Por Hoenir Sarthou
Publicado a la(s) 9 mar. 2016 17:59 en Semanario Voces
Las
recientes derrotas electorales en Venezuela, Argentina y ahora en
Bolivia, la corrupción generalizada del PT brasileño y, antes, del
sandinismo nicaragüense, el fugaz gobierno y la inocua destitución
de Lugo en Paraguay, la implosión de la Unión Soviética, la lenta
disolución de la socialdemocracia europea, la conversión de China
al capitalismo autoritario, la cerrazón política y la apertura
económica de Cuba, las vacilaciones de la Unidad Popular chilena y
la crisis política y administrativa que empieza a mostrar el Frente
Amplio (restaría ver qué ocurre en Ecuador) imponen preguntarse qué
pasa con los gobiernos de izquierda.
Nacidos
con la pretensión de inaugurar nuevas eras históricas, de instaurar
el socialismo y el “hombre nuevo”, o al menos de “remover hasta
las raíces de los árboles”, los desempeños izquierdistas en el
gobierno, desde hace casi un siglo, son bastante frustrantes.
¿Por
qué los sueños utópicos de la izquierda suelen terminar degradados
ante la realidad que pretendían cambiar para siempre?
LA
PROFECÍA APURADA
La
que hoy llamamos “izquierda” no fue concebida para ser gobierno.
Si
nos remontamos a sus orígenes incluso a los menos lejanos,
como el movimiento obrero del Siglo XIX, el pensamiento socialista no
tenía por finalidad constituir un partido de gobierno, en el mismo
sentido en que el cristianismo, en sus primeros años, no tenía
vocación de ser iglesia.
El
socialismo, como el cristianismo (no soy muy original al decirlo), se
fundan en profecías. Uno espera “El Reino de los Cielos”; el
otro a “La Revolución Proletaria”, la sociedad sin clases en la
que cada uno deberá recibir de acuerdo a sus necesidades. El
problema es que las profecías no encajan muy bien con los rituales
burocráticos de las iglesias y los Estados
Los
primeros teóricos del socialismo, los fundadores de la
“Internacional” obrera, Marx, Engels, y ni hablar de Bakunin y
los demás anarquistas, no soñaron con constituir partidos
electorales y mucho menos con ejercer el gobierno desde las
instituciones existentes. Para ellos, la “revolución” consistía
en un cambio radical en las relaciones de producción y/o en las
relaciones de poder, lo que aparejaría cambios en la ideología de
la sociedad y luego en las superestructuras institucionales.
La
cuestión del poder político como un asunto inmediato y su
identificación con el control del aparato del Estado es bastante
posterior. Probablemente Lenín y sus continuadores hayan tenido
mucho que ver con eso.
Lo
cierto es que, ya en el Siglo XX, en los duros debates entre los
seguidores de Lenin y los de Eduard Bernstein, es decir entre el
socialismo revolucionario y el socialismo “reformista” o
socialdemócrata, unos y otros tienen un acuerdo sustancial: discuten
ferozmente sobre cómo llegar al poder político, si por vía
revolucionaria o por vía parlamentaria y sindical, pero están de
acuerdo en la necesidad de lograr el poder político para construir
el socialismo.
Algunos
años después, Antonio Gramsci, un marxista italiano de breve
estatura y escasa salud, analizó la influencia de los factores
ideológicos y culturales en los procesos sociales y descubrió que
el poder es, en gran medida, hegemonía ideológica. Pero Gramsci, si
bien fue estudiado, no parece haber sido bien comprendido por los
estrategas de la izquierda mundial, que siguieron viendo a la lucha
por el control del Estado como el objetivo principal.
Así
las cosas, desde hace casi un siglo, las izquierdas han nacido y
vivido con dos obsesiones. La primera es construir “el cielo en la
tierra”, es decir la utopía socialista. Y la segunda es la toma
del poder político, entendiendo por tal la conquista del Estado.
Los
métodos han sido muchos, insurrecciones populares, huelgas
generales, guerra de guerrillas, alianzas con movimientos mlitares
supuestamente nacionalistas, “entrismo” en partidos populistas,
grandes frentes nacionales o populares, pero el objetivo ha sido
siempre el mismo: la toma del poder político como paso previo a
construir el socialismo. Quizá sólo algunos movimientos de origen
indígena, en México y en Perú, se han cuestionado esos objetivos.
Pero, por ahora, es poca su incidencia teórica visible en la
estrategia de las izquierdas centro y sudamericanas.
OBSESIONES
Y GOBIERNOS
La
obligación mesiánica de construir “el cielo en la tierra”, y a
la vez obtener y conservar el poder político, les ha impuesto a los
partidos de izquierda una carga pesadísima.
