maquillaje de los balances. Pero está la corrupción, los sobornos, el “lava jato”, la desviación de fondos, las coimas, el escándalo de Petrobrás. ¿Qué importa que Dilma no se embolsara dinero? Era la Presidente y lo dejó ocurrir, permitió que los apoyos parlamentarios y la campaña del PT se pagaran con plata mal habida. Eso, en parte, explica el desgaste ante el pueblo, la pérdida de credibilidad, la indiferencia con que tantos millones de brasileños la vieron caer. Pero lo explica sólo en parte.
Está también –esto se ha dicho muchas veces- la política macroeconómica. La apuesta típica al capital financiero, a la inversión extranjera, a la extracción abusiva de recursos naturales, un programa funcional a las corporaciones transnacionales que dominan al mundo. En su periplo por el gobierno, el PT terminó soltando la mano de los “sin tierra” y de los sindicatos para estrechar la de gente como Témer y Cunha, o -peor aun- la de quienes controlan a Témer y a Cunha. Por eso no es de extrañarse que ahora haya extendido las dos manos sin encontrar a nadie.
Pero, ¿alcanzan la corrupción y las políticas neoliberales para explicar lo ocurrido? O, mejor dicho, ¿por qué tanto neoliberalismo y corrupción en gobiernos que se proclamaban “populares”?
Demás está decir que la caída del gobierno del PT, la derrota kirchnerista en Argentina, la pendiente autoritaria por la que se desliza Maduro en Venezuela y los devaneos de Cuba con Obama, implican un golpe moral e ideológico para las izquierdas latinoamericanas. Y no hablo sólo de frustración y desaliento políticos. Para muchos militantes, la debacle de los gobiernos de izquierda, más que un fracaso político, es una frustración vital profundamente dolorosa.
Una parte de esas izquierdas, la tradicionalmente autodenominada “revolucionaria”, suele explicar esos fenómenos con la hipótesis de la “traición”. La idea es que los pueblos son siempre intrínsecamente nobles, honestos y revolucionarios, y son las dirigencias políticas “reformistas” las que, por debilidad ideológica o por venalidad, pactan con el enemigo de clase y traicionan a “las masas” y a “La Revolución”.
¿Puede explicarse la crisis de las izquierdas americanas por la supuesta traición de los dirigentes devenidos gobernantes?
Probablemente sea una explicación demasiado lineal y voluntarista. Raramente los hechos históricos son determinados por una persona o por un pequeño grupo de personas. En cierta forma, sobre todo si se trata de regímenes democráticos, lo que ocurre arriba es reflejo de lo que ocurre abajo. O sea, lo que ocurre no puede explicarse solamente por la acción de cúpulas corruptas o “ideológicamente desviadas”. Para empezar, porque esas cúpulas no llegarían “arriba” si de alguna manera no sintonizaran con quienes están “abajo”.
¿Y si la cultura “de izquierda”, ese conglomerado de ideas, tradiciones, organizaciones sociales y partidos políticos que pretende expresar los intereses populares, no estuviera interpretando bien la realidad? ¿Y si incluso la dicotomía “izquierda – derecha” (entendida como “partidos de izquierda - partidos de derecha”) no diera cuenta cabal hoy de los problemas y los dilemas en juego?
Los intereses no son lo mismo que los gustos. Ciertos gustos pueden convertirnos en víctimas, en esclavos, o destruirnos. Así, quien tiene tierra, o un yacimiento de minerales, puede entregarlos a cambio de una renta que le permita satisfacer sus necesidades y gustos inmediatos. No faltará quien le diga que está haciendo una opción de negocios moderna e inteligente. Pero, ¿qué ocurrirá si la explotación de esos bienes los destruye? Aprender a reconocer los propios intereses (individuales y colectivos), distinguiéndolos de las aspiraciones más inmediatas y también de las creencias alienantes que otros nos proponen, es un proceso largo que tiene mucho de autoeducativo.
Sin embargo, la izquierda, el pensamiento supuestamente “crítico”, afirmando defender intereses populares, sigue prometiendo más bienestar material en un mundo que no resiste más consumo. Cuando nuestros gustos, ideas, sentimientos y creencias son publicitariamente diseñados para que deseemos lo que el mercado quiere vendernos, se pregona la espontaneidad de los sentidos y de los sentimientos. Cuando el poder lo controlan fuerzas económicas globales, se sigue planteando la política como una lucha contra decaídos partidos conservadores locales. Cuando debemos plantearnos objetivos colectivos, se estimula la reivindicación de derechos particulares. Cuando necesitamos repensar creadoramente el sentido de la vida social, se nos enseñan técnicas para manejarnos pragmáticamente con lo existente.
Algo no anda bien en la “cultura crítica”. Por eso no deberían sorprendernos los fracasos ni las derrotas.
Mejor hablar de ciertas cosas
Por Soledad Platero Puig
En estos días circula en las redes sociales una nota publicada hace un mes por el diario argentino La Nación
en la que se cuenta la historia del gesto de una profesora de geografía
que aprobó a una alumna que “no sabía nada”. Brevemente, la estrategia
de la docente consistió en aprovechar los conocimientos que la chica
tenía por su propia experiencia (los detalles de la producción de
frutillas en los agronegocios de la Sierra de los Padres, en la
provincia de Buenos Aires; las condiciones de vida de los trabajadores
bolivianos y las diferencias con los argentinos) para permitirle sortear
el obstáculo de una materia de la que no sabía nada y que necesitaba
aprobar para pasar de año. La historia es verdaderamente conmovedora y
deja varias moralejas. La primera, que toda persona es portadora de
saberes que pueden ser jerarquizados y valorados aunque no se amolden a
los rígidos formatos institucionales. La segunda, que la buena voluntad y
la empatía de los docentes pueden hacer mucho más por los alumnos que
la fría currícula académica. La tercera, que se desprende de las
anteriores, que si todos ponemos lo mejor de nosotros, el mundo puede
ser un lugar mucho mejor.
En el mismo sentido que esta aleccionadora historia funciona una viñeta que pretende ilustrar la diferencia entre igualdad y equidad: tres personas de distinta estatura (¿niños?) tratan de ver, parados sobre cajones del mismo tamaño, algo que ocurre al otro lado del muro de un estadio cerrado. Como los cajones son iguales pero las personas son distintas, sólo uno de ellos consigue ver con comodidad lo que hay del otro lado; el del medio a duras penas asoma la cabeza, y el más chiquito queda con la ñata contra la pared. La solución que propone la equidad es repartir los cajones con distinto criterio: en lugar de darle uno a cada uno (como, se supone, propondría la igualdad), se le quita el cajón al más alto para sumarlo al cajón del más pequeño, de tal manera que los tres quedan, como el del medio, con el muro a la altura del cuello. Finalmente, la solución es simple y todos pueden ver, sin grandes comodidades pero en forma pareja, lo que pasa del otro lado del muro. La moraleja, en este caso, parecería comparable al segundo hemistiquio del enunciado marxista que dice “de cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades”, y, en ese sentido, es irreprochable. Lo malo es que oculta algo fundamental: deberíamos tirar el muro. Deberíamos aspirar a dar cumplimiento, también, a la primera mitad del enunciado (la que exige de cada cual según su capacidad), porque esa es la única manera de asegurar que no nos pasaremos la vida apilando cajones para que los petisos de la historia puedan vislumbrar el luminoso mundo de los que están del lado de adentro del muro.
