El Pacto del Club Naval y la generación de la derrota
Por Marcelo
Marchese
Hacia
inicios del 84 la dictadura militar estaba liquidada y sin capacidad
de respuesta. Había sufrido la crisis del año ochenta, el
contundente NO, la derrota de la dictadura argentina en las Malvinas,
el triunfo de los sectores más avanzados en las elecciones del 82 y
un considerable voto en blanco, la ruptura de la tablita, la caída
de las dictaduras en el continente, el desprestigio a nivel
internacional, la pérdida de respaldo de EEUU y por último el
rechazo de todo el país.
Esta
pérdida de respaldo era apreciable por el acto del 1ro de mayo del
83, organizado por el PIT; el masivo caceroleo y apagón del 25 de
agosto; la Semana del Estudiante en septiembre, organizada por
ASCEEP; la marcha por 18 convocada por el PIT; el acto del Obelisco
del 27 de noviembre y el paro impresionante llevado a cabo el 18 de
enero de 1984. Vivía en Avenida Italia y no deben haber pasado más
de tres autos ese día. Con quince años y nula experiencia política,
pude apreciar que la dictadura estaba muerta.
El
auge de movilizaciones tuvo dos características principales: la
primera, que fueron impulsadas por la Intersocial (el PIT, ASCEEP,
FUCVAM y Serpaj). Los partidos políticos tradicionales no tenían
ninguna incidencia en la dirección del movimiento, ni eran
considerados referentes en la lucha contra la dictadura. La segunda,
que las organizaciones eran nuevas y habían sido impulsadas por
jóvenes trabajadores y estudiantes, sin una inmediata atadura con
las prácticas del pasado previo al golpe.
El
Partido Colorado observaba estos síntomas alarmantes y con un olfato
político certero, resultado de doscientos años de gobierno casi
ininterrumpido, comenzó una pulseada con el movimiento popular para
dominar la salida de la dictadura. Llamó a formar la
Multipartidaria, que terminaría desplazando a la Intersocial. Este
desplazamiento alcanzó su cima en el Pacto del Club Naval, llevado a
cabo por los partidos políticos con la ausencia del Partido
Nacional.
¿A
través de qué mecanismo los jóvenes creadores del PIT y ASCEEP
dejaron arrebatarse la iniciativa, al tiempo que dilapidaban el
prestigio que habían acumulado? El análisis de esta disposición
mental, que creo no se ha hecho nunca, merecería no un artículo,
sino varios tratados. Sin agotar aquí las explicaciones, quisiera
invitar al lector a prestar atención a uno de los puntos cruciales
del desastre. Todo movimiento renovador, sea en el plano del arte o
de la política, es vanguardizado por jóvenes que se levantan contra
el pensamiento de sus mayores. La generación del 83 elaboró sus
herramientas e inició la lucha contra la dictadura, más o menos
liberada de la influencia de la generación del 68 que había sufrido
una derrota en toda la regla. Los principales militantes de la
generación del 68 habían muerto, o estaban presos, o en el exilio.
Una reivindicación clave en la salida de la dictadura era,
precisamente, el retorno de los exiliados y la liberación de los
presos mediante una amnistía general e irrestricta. El retorno de
los exiliados se dio, al tiempo que los presos salían de las
cárceles. Esto era una victoria, pero al mismo tiempo produjo un
efecto en cierto aspecto contraproducente. Los viejos militantes que
volvían aureolados por el martirio, de forma natural ocuparon, pues
la generación del 83 se lo permitió, los lugares de decisión. No
importaba que vinieran de la derrota. No importaba que su metodología
había llevado a un fracaso criminal. No importaba que desde el
exilio o la cárcel estuvieran radicalmente alejados de la nueva
sensibilidad política. Volvieron por sus fueros, para tropezar dos
veces con la misma piedra. No se los puede culpar por desalojar a los
jóvenes de la dirección del movimiento; lo que sí podemos hacer es
lamentar que a la valiente generación del 83, que enfrentó a la
dictadura en momentos todavía difíciles, no le diera el coraje
intelectual para enfrentar a sus mayores, sus maestros e ídolos. He
aquí dos factores que explican el declive desde el Pacto del Club
Naval: una generación de fracasados que vuelve aureolada a pesar de
la derrota, y una generación pujante que no tuvo confianza en su
propia fuerza, y que no se animó a dar el paso que marcara a un
tiempo su independencia y la posibilidad de acumular políticamente,
en una salida realmente democrática que derrotara en su totalidad a
la dictadura.