Para
empezar, porque descubrieron que los dos objetivos podían ser
contradictorios. Es decir, si anunciaban claramente que se proponían
construir un proyecto socialista, no lograban el poder político. Y,
si disimulaban sus objetivos finales hasta llegar al poder político,
después no podían abordar reformas de corte socialista.
Para
sorpresa de muchos militantes, los seres humanos reales no suelen
sentir mucho entusiasmo por vivir en el cielo. Quieren comida,
dinero, seguridad, salud, diversión, y algunos quieren trabajo, No
muchos están dispuestos a reducirse en esas cosas, incluso en las
superfluas, para que otros también las disfruten. Y menos aun están
dispuestos a comprometer su esfuerzo desinteresado para la gestión
de esos recursos.
¿Cómo
resolvieron ese dilema los partidos de izquierda gobernantes?
Sencillo:
priorizaron llegar al poder político. Después, desde arriba,
intentaron o simularon los inicios de un proyecto más
“socializante”, instalando en realidad una relación clientelar
con la población que los eligió. Es decir, el gobierno les “da”
cosas al pueblo, a los pobres. Les da prestaciones económicas,
algunos empleos, mejores sueldos, beneficios sociales y de salud,
muchas declaraciones de nuevos derechos y algunos programas de
vivienda.
Puede
variar el discurso. Algunos gobiernos tienen una retórica
antioligárquica y antimperialista, otros hacen una administración
más tradicional del poder. Lo que en general no ha cambiado –como
era de prever- es la estructura económica de las sociedades y la
conformación ideológica y cultural que la acompaña.
El
resultado es que, por debajo de la retórica izquierdista, encaramada
en el Estado, sigue operando el poder real, el de quienes controlan
la economía (que ya no se localizan usualmente en el territorio
nacional) y el de quienes conforman la mentalidad dominante (y no me
refiero sólo a los medios de comunicación, sino también a la
academia y a una intelectualidad funcional, adiestrada y remunerada,
directa o indirectamente, para reproducir la ideología y la cultura
dominantes).
Muchos
izquierdistas honestos se indignan y gritan “¡traición!” cuando
ven a sus ex compañeros, ahora gobernantes, envueltos en las redes
del poder económico, obteniendo prebendas y reproduciendo el
discurso cómodo de lo “políticamente correcto”.
¿Era
posible otra cosa? ¿Hay alguna vacuna ideológica duradera contra la
corrupción y el conformismo? ¿Hay algo en el ADN de izquierda, por
radical que sea, que prevenga contra la soberbia, el interés y el
espíritu burocrático?
Tiendo
a creer que no.
¿No
hay nada que hacer, entonces? ¿Estamos condenados a elegir una y
otra vez a gobiernos que se corromperán, traicionarán y terminarán
reproduciendo el tipo de sociedad que querríamos cambiar?
Nada
es eterno. Ni siquiera los males. Durante muchos siglos, la humanidad
habrá creído que el poder material de la nobleza terrateniente y el
poder ideológico de la Iglesia eran eternos. Sin embargo, la
economía cambió y la ideología cambió, y hoy no reconoceríamos
como real al mundo feudal.
Lo
que en el fondo quiero decir –y soy consciente de estar
nombrando apenas un tema enorme- es que, mientras que el objetivo
exclusivo de los movimientos populares sea alcanzar el poder del
Estado, estaremos condenados a reiterar el proceso de
ilusión-desilusión-fracaso que han seguido los gobiernos “de
izquierda” hasta ahora.
Porque
las sociedades no cambian así. No evolucionan a pura fuerza de
voluntad y poder estatal. Cambian por procesos económicos poco
controlables. Y cambian también –y esto es esencial- por procesos
culturales subterráneos, cambios de percepción, de valores y de
actitud, sobre los que sí es posible operar ideológica y
culturalmente.
Un
pueblo pedigüeño, una masa, un montón de vecinos, clientes,
consumidores, y un gobierno magnánimo, dando beneficios, es todo lo
contrario de un proyecto de cambio social. Aunque nos hayamos
acostumbrado a la idea de que eso es “un gobierno popular”. La
función de un gobierno realmente popular no es dar, sino educar para
la autonomía.
Claro
que el papel del Estado es importante en un mundo transnacionalizado
como en el que vivimos. Pero de nada sirve si se convierte en un
instrumento más para la reproducción de los poderes y de las ideas
ya establecidos.
No
son el Estado y los gobiernos los que determinan a la sociedad. Es al
revés, son las sociedades, su percepción de la realidad, sus
creencias, sus deseos y sus convicciones, las que determinan a los
Estados y a los gobiernos.