El recurso de la profesora de geografía que adaptó el examen a los conocimientos de una alumna evidentemente desfavorecida por el sistema es comparable a la solución de los dos cajones para el más bajito: una forma sensata y sensible de reparar una injusticia original y evitar castigar a alguien que ya venía suficientemente castigado. Pero lo cierto es que la niña de la historia no agregó conocimientos nuevos a partir de su experiencia educativa (excepto, claro, el nada menor de saber que sus propios conocimientos también valen) aunque haya, de todos modos, aprobado el año. La enseñanza no le dio lo que debía darle, y la compensación que la mantiene en carrera no puede suplir esa falta.
Una consecuencia del llamado “fin de los grandes relatos” fue, precisamente, el de dejarnos en una posición de constante incertidumbre respecto de lo que podemos pensar y hacer colectivamente. Creció -estimulada por la vieja ideología conservadora transmutada en nueva filosofía posideológica- la idea de que cada uno es responsable de lo que le toca, y ese principio, que tanto sirve para pontificar sobre innovación, liderazgo y emprendedurismo como para retirar culpas sociales de la exclusión y la miseria, alcanza también a lo que podemos hacer por los demás. Cada uno, decimos, hace lo que puede con su presupuesto. Si no puedo cambiar el sistema, puedo, por lo menos, hacer lo que esté a mi alcance para compensar algunos daños. Puedo donar dos pesos a la salida del súper, puedo no tirar basura a la calle, puedo darle una mano a una niña que no pudo estudiar para que igual salve el año, puedo poner dos cajoncitos debajo de los pies de alguien demasiado pequeño para asomarse por sobre un muro. Es, modestamente, lo que está en mis manos. Sin embargo, no es verdad que sólo podamos hacer eso, y mucho menos es verdad que hacer eso excluya la posibilidad (el deber) de hacer otras cosas.
Estos últimos tiempos vienen mostrando, aceleradamente, que la lucha de clases sólo está muerta en el discurso. Que los privilegiados siguen en guerra con los más jodidos, que no quieren mezclarse con ellos ni reconocerles los más mínimos derechos (no sé si vale la pena traer a colación, una vez más, el penoso incidente de la señora rica que no pudo garronear media entrada de cine por falta de una tarjeta “para mucamas”), que están decididos a arrasar con cualquier plan social (con cualquier cajoncito) al grito de “sinceremos la economía”, que no van a vacilar en usar las herramientas jurídicas, mediáticas o políticas que tengan a mano para conservar su posición de poder y mantener a raya a los advenedizos que quieren colarse a la fiesta. La lucha de clases existe y es despiadada, y nos encuentra discutiendo el derecho a fotocopiar libros o bajar películas sin detenernos un minuto a reflexionar sobre la propiedad en general, sobre su pecado de origen (¿en qué legalidad se funda la propiedad de cualquier pedazo de tierra?), sobre la cadena de injusticias derivadas de ese daño original.
Dilma Rousseff acaba de ser sacada del gobierno de Brasil por intereses poderosísimos que encarnan lo más rancio de la estructura de propiedad y explotación. Varios aliados circunstanciales se le dieron vuelta y más de un oportunista se ve ya libre de las investigaciones que podrían probar sus manejos corruptos y desenfadados. En los años que estuvo en el gobierno, el Partido de los Trabajadores amontonó cajoncitos, pero no golpeó, como podría haberlo hecho, los privilegios de los más poderosos. Y aunque incluyó a los más pobres en el circuito de consumo, no tiró los muros que los mantenían separados de los ricos. No cambió la vieja receta que recomienda agrandar la torta para que caigan más migas. No tomó de cada cual según su capacidad, y sin eso no se puede dar a cada cual según su necesidad por mucho tiempo.
Uruguay transita el tercer gobierno de izquierda de su historia, y atraviesa, por primera vez desde el primero, una crisis global que afecta su economía. Los encargados de gestionar los recursos advierten del peligro de tensar la piola, agitan las sábanas del fantasma del desempleo y recomiendan prudencia (¿cuándo no recomendaron prudencia?) a la hora de hacer reclamos. No se anuncian, por el momento, recortes en los cajoncitos (aunque podrían tomarse como tales varios avisos de control de las cuentas públicas), pero se llama a un diálogo social lleno de invocaciones al trabajo y a la responsabilidad, con palabras clave como “productividad”, “flexibilidad” y “compromiso”. En el menú discursivo no hay nada que llame a la movilización por más justicia o menos explotación. Nadie nos está hablando de tirar el muro, aunque es cada vez más evidente que los que lo levantaron están más fuertes y nos tienen rodeados. Hay que volver a hablar de ciertas cosas.
En el mismo sentido que esta aleccionadora historia funciona una viñeta que pretende ilustrar la diferencia entre igualdad y equidad: tres personas de distinta estatura (¿niños?) tratan de ver, parados sobre cajones del mismo tamaño, algo que ocurre al otro lado del muro de un estadio cerrado. Como los cajones son iguales pero las personas son distintas, sólo uno de ellos consigue ver con comodidad lo que hay del otro lado; el del medio a duras penas asoma la cabeza, y el más chiquito queda con la ñata contra la pared. La solución que propone la equidad es repartir los cajones con distinto criterio: en lugar de darle uno a cada uno (como, se supone, propondría la igualdad), se le quita el cajón al más alto para sumarlo al cajón del más pequeño, de tal manera que los tres quedan, como el del medio, con el muro a la altura del cuello. Finalmente, la solución es simple y todos pueden ver, sin grandes comodidades pero en forma pareja, lo que pasa del otro lado del muro. La moraleja, en este caso, parecería comparable al segundo hemistiquio del enunciado marxista que dice “de cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades”, y, en ese sentido, es irreprochable. Lo malo es que oculta algo fundamental: deberíamos tirar el muro. Deberíamos aspirar a dar cumplimiento, también, a la primera mitad del enunciado (la que exige de cada cual según su capacidad), porque esa es la única manera de asegurar que no nos pasaremos la vida apilando cajones para que los petisos de la historia puedan vislumbrar el luminoso mundo de los que están del lado de adentro del muro.
El recurso de la profesora de geografía que adaptó el examen a los conocimientos de una alumna evidentemente desfavorecida por el sistema es comparable a la solución de los dos cajones para el más bajito: una forma sensata y sensible de reparar una injusticia original y evitar castigar a alguien que ya venía suficientemente castigado. Pero lo cierto es que la niña de la historia no agregó conocimientos nuevos a partir de su experiencia educativa (excepto, claro, el nada menor de saber que sus propios conocimientos también valen) aunque haya, de todos modos, aprobado el año. La enseñanza no le dio lo que debía darle, y la compensación que la mantiene en carrera no puede suplir esa falta.