La
creación de la Multipartidaria y su logro definitivo, el Pacto del
Club Naval, que determinara unas elecciones amañadas, fue el canto
de cisne de la generación del 83, y el triunfo del continuismo. Que
aquellos jóvenes aceptaran el camino que condujera a un pacto donde
la izquierda participara a pesar de la negativa del Partido Nacional,
es un hecho que de ninguna manera creeríamos, si no fuera por el
prestigio que ejercieron sobre ellos una serie de instituciones,
partidos de izquierda y personalidades, como la del propio Líber
Seregni, que si bien acertó al impulsar el voto en blanco en las
elecciones del 82, a partir de la creación de la Multipartidaria
hizo todo lo posible por llevar a cabo su influencia nefasta. En el
inaudito discurso del día de su liberación y en cada uno de los
pasos subsiguientes, se convirtió en un bloque de hielo viviente
aplicado contra el movimiento popular. A través de no sé qué
artilugio, Sanguinetti apretó en un puño a Seregni, y luego, hacia
mediados del 85, y desde el poder, logró liberarse de la influencia
de Jorge Batlle.
La
derrota que significó el pacto, y la inmediata merma del empuje
popular, se profundizó con la no concreción de la anhelada amnistía
general e irrestricta y con el estruendoso fracaso que significó la
Ley de Impunidad de 1986. Desde allí hasta ahora la izquierda
uruguaya no ha hecho más que retroceder. Sus cuadros, los actuales
gobernantes que forman una casta de administradores bien paga, fueron
extraídos de las generaciones del 68 y del 83, mas no han dirigido
el barco a ningún lado, sino que lo dejan escorar al impuso del
viento del capital trasnacional.
Hasta
hace cierto tiempo, si uno mencionaba este retroceso, se le respondía
que estaba equivocado y que el acceso del FA al gobierno era la
prueba definitiva. No sé cuántos de aquellos optimistas estarían
dispuestos ahora a mantener su posición. El acceso al gobierno del
FA se da desde que el FA accede hacia posiciones de derecha que le
permiten captar, a través del MPP, a un sector ultranacionalista que
antes votaba a Pacheco, y que le permite captar, a través de otras
opciones, al tradicional votante batllista. Una breve enumeración de
las conquistas del FA alcanzará para pulsar la gravedad de la
derrota. Nuestro país continúa y acentúa su rol de economía
agraria exportadora, con la consiguiente extranjerización de la
tierra, aumento del latifundio e imposición de nuevas y exclusivas
reglas para las megaempresas. El tejido económico y social continúa
su deterioro, al tiempo que una enervante inseguridad crece a ritmo
sostenido. La educación se encuentra a un nivel de fregadero; la
corrupción se ha convertido en una práctica usual y más que todo y
más preocupante que nada, la República se erosiona a un ritmo
vertiginoso, marcado por la atonía social y la ausencia de valentía
para mirar la verdad de frente, para debatir las cosas fundamentales
que debe debatir un país. No existe una República pujante sin
republicanos que la construyan con el debate de ideas.
De
forma ineluctable, en las próximas elecciones o en las siguientes,
el FA perderá el gobierno. Si la derrota se diera en el 2024, el
desastre que sufrirá será aún mayor, profundizando su faceta
administradora para convertirse en la otra cara del sistema, que
utiliza, cuando le conviene, a una pseudo izquierda para que todo
siga como está. En esa coyuntura podría llegar a darse el
nacimiento de una alternativa, algo que no logramos visualizar. En
rigor no está en absoluto a la orden del día la preocupación por
crear una organización que exprese, tanto el pensamiento de todos
aquellos que votan en blanco, como el de los que aún votando al FA
se sienten defraudados por la lenta muerte de una organización sin
protagonismo de sus bases, sin apuesta al debate público, sin deseo
de conquistar con ideas, sin vocación republicana. Lejos de
preocuparse por encender una chispa, quienes sueñan una alternativa
deben preocuparse por reunir el combustible. Ningún movimiento
renovador es valedero si no se apoya en una ciudadanía crítica, en
miles de individuos que se arriesguen a llevar a cabo una tarea a la
intemperie y de muy difícil ejecución: pensar con cabeza propia. El
tiempo de abandonar dogmas que nos han llevado a este desastre, a
esta crisis inaudita de la civilización, parece no haber llegado. La
tarea de la nueva generación, si es que algún día llega, será
desprenderse de los harapos miserables que ha heredado, para animarse
a pensar lo nuevo.
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