Y
ese es, hoy, un terreno de lucha casi abandonado.
Muy buen análisis de inicio para la cuestión.
ResponderEliminarTodo bien, es un análisis que comparto casi totalmente, pero: mientras le empezamos a dar pelota a mi tocayo Gramsci y construímos "hegemonía cultural", ¿dejamos que siga gobernando la derecha?. Creo que en este continente y en este país hay gente que no puede esperar tanto, ¿no? Soy de la opinión de que, para los de abajo, en cualquier caso es mejor un mal gobierno de izquierda, que uno bueno de derecha.
ResponderEliminarcABRÍA PREGUTARSE SI LOS QUE HOY GOBIERNAN NO SON UNA NEO DERECHA, CON MUCHA FRASEOLOGÍA "PROGRE" PERO APUNTALADORA, EN LINEAS GENERALES, DEL STATU QUO SOCIAL Y ECONÑOMICO.
EliminarApoyado.
EliminarExcelente aplicación del método marxista!!! La descripción y el diagnóstico están hechos correctamente y fieles a la realidad. Pero me preocupa el "mientras tanto". Cuál es el atajo para resolver la pobreza y marginación de una generación que es finita?
ResponderEliminarBuena lectura de una realidad,mentirosa o una mentira real.No todas las izquierdas son marxcistas ni todas las derechas fascistas.El verdadero problema de los gobiernos de la mano que quieran es que hay humanos,detras.Corruptos que se unen en un mismo proposito,llevarse para sus cuentas lo mas rapido que puedan,la mayor cantidad de dinero posible.Cuando sos muy honesto y estas en contra del "establisment" te marginan inmediatamente,estes donde estes.Tenes que ser abierto y esperar que los "asesores" actuen y den el visto bueno.
ResponderEliminarHAY EN TI, QUERIDO AUTOR ALGUNOS ERRORES CONCEPTUALES DE RIGOR, PERO ERRORES AL FIN, EN PRIMER LUGAR PORQUE NO SON COMPARABLES LAS EDADES DE LA HISTORIA, TODAS SON NUEVAS Y CON NUEVOS ELEMENETOS , LOS GOBIERNOS SOCIALISTAS CRECIERON EN PODER Y CAPACIDAD Y NO SUPIERON RESOLVERLO Y UNA MAFIA INTERNACIONAL QUE NO RECUERDAS O TE DA MIEDO MENCIONAR QUIERE ELIMINAR ESA AMENAZA..
ResponderEliminarYo no sé porqué siempre las izquierdas tienen un enemigo en el exterior, una mafia o un imperio que quiere "destruírlos". Debe ser porque siempre las izquierdas necesitan a un antagonista maligno que sirva para explicar porqué sus procesos fallan y se hunden en la miseria y el caos que ellos mismos producen. O tal vez es porque en todos los proyectos donde la izquierda llega al objetivo (la dictadura del proletariado), la gente se muere de hambre o tratando de escapar a la esclavitud a la que son sometidos. No veo ningún error conceptual que haya sido realmente explicado y refutado desde un punto de vista racional en su comentario, así que asumo que la cuestión solo pasa por mover el foco hacia el maligno imperialista, el antagonista del exterior que malsanamente desea con fervor que la dictadura del proletariado fracase. Da pena ver gente grande insistiendo en sistemas políticos que una y otra vez han degenerado en muerte y destrucción de países modernos en épocas de paz, algo que ningún otro tipo de gobierno ha logrado.
EliminarNo, si juega el partido sola..hay fracaso si jugás solo o si el adversario es inferior ..Las invasiones, los golpes de estado y ahora los golpes blandos en base a la manipulación del precio del petróleo, de la moneda y de los alimentos deben sr ficciones
EliminarExcelente; es un punto de partida imprescindible para empezar a conversar sobre el futuro, porque si no tenemos claro eso que decís en la nota, no tenemos claro nada; la realidad es mucho más compleja de lo que algunos análisis de la intelectualidad progresista pretenden mostrar, los que generalmente denotan una paranoia similiar a la de la derecha de hace unas cuántas décadas
ResponderEliminarEs insólito que se reclame Gramscismo, cuando se han hecho de todos los espacios posibles en el Estado y la Sociedad Civil organizada; imponiendo subliminal y expresamente la hegemonía del análisis y aproximación marxista a todo lo ancho.
ResponderEliminarNo hay dónde ir y no ser perseguido por la intolerancia (cuando no prepotencia) que caracteriza a tal tesitura, que no es sólo ideológica sino también actitudinal.
El problema fue, es y será, la falacia de base. Cuando algo se demuestra falso en los hechos, puede haber discurso hegemónico que lo imponga, pero no que lo mantenga.