Una consecuencia del llamado “fin de los grandes relatos” fue, precisamente, el de dejarnos en una posición de constante incertidumbre respecto de lo que podemos pensar y hacer colectivamente. Creció -estimulada por la vieja ideología conservadora transmutada en nueva filosofía posideológica- la idea de que cada uno es responsable de lo que le toca, y ese principio, que tanto sirve para pontificar sobre innovación, liderazgo y emprendedurismo como para retirar culpas sociales de la exclusión y la miseria, alcanza también a lo que podemos hacer por los demás. Cada uno, decimos, hace lo que puede con su presupuesto. Si no puedo cambiar el sistema, puedo, por lo menos, hacer lo que esté a mi alcance para compensar algunos daños. Puedo donar dos pesos a la salida del súper, puedo no tirar basura a la calle, puedo darle una mano a una niña que no pudo estudiar para que igual salve el año, puedo poner dos cajoncitos debajo de los pies de alguien demasiado pequeño para asomarse por sobre un muro. Es, modestamente, lo que está en mis manos. Sin embargo, no es verdad que sólo podamos hacer eso, y mucho menos es verdad que hacer eso excluya la posibilidad (el deber) de hacer otras cosas.
Estos últimos tiempos vienen mostrando, aceleradamente, que la lucha de clases sólo está muerta en el discurso. Que los privilegiados siguen en guerra con los más jodidos, que no quieren mezclarse con ellos ni reconocerles los más mínimos derechos (no sé si vale la pena traer a colación, una vez más, el penoso incidente de la señora rica que no pudo garronear media entrada de cine por falta de una tarjeta “para mucamas”), que están decididos a arrasar con cualquier plan social (con cualquier cajoncito) al grito de “sinceremos la economía”, que no van a vacilar en usar las herramientas jurídicas, mediáticas o políticas que tengan a mano para conservar su posición de poder y mantener a raya a los advenedizos que quieren colarse a la fiesta. La lucha de clases existe y es despiadada, y nos encuentra discutiendo el derecho a fotocopiar libros o bajar películas sin detenernos un minuto a reflexionar sobre la propiedad en general, sobre su pecado de origen (¿en qué legalidad se funda la propiedad de cualquier pedazo de tierra?), sobre la cadena de injusticias derivadas de ese daño original.
Dilma Rousseff acaba de ser sacada del gobierno de Brasil por intereses poderosísimos que encarnan lo más rancio de la estructura de propiedad y explotación. Varios aliados circunstanciales se le dieron vuelta y más de un oportunista se ve ya libre de las investigaciones que podrían probar sus manejos corruptos y desenfadados. En los años que estuvo en el gobierno, el Partido de los Trabajadores amontonó cajoncitos, pero no golpeó, como podría haberlo hecho, los privilegios de los más poderosos. Y aunque incluyó a los más pobres en el circuito de consumo, no tiró los muros que los mantenían separados de los ricos. No cambió la vieja receta que recomienda agrandar la torta para que caigan más migas. No tomó de cada cual según su capacidad, y sin eso no se puede dar a cada cual según su necesidad por mucho tiempo.
Uruguay transita el tercer gobierno de izquierda de su historia, y atraviesa, por primera vez desde el primero, una crisis global que afecta su economía. Los encargados de gestionar los recursos advierten del peligro de tensar la piola, agitan las sábanas del fantasma del desempleo y recomiendan prudencia (¿cuándo no recomendaron prudencia?) a la hora de hacer reclamos. No se anuncian, por el momento, recortes en los cajoncitos (aunque podrían tomarse como tales varios avisos de control de las cuentas públicas), pero se llama a un diálogo social lleno de invocaciones al trabajo y a la responsabilidad, con palabras clave como “productividad”, “flexibilidad” y “compromiso”. En el menú discursivo no hay nada que llame a la movilización por más justicia o menos explotación. Nadie nos está hablando de tirar el muro, aunque es cada vez más evidente que los que lo levantaron están más fuertes y nos tienen rodeados. Hay que volver a hablar de ciertas cosas.
Tomado de La Diaria
De cómo el sionismo transformó un manual de enseñanza secundaria, por Marcelo Marchese
Por Marcelo Marchese
No podemos citar aquí todos los cambios operados, mas elegiremos cinco que responden a las ideas fuerza que el corrector quiso imprimir en la mente del estudiante.
2- En el apartado “Su relación con otros pueblos” se decía que
Aquí, amén del cambio de desconfianza por intolerancia para acentuar el drama del antisemitismo, la clave es la eliminación de su explicación histórica. Nótese que no se suplanta por otra; simplemente se la elimina. De igual forma, en los manuales sionistas, se evita cualquier explicación de índole sociológica al rechazo de los palestinos al Estado de Israel. Según este discurso, no luchan por recuperar su tierra; su actitud no es resultado de la limpieza étnica a la que fueron sometidos. Los palestinos y árabes en general, y para ser más precisos, los musulmanes, actuarían por odio, de forma irracional; son unos fanáticos acicateados por su religión. Cuando se elimina toda explicación histórica al accionar de un pueblo, queda el espacio abierto para introducir ideas como la siguiente: los judíos fueron perseguidos por Hitler, es decir, el Diablo, y si fueron perseguidos por el mal, ergo, son el bien. Así como antes fueron perseguidos por el Diablo encarnado en Hitler, hoy son perseguidos por el Diablo encarnado en los musulmanes, que no actúan impulsados por recuperar lo que históricamente les pertenece, sino por el deseo del mal. Por eso el libro de Marcos Israel “Antisemitismo y conflicto árabe-israelí”, regurgita el mantra sionista que encuentra la raíz del conflicto de Medio Oriente en el antisemitismo arraigado entre los musulmanes. En todo ataque que alguien haga a Israel, la invariable respuesta sionista será acusar al enemigo de antisemita, judeófobo y racista. Desde el momento que convierten el antisionismo en antisemitismo, transforman la lucha contra Israel en odio hacia los judíos y por lo tanto, en un deseo velado de repetir el Holocausto. Esta añagaza logra radiar el auténtico problema, el expolio de los palestinos y de esta manera el agresor se convierte en víctima.
3- En el apartado de “La guerra de los seis días”, la edición original informaba que
El texto posterior se inscribe en el deseo ferviente por mostrar la política de Israel como una actitud defensiva. Siempre serán los árabes los que atacan, jamás ninguna de las guerras de conquista de Israel ni los bombardeos a Gaza, serán resultado de su política expansionista. Israel busca siempre ubicarse como víctima, como una isla de democracia en medio de un mar de fundamentalismo islámico. Israel sólo busca la paz, negada rabiosamente por sus enemigos, y para asentar esa idea, se eliminaron estas palabras insertas en la edición primitiva “Anuar el Sadat... hizo un intento de paz con Israel, que fue rechazado”. Se desarrollan asentamientos israelíes, pero parecieran situarse en tierras de ningún provecho, en territorios vacíos, en el desierto. Por eso se borra la referencia a las expropiaciones sufridas por los árabes y su condición de país invadido, restando a su vez justificación histórica a la lucha de los palestinos.
4- En relación a la guerra de Yom Kippur, se decía
Israel pretende imponer dos mistificaciones con respecto a su ejército. La primera dice que es “El ejército más moral del mundo”. El lector sonreirá ante la ridiculez de un país que dice de sí mismo que su ejército es el más moral del mundo. Sería como si Marcelo Marchese dijera que Marcelo Marchese es el ensayista más inteligente del mundo. La payasada deviene en hipocresía si consideramos que el ejército más moral del mundo legaliza la tortura y ejecuta a gente que se encuentra herida, desarmada e inconsciente, y luego se aclama al criminal como un héroe; pero así funciona el ejército más moral del mundo que no ha juzgado a sus criminales de guerra, premiados con los principales cargos que se puedan desempeñar en el Estado. La segunda mistificación refiere a que el ejército israelí es invencible. Este mito comienza con la aseveración según la cual en el 48 venció a pesar de ser inferior al ejército mancomunado árabe, lo cual es un disparate descomunal. El ejército israelí es ampliamente más poderoso que el de los palestinos o sus vecinos. Sólo él tiene arsenal nuclear, amén de ser el primero en la lista de los países que reciben respaldo militar por parte de EEUU. Sin embargo, a pesar de su incomparable poderío, ha sufrido algunas derrotas, lo que llevó a los autores de la edición original a escribir “Fue ésta la revancha de los árabes frente al gran ejército israelí”.
5- En el apartado “El peregrinaje del pueblo palestino”, que pasará a ser “La búsqueda del pueblo palestino” se decía que lograda la paz tras la invasión al Líbano
La nueva redacción se inscribía en el mecanismo de deshumanización de los palestinos, los cuales, en los manuales con que se adoctrina a los jóvenes israelíes, no tienen rostro. Aquí su dramático peregrinaje pasa a ser un exilio que no termina de quedar claro, en tanto previamente se ha tachado la referencia a ser un país invadido. Ni siquiera se sabe su número o dónde están. Se trata de evitar la empatía del estudiante con un pueblo que vive desperdigado, un peregrinaje resultado de una invasión que en última instancia sería la razón de su lucha.
Los autores del manual fueron Pilar Corral, Beatriz Amestoy, Alfredo Decia y Lydia Di Lorenzo. No estamos en posición de afirmar que fueran los responsables de los cambios a la sordina en la impresión del 2004, pues no sabemos si la editorial compra los derechos con la consiguiente libertad de introducir las modificaciones convenientes sin consultar a los autores. Si fueron ellos ¿qué los llevó a introducir estas variaciones? Si no fueron ellos ¿quién fue y a través de qué medios logró que la trasnacional modificara su manual?
Sea quien fuere el corrector, cometió al menos tres errores fácticos.
1- Las dos ediciones afirman que “Algunos judíos europeos, por su parte, provienen de los cátaros, pueblos seminómades del sur de Rusia que se convirtieron al judaísmo en el siglo VII”. Esta afirmación significa algo así como decir “Algunos africanos, por su parte, provienen de los mormones, pueblos guerreros del sur de Nicaragua que se convirtieron al africanismo en el siglo V antes de Cristo”. Los cátaros no eran pueblos nómades, ni existieron en el siglo VII, sea en Rusia o en cualquier otro sitio. Fueron una secta religiosa perseguida y masacrada por la Iglesia Católica en otro siglo que no el séptimo. Acaso este error, inadvertido por los cuatro autores y por un eventual corrector preocupado por otras cuestiones, devenga de confundir “cátaros” con “jázaros”, los cuales sí se convirtieron al judaísmo y vivieron en el sur de Rusia en el siglo VII.
2- Cuando se hace referencia al final de la guerra en Beirut se dice que “Se logró la paz... con el retiro de los palestinos de Líbano y de Israel hasta sus fronteras”. Los palestinos se retiraron, es cierto, pero los israelíes ocuparon el país por dieciocho años, hasta que su ocupación generó el nacimiento de Hizbulá, que los obligó a retroceder hacia sus fronteras en el año 2000. Esta sonada derrota generó que los ultraortodoxos judíos anunciaran que Dios la había decretado a causa de haber retrocedido previamente del Sinaí, dejándolo en manos de Egipto, la revancha árabe que mencionamos más arriba.
3- Las dos ediciones afirman que Moshe Dayan fue jefe del gobierno israelí, un disparate.
Para finalizar, amable lector, nos resta hacer dos consideraciones. La primera no hace referencia a lo que el texto dice, sino a lo que no dice. En ningún momento el manual se sitúa en el lugar de los palestinos, quienes en el año 48 fueron asesinados, mutilados, incendiados, dinamitados, violados, encarcelados y robados en una largamente preparada operación terrorista llamada Plan Dalet, por la cual se logró expulsar a ochocientas mil personas. La palabra Nakba, que significa catástrofe, pues así consideran los palestinos lo sucedido en el 48, no aparece nunca.
La segunda consideración hace a un problema de nuestra República y la necesaria formación de ciudadanos. La enseñanza de la historia pretende brindar herramientas para pensar el mundo. En cierto sentido, la enseñanza de la física, la filosofía o la historia no son más que excusas para desarrollar ciertas habilidades cognitivas. Si eliminamos las explicaciones de índole sociológicas, el espacio vacío tenderá a ser sustituido por otro tipo de explicaciones, tal el caso de evitar las referencias históricas al reclamo palestino, aduciendo que su accionar responde al antisemitismo. Esta ubicua acusación de antisemitismo, antisemitismo que no es otra cosa que un fanatismo, responde a otro tipo de fanatismo que da lugar, entre otras enfermedades mentales, a la islamofobia. Se trata de ubicar al otro en el lado del mal, lo que nos ubica a nosotros automáticamente en el lado del bien. Se acusa al otro de estar impulsado por consideraciones religiosas, adoptando nosotros en la acusación una actitud religiosa. Es la maniquea concepción del choque de civilizaciones, donde occidente ocupa el lugar de la libertad y la democracia y el oriente el del autoritarismo fanático.
Sea quien fuere que haya corregido el manual, su discurso obedece al discurso del colonialismo israelí. Los jóvenes estudiantes uruguayos, y no sabemos qué ha sucedido en los manuales de Santillana de otros países, fueron adoctrinados por la propaganda sionista, como si el Estado de Israel elaborara un texto para nuestros estudiantes. Así que del problema de enseñar a pensar a los futuros ciudadanos, pasamos a otra grave problemática que dejaremos planteada con esta pregunta ¿cuál es el alcance de nuestra soberanía si un texto es elaborado por una trasnacional según el discurso colonial imperialista de otro Estado?
En la zafra de textos del 2004
la editorial Santillana retiró del mercado el manual para cuarto
año“Historia. El mundo actual”. Cuando lo relanzó, el
pie de imprenta informaba que era la edición de 1999 en impresión
del 2004, mas había algunos cangrejos debajo de la piedra en la
sección 29:El islamismo
y el Estado de Israel.
No podemos citar aquí todos los cambios operados, mas elegiremos cinco que responden a las ideas fuerza que el corrector quiso imprimir en la mente del estudiante.
1-
Si en la edición primitiva el encabezado era
-“El
pueblo judío: la búsqueda
de un territorio”, en
la siguiente será
-“El
pueblo judío: el retorno
a la patria ancestral”.
El
objetivo de la nueva redacción fue mostrar cómo
Palestina corresponde históricamente a los judíos; una manera de
legitimar el colonialismo y la práctica imperial sionista ¿En que
se basa el sionismo para asegurar que Palestina les pertenece? En la
Biblia, escrita por un Dios, nada menos: “Deja tu
tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te mostraré”.
Este argumento es utilizado tanto por los ortodoxos como por los
marxistas sionistas. Puede resultar llamativo, pero aquí un texto
religioso no se interpreta como un texto cargado de simbolismos, como
suele interpretarse toda mitología, sino como un documento
histórico. Éste es sólo un aspecto del peso de la religión en la
política de Israel. Para ampliar la entidad del fenómeno
recomendamos calurosamente “Historia
judía. Religión judía. El peso de tres mil años” del
judío israelí Israel Shahak.
2- En el apartado “Su relación con otros pueblos” se decía que
-“Los
judíos se han encontrado a menudo con la desconfianza
de los pueblos con los que han convivido. Durante
la Edad Media, el origen del rechazo quizá se pueda encontrar en la
postura de los cristianos, que los consideraban como herederos del
pueblo que traicionó a Jesús, o en la actitud de los que
presenciaban su enriquecimiento en la actividades lucrativas del
préstamo a interés, a las que los cristianos tenían prohibido
acceder, por mandato de la Iglesia. En el siglo XIX, por otro lado,
el crecimiento de la industria llevó a muchos banqueros judíos a
tener éxito y aumentar su riqueza -como fue el caso de Rothschild-,
lo que agudizó las actitudes de rechazo por parte de los sectores
sociales con problemas económicos. Desde las décadas de 1880 y
1890, el antisemitismo se manifestó con más fuerza. Ejemplos
de ello se encuentran en varios países”.
En la edición expurgada se dirá:
-“Los
judíos se han encontrado a menudo con la intolerancia
de los pueblos con los que han convivido, lo
cual generó violentos ataques en masa, provocados por lo que se
llama comúnmente antisemitismo, basado en la judeofobia.
Ejemplos de ello se encuentran en varios países”.
Aquí, amén del cambio de desconfianza por intolerancia para acentuar el drama del antisemitismo, la clave es la eliminación de su explicación histórica. Nótese que no se suplanta por otra; simplemente se la elimina. De igual forma, en los manuales sionistas, se evita cualquier explicación de índole sociológica al rechazo de los palestinos al Estado de Israel. Según este discurso, no luchan por recuperar su tierra; su actitud no es resultado de la limpieza étnica a la que fueron sometidos. Los palestinos y árabes en general, y para ser más precisos, los musulmanes, actuarían por odio, de forma irracional; son unos fanáticos acicateados por su religión. Cuando se elimina toda explicación histórica al accionar de un pueblo, queda el espacio abierto para introducir ideas como la siguiente: los judíos fueron perseguidos por Hitler, es decir, el Diablo, y si fueron perseguidos por el mal, ergo, son el bien. Así como antes fueron perseguidos por el Diablo encarnado en Hitler, hoy son perseguidos por el Diablo encarnado en los musulmanes, que no actúan impulsados por recuperar lo que históricamente les pertenece, sino por el deseo del mal. Por eso el libro de Marcos Israel “Antisemitismo y conflicto árabe-israelí”, regurgita el mantra sionista que encuentra la raíz del conflicto de Medio Oriente en el antisemitismo arraigado entre los musulmanes. En todo ataque que alguien haga a Israel, la invariable respuesta sionista será acusar al enemigo de antisemita, judeófobo y racista. Desde el momento que convierten el antisionismo en antisemitismo, transforman la lucha contra Israel en odio hacia los judíos y por lo tanto, en un deseo velado de repetir el Holocausto. Esta añagaza logra radiar el auténtico problema, el expolio de los palestinos y de esta manera el agresor se convierte en víctima.
3- En el apartado de “La guerra de los seis días”, la edición original informaba que
-“Israel,
gracias a su capacidad bélica y al éxito de sus enfrentamientos con
los árabes... desarrolló con rapidez, asentamientos israelíes,
sometiendo a los árabes a
expropiaciones y a la posición de país invadido”.
Se cambió a lo siguiente
-“Israel,
por su capacidad bélica
y gracias
al éxito
de sus enfrentamientos con los árabes... desarrolló con rapidez
asentamientos israelíes, para
evitar la concreción de las mismas amenazas de 1967”.
El texto posterior se inscribe en el deseo ferviente por mostrar la política de Israel como una actitud defensiva. Siempre serán los árabes los que atacan, jamás ninguna de las guerras de conquista de Israel ni los bombardeos a Gaza, serán resultado de su política expansionista. Israel busca siempre ubicarse como víctima, como una isla de democracia en medio de un mar de fundamentalismo islámico. Israel sólo busca la paz, negada rabiosamente por sus enemigos, y para asentar esa idea, se eliminaron estas palabras insertas en la edición primitiva “Anuar el Sadat... hizo un intento de paz con Israel, que fue rechazado”. Se desarrollan asentamientos israelíes, pero parecieran situarse en tierras de ningún provecho, en territorios vacíos, en el desierto. Por eso se borra la referencia a las expropiaciones sufridas por los árabes y su condición de país invadido, restando a su vez justificación histórica a la lucha de los palestinos.
4- En relación a la guerra de Yom Kippur, se decía
-“Se
produjo un nuevo enfrentamiento conocido con el nombre de Yom Kippur-
fiesta de reconciliación entre los hebreos-, ya que el ataque fue
perpetrado el día 6 de Octubre de 1973. Fue
esta la revancha de los árabes frente al gran ejército israelí”.
En la edición siguiente se dirá
-
“Se produjo un nuevo enfrentamiento conocido con el nombre de Yom
Kippur, ya que el ataque fue perpetrado el día 6 de Octubre de 1973
durante el ayuno de la población judía en Israel -máxima
celebración religiosa judía”.
Israel pretende imponer dos mistificaciones con respecto a su ejército. La primera dice que es “El ejército más moral del mundo”. El lector sonreirá ante la ridiculez de un país que dice de sí mismo que su ejército es el más moral del mundo. Sería como si Marcelo Marchese dijera que Marcelo Marchese es el ensayista más inteligente del mundo. La payasada deviene en hipocresía si consideramos que el ejército más moral del mundo legaliza la tortura y ejecuta a gente que se encuentra herida, desarmada e inconsciente, y luego se aclama al criminal como un héroe; pero así funciona el ejército más moral del mundo que no ha juzgado a sus criminales de guerra, premiados con los principales cargos que se puedan desempeñar en el Estado. La segunda mistificación refiere a que el ejército israelí es invencible. Este mito comienza con la aseveración según la cual en el 48 venció a pesar de ser inferior al ejército mancomunado árabe, lo cual es un disparate descomunal. El ejército israelí es ampliamente más poderoso que el de los palestinos o sus vecinos. Sólo él tiene arsenal nuclear, amén de ser el primero en la lista de los países que reciben respaldo militar por parte de EEUU. Sin embargo, a pesar de su incomparable poderío, ha sufrido algunas derrotas, lo que llevó a los autores de la edición original a escribir “Fue ésta la revancha de los árabes frente al gran ejército israelí”.
5- En el apartado “El peregrinaje del pueblo palestino”, que pasará a ser “La búsqueda del pueblo palestino” se decía que lograda la paz tras la invasión al Líbano
-“los
dirigentes palestinos encontraron en Túnez el
último punto de su dramático peregrinaje.
Su exilio se
repartió entre Jordania, Siria, Líbano y Túnez. A este último
país llegaron dos millones de palestinos; en las zonas de ocupación
judía se instalaron otros dos millones, y dentro del propio Israel,
ochocientos mil”.
La edición corregida sólo dirá que
-“los
dirigentes palestinos encontraron en Túnez el último punto de su
exilio”.
La nueva redacción se inscribía en el mecanismo de deshumanización de los palestinos, los cuales, en los manuales con que se adoctrina a los jóvenes israelíes, no tienen rostro. Aquí su dramático peregrinaje pasa a ser un exilio que no termina de quedar claro, en tanto previamente se ha tachado la referencia a ser un país invadido. Ni siquiera se sabe su número o dónde están. Se trata de evitar la empatía del estudiante con un pueblo que vive desperdigado, un peregrinaje resultado de una invasión que en última instancia sería la razón de su lucha.
Los autores del manual fueron Pilar Corral, Beatriz Amestoy, Alfredo Decia y Lydia Di Lorenzo. No estamos en posición de afirmar que fueran los responsables de los cambios a la sordina en la impresión del 2004, pues no sabemos si la editorial compra los derechos con la consiguiente libertad de introducir las modificaciones convenientes sin consultar a los autores. Si fueron ellos ¿qué los llevó a introducir estas variaciones? Si no fueron ellos ¿quién fue y a través de qué medios logró que la trasnacional modificara su manual?
Sea quien fuere el corrector, cometió al menos tres errores fácticos.
1- Las dos ediciones afirman que “Algunos judíos europeos, por su parte, provienen de los cátaros, pueblos seminómades del sur de Rusia que se convirtieron al judaísmo en el siglo VII”. Esta afirmación significa algo así como decir “Algunos africanos, por su parte, provienen de los mormones, pueblos guerreros del sur de Nicaragua que se convirtieron al africanismo en el siglo V antes de Cristo”. Los cátaros no eran pueblos nómades, ni existieron en el siglo VII, sea en Rusia o en cualquier otro sitio. Fueron una secta religiosa perseguida y masacrada por la Iglesia Católica en otro siglo que no el séptimo. Acaso este error, inadvertido por los cuatro autores y por un eventual corrector preocupado por otras cuestiones, devenga de confundir “cátaros” con “jázaros”, los cuales sí se convirtieron al judaísmo y vivieron en el sur de Rusia en el siglo VII.
2- Cuando se hace referencia al final de la guerra en Beirut se dice que “Se logró la paz... con el retiro de los palestinos de Líbano y de Israel hasta sus fronteras”. Los palestinos se retiraron, es cierto, pero los israelíes ocuparon el país por dieciocho años, hasta que su ocupación generó el nacimiento de Hizbulá, que los obligó a retroceder hacia sus fronteras en el año 2000. Esta sonada derrota generó que los ultraortodoxos judíos anunciaran que Dios la había decretado a causa de haber retrocedido previamente del Sinaí, dejándolo en manos de Egipto, la revancha árabe que mencionamos más arriba.
3- Las dos ediciones afirman que Moshe Dayan fue jefe del gobierno israelí, un disparate.
Entre
los cambios perpetrados se encuentra la sistemática sustitución de
la palabra “Palestina”
por “Eretz
Israel”,
una práctica que lleva, como afirma el historiador judío israelí
Shlomo Sand en “La
invención de la tierra de Israel”,
a sustituir automáticamente en las actuales ediciones sionistas de
los clásicos judíos, sea Maimónides, sea Filón de Alejandría,
sea quien fuere, las palabras “Palestina” o “Canaán” por
“Israel”. Anotemos que la Intifada, que en la edición original
se definía como “levantamiento
popular”, pasa a ser una “agitación
popular palestina”.
Por más tergiversaciones que se pretenda hacer con las palabras, no
se ha podido, hasta el momento, arrancar del alma de los pueblos el
prestigio adquirido por las palabras “revolución” y
“levantamiento popular”. Ahora bien, la palabra “agitación”
no tiene la enjundia de la palabra “levantamiento”; parece más
bien una actividad sin sentido, menos numerosa y propia de
desequilibrados.
Para finalizar, amable lector, nos resta hacer dos consideraciones. La primera no hace referencia a lo que el texto dice, sino a lo que no dice. En ningún momento el manual se sitúa en el lugar de los palestinos, quienes en el año 48 fueron asesinados, mutilados, incendiados, dinamitados, violados, encarcelados y robados en una largamente preparada operación terrorista llamada Plan Dalet, por la cual se logró expulsar a ochocientas mil personas. La palabra Nakba, que significa catástrofe, pues así consideran los palestinos lo sucedido en el 48, no aparece nunca.
La segunda consideración hace a un problema de nuestra República y la necesaria formación de ciudadanos. La enseñanza de la historia pretende brindar herramientas para pensar el mundo. En cierto sentido, la enseñanza de la física, la filosofía o la historia no son más que excusas para desarrollar ciertas habilidades cognitivas. Si eliminamos las explicaciones de índole sociológicas, el espacio vacío tenderá a ser sustituido por otro tipo de explicaciones, tal el caso de evitar las referencias históricas al reclamo palestino, aduciendo que su accionar responde al antisemitismo. Esta ubicua acusación de antisemitismo, antisemitismo que no es otra cosa que un fanatismo, responde a otro tipo de fanatismo que da lugar, entre otras enfermedades mentales, a la islamofobia. Se trata de ubicar al otro en el lado del mal, lo que nos ubica a nosotros automáticamente en el lado del bien. Se acusa al otro de estar impulsado por consideraciones religiosas, adoptando nosotros en la acusación una actitud religiosa. Es la maniquea concepción del choque de civilizaciones, donde occidente ocupa el lugar de la libertad y la democracia y el oriente el del autoritarismo fanático.
Sea quien fuere que haya corregido el manual, su discurso obedece al discurso del colonialismo israelí. Los jóvenes estudiantes uruguayos, y no sabemos qué ha sucedido en los manuales de Santillana de otros países, fueron adoctrinados por la propaganda sionista, como si el Estado de Israel elaborara un texto para nuestros estudiantes. Así que del problema de enseñar a pensar a los futuros ciudadanos, pasamos a otra grave problemática que dejaremos planteada con esta pregunta ¿cuál es el alcance de nuestra soberanía si un texto es elaborado por una trasnacional según el discurso colonial imperialista de otro Estado?
domingo, 8 de mayo de 2016
Crisis ambiental: responsabilidad de todos, responsabilidad de nadie
Por Andrés Núñez Leites
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También hace algunos días, en Chile, en la región de Chiloé una floración de algas acuáticas causaba un grado inédito de mortandad de peces; aquí también se registran daños económicos y humanos, sobre todo en una zona donde la pesca es una fuente de sustento económico para la población. Las autoridades chilenas esgrimen el mismo razonamiento que las uruguayas: la culpa es del Niño o la Niña, un fenómeno climático del Océano Pacífico cuya mayor periodicidad y acentuación responde también al cambio climático.
En el caso uruguayo, si bien el calentamiento global incide en la posible ocurrencia de precipitaciones, se omite el hecho que el desmonte y la eliminación de la pradera, causados por la forestación comercial de pinos y eucaliptus y sobre todo por el cultivo de soja, es uno de los elementos clave para comprender la cada vez menor capacidad del suelo para absorber el agua de las lluvias. Allí hay dos actores responsables claramente identificables: el Estado, que protege y promueve actividades respecto a las cuales hay abundante evidencia científica y relatos directos de la población humana afectada que muestran su carácter devastador para el medio ambiente. El otro actor es el sector sojero, que obtiene sus ganancias directamente de este permiso tácito para contaminar que generosamente brinda el Estado.
En el caso chileno, es verdad que el calentamiento global puede influir en la elevación de la temperatura del agua oceánica, pero no es el único factor que puede causar la aparición de algas y la pérdida de oxígeno acuático: se omite el hecho que la industra salmonera contamina gravemente el mar, volcando enormes volúmenes de nutrientes al agua, y en la medida que el aceleramiento del volumen de población y del ciclo vital de los salmones acelera también el ciclo y el volumen de la población de bacterias y virus que afectan a dicha especie, la industria salmonera también debe verter en el mar cantidades extraordinarias de antibióticos y pesticidas.
En ambos casos, el de Chile y el de Uruguay, es posible identificar al Estado y sus agencias, así como a las empresas que tienen mayor responsabilidad en los desastres ambientales ocurridos. Por eso la coincidencia de las autoridades de los dos países en omitir estas responsabilidades y trasladarlas a un nivel más abstracto, porque el calentamiento global es precisamente global y allí la multiplicidad de actores es enorme, así como el peso de los países desarrollados, con su volumen de producción y contaminación, es indiscutible, a pesar de lo cual los países del Sur también ponemos nuestro grano de arena para que la atmósfera eleve su temperatura año a año. En ambos casos encontramos Estados asociados a los contaminadores, Estados que producen una ingeniería jurídica, administrativa, financiera, publicitaria, para favorecer el despliegue de las corporaciones que generan riqueza en el sector primario, pero a costa de una externalidad inédita hacia otros sectores productivos (la ganadería y la agricultura tradicional, la pesca, la apicultura, etc.) y hacia toda la sociedad por los daños a la salud humana provocados por la contaminación.
La coincidencia del razonamiento de ambos gobiernos no es casual. Ambos son agentes de un mismo discurso en tanto poder simbólico que emerge de una relación de fuerza específica: de una estrategia de “desarrollo” fundada en vehiculizar los proyectos del poder corporativo trasnacional del sector primario (minería y producción de alimentos), cooptando a los grandes partidos políticos -de derecha e izquierda- y llevando como furgón de cola a las burguesías locales y a las elites sindicalizadas de las clases trabajadoras.
Nota:
Imagen: Licencia


Naranjas por humanos y derechos por Guantánamo
Por Ricardo Viscardi
Igual
que los zapallos cuando comienza a andar el carro, según reza el
refrán popular, las lecturas se acomodan cuando comienza a andar la
interpretación. Algunas veces las hortalizas toman el lugar que les
corresponde en el devenir del camino, tras un mero menearse del
vehículo. Proyectando el valor metafórico que provee el refrán,
tal parece ser el caso de la declaración del politólogo Francisco
Panizza que luce en la portada de la edición del jueves pasado del
Semanario Voces “Mujica fue
el mejor Jefe de Estado y el Peor Jefe de Gobierno”,1
al saberse por declaración
del propio ex-presidente, que tal mandato incluyó
cambiar naranjas por refugiados.2
Incluso
el semanario
luce la altisonante
afirmación en su portada,
como testimonio del interés periodístico que reviste, retomando
una entrevista desarrollada por el propio director de la publicación:
Alfredo García. Este tipo de sentido
contradictorio de una expresión
(oxímoron)
puede volverse en la actualidad altamente contagioso, en razón de la
significativa ezquizofrenia (imposibilidad
del sí mismo) que luce la
actividad pública,
habida cuenta de la “conexión
uruguaya”, la mayor de América Latina, de la escandalosa legalidad
que develó “Panamá Papers”.3
En
el caso de Mujica la
expresión de sentido contradictorio (oxímoron)
es tanto más compleja cuanto
más simple en apariencia. Si
el expresidente del Uruguay asocia la presidencia
de la nación con la mercancía
del feriante, le franquea
ante todo el paso a un
candidato que es feriante nativo: Novick. Este
mismo franqueo que lleva a lo complejo por lo simple, sugiere que
Mujica no es efecto de sí mismo, sino de condiciones que determinan
su “irresistible ascenso”, ya que pese a los intentos de los
líderes “hijos de” (Bordaberry, Lacalle, Amorín Batlle), un
feriante del mismo calibre intelectual de Mujica no deja de ascender,
entre los partidos
tradicionales de derecha, por
la misma vía que este último: aduciendo el sentido común más
chabacano y el nivel intelectual más bajo. Pero
al mismo tiempo Mujica no habla de naranjas como mercancía de
supermercado o de feria, sino que las vincula a una equivalencia de
mayor alcance: naranjas a cambio de Derechos Humanos. A esa calidad
mediática que hace de la mediación cualquier cosa, atribuye Panizza
la calidad que reviste, a su entender, el paradigma de Jefe de
Estado: (...porque vos el mensaje de Mujica lo podés interpretar
como quieras”.4
Como
se sabe, el pronombre “vos” corresponde en el Río de la Plata al
“tú” del español castellano. Ahora, el “tú” constituye,
según Benveniste, un “índice de enunciación”, siguiendo
a la letra al insigne
lingüista francés es “(...el
individuo alocutado en la presente instancia de enunciación
conteniendo la partícula lingüística “tú”.5
Dicho de otra manera: al igual que “yo” (¿quien está en “mi
lugar” -insondable para todo otro- cuando digo “yo”?), “tú”
es una mera etiqueta del vínculo interpersonal, que
coloca debajo del
habla a cualquier otro, tanto
como a cualquier sentido
que se decida
pronunciar.
Lo que está diciendo entonces Panizza, desde que vincula una simple
etiqueta de lugar personal (“vos”) con la facultad de
“interpretar como quieras”, es que la actuación de Mujica es
mediáticamente excelente porque es intelectualmente vacua.
Si
alguien adujera
que de alguna manera ya lo sabíamos, no podría sino concederle
entera razón, tan sólo por prestar oído a como suena Mujica de sus
dichos, pero la novedad de que trata este texto es que Panizza
considera a
Mujica como “el
mejor Jefe de Estado de la historia del Uruguay y el peor Jefe de
gobierno”. Esta afirmación es problemática en sí misma por la
disociación que introduce entre Estado y gobierno, pero lo es mucho
más si asociamos sus términos propios (Estado, gobierno) con la
calidad
de saltimbanqui mediático que se desprende de la afirmación de
Panizza, sobre Mujica en sus
dichos, que reseñamos en lo
que antecede.
Si
la calidad de Jefe de Estado gana relieve en proporción
directa a la nulidad de los
dichos proferidos por tal
jerarca, nos
explicamos en efecto,
tanto que alguien celebrado por la farándula mediática haya dicho
cualquier cosa, como que ahora surja interpretando lo que hizo (e
incluso lo que en aquel momento negó que hacía),6
como un negocio de feriante. Si alguien pretendiera inferir algún
menoscabo para los feriantes de profesión de la afirmación
precedente, lo desafiaría a encontrar un puesto de feria -comercio
del que soy asiduo cliente
dos veces por semana, donde en un grupo de cajones se oferten
naranjas y en otro refugiados de Guantánamo.
Conviene
entonces entender,
según
Panizza declara,
que la expresión emblemática de Mujica (“Como te digo una cosa te
digo la otra”), no debe ser percibida
en sentido figurado, como distancia entre contrarios equiparables,
sino en sentido propio: “Como te digo una cosa te digo cualquier
cosa”. El borrado de calidad semántica ligado a la expresión
convierte toda expresión en un cuantificador universal: cuanto más
diga mejor. Allí sí empezamos a comprender lo que Panizza quiso
decir al atribuir a Mujica la calidad de “Mejor Jefe de Estado”:
para encabezar una nación conviene un conductor, como cualquiera
comprende, en el sentido en que se
conduce una emisión masiva,
a la manera como, por ejemplo, Tinelli es conductor en televisión.
¿Alguien se sorprendería si encontrara a Mujica “bailando por un
sueño”? ¿No ha sido tal “baile”
(los “bailes por un sueño”
revisten un objetivo de beneficencia)
lo que nos presentó como el sueño de “mi
chacra como escuela agraria”?
Naturalmente,
en este punto la cuestión no es Mujica, sino lo que entiende Panizza
por “Jefe de Estado”. Aparentemente significaría, si nos
atenemos al referido
reportaje en su texto, cierta
popularidad mediática internacional.7
En cuanto esa capacidad para conducir un Estado aparece opuesta a la
del gobierno (“mejor
Jefe de Estado y
Peor Jefe de Gobierno”), cabe entender que tal jefatura no
concierne a un Estado-nación, sino a
un Estado-mediático. Tal Estado es por naturaleza ingobernable, ya
que lo que se vincula
a otros procurando rating de
audiencia, no puede ocuparse
de gestionar asuntos
a los que no se preste oídos.
La
misión de los universitarios debiera ser aclarar este tipo de
entuertos, ya que la propia uni-versidad se constituye en clave
mediática de “unica versión”, de la que descienden
históricamente, en tanto versiones,
tanto los saberes de la mediación como los saberes mediáticos.
Desde este blog entendimos ese cometido de una forma temprana, en
cuanto al día siguiente de la elección de Mujica y tres meses antes
de que comenzara su gestión, ya denunciamos su impostura, en la que
aparecía curiosamente rodeado de universitarios.8
Tal entorno no
sólo actuaba
en calidad de comentarista,
tal como Panizza en
tanto especialista entrevistado por Voces,
sino en calidad de protagonista de la impostura política de Mujica.
Quien
se desvela en seducir y en acaparar la atención difícilmente pueda
velar más allá de lo inmediato, como le sucede al “padre
simpático”, siempre expectante de la aprobación de quien debiera
educar. De esta manera sí
podemos entender la calificación de Panizza: lejos de constituir una
expresión contradictoria, en cuanto opone la calidad de Jefe de
Estado a la de Jefe de Gobierno, la apreciación del politólogo
significa una relación
proporcional y positiva que representa Mujica, en cuanto
fue el mejor Jefe de Estado PORQUE fue el peor Jefe de
Gobierno.
Se entiende quizás desde este punto de vista porqué
contragobernar es tan
poco mediático como altamente estratégico:
consiste en la capacidad de oponerse a la imbecilidad mediática.
1Panizza,
F. (reportaje de A. García) “Mujica fue el mejor Jefe de Estado y
el peor Jefe de Gobierno” Voces
(05/05/16) Montevideo, p.16.
2“Mandá
fruta”
Montevideo Portal
(06/05/16) http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?307438,3
3Ver
al respecto la penúltima actualización de este blog “La agendad
pornográfica de la legalidad”
http://ricardoviscardi.blogspot.com/2016/04/laagenda-pornografica-de-la-legalidad-2a_22.html
4Panniza,
op.cit. Voces p.18.
5Cito
de memoria. Ver al respecto Benveniste, E. Langages,
París, Didier-Larousse, año 5, núm. 17 (marzo de 1970), pp. 12-18
http://www.teaydeportea.edu.ar/wp-content/uploads/2016/03/Benveniste-El-aparato-formal-de-la-enunciacion.pdf
(consultar en el pdf particularmente las pp.84-85 y 89). Acceso el
8/05/16.
6“Dicen
por ahí” Montevideo Portal (07/05/16)
http://www.montevideo.com.uy/auc.aspx?307548,245
7Panniza,
Voces, op.cit. p.18.
8Ver
en este blog “Carta abierta al presidente electo Sr. José Mujica”
http://ricardoviscardi.blogspot.com.uy/2009/12/carta-abierta-al-presidente-electo-sr.html